El nacionalismo que mueve al mundo

Artículo original -> La Fiebre Amarilla

Vivimos una época en la que la economía está instalada en el epicentro informativo. Todo el mundo quiere entender esta crisis, se habla del euro, de los derechos laborales, de los mercados y de China. Se analizan factores de todo tipo para explicar el por qué de estos cambios. La economía es el centro del debate, y encontrar el agente que provoque que el dinero fluya de nuevo se ha vuelto una obsesión. Pero en esta ocasión me centraré en un tema del que oímos hablar con frecuencia en nuestro país, pero del que a veces se nos escapa su dimensión real en el funcionamiento del sistema: el nacionalismo.

Como he dicho, es un tema siempre polémico y de actualidad en España. Habitualmente hablamos del nacionalismo como elemento excluyente, desde el independentista al centralizador, de sus causas y consecuencias. Pero no es éste del que quisiera hablar hoy, o al menos de ese aspecto del mismo. Nacionalismo entendido como sentimiento identitario, de pertenencia a un grupo, a otro nivel, que puede determinar los comportamientos de los individuos y los resultados globales de un país. Para ello, una vez más, hablaré de algunos países de Asia Oriental cuyas peculiaridades nos servirán para entenderlos mejor y poder reflexionar sobre nuestro propio país.

China

Ocurre en todo país con sistema unipartidista, el nacionalismo se utiliza como elemento fundamental para cohesionar al pueblo en torno al Gobierno. A través de la educación y la propaganda política se fomentan los símbolos que hacen fuerte al Estado y remarcan la identidad del país. Los personajes históricos se convierten en leyendas que hacen a sus compatriotas sentirse orgullosos de su nación, de su cultura y de su historia. Se utilizan instrumentos para controlar o regular la información que aparece en los medios y la utilizan en pro de su causa, ocultando o maquillando aquello que pueda ir en su contra. Es lo que sucede en China en la actualidad.

Otro factor importante es la presencia de una amenaza o enemigo exterior. En el caso de China existen dos agentes que acometen esta función. Por una parte, históricamente, al igual que ha ocurrido con el resto de países asiáticos, China ha sufrido la colonización por parte de potencias occidentales principalmente durante el siglo XIX. Por otra su eterna rivalidad con Japón, labrada en sus numerosas confrontaciones bélicas y en las continuas disputas de territorios. Estos dos enemigos sirven para definir la identidad de China: Oriente vs Occidente y China vs Japón. Occidente siempre ha sido vista como una amenaza a la armonía que representaba Oriente, naciones «bárbaras» que intentaban «pervertir» al país, su cultura y sus tradiciones. La imagen de Japón sigue asociada a la imagen del Imperio Japonés que invadió gran parte de China durante el siglo pasado y que masacró brutalmente al pueblo chino en Nanjing. Estas agresiones han contribuido a forjar un sentimiento nacionalista muy fuerte que se extiende hasta hoy.

El tercer elemento es un sentimiento de cierto complejo del pueblo chino, motivado quizá por las hostilidades sufridas durante su larga historia tanto dentro como fuera del territorio. Este elemento lleva a los chinos a colaborar cuando están en ultramar y a exaltar la nación para contrarrestar las injusticias históricas que sufren como individuos y que son capaces de compensar con la fuerza que China representa como colectivo.

Corea del Sur

En el caso coreano, quizá el factor de más peso sea el comentado anteriormente para hablar de China: la presencia de una amenaza o enemigo exterior. Corea cuenta con una larga historia de invasiones por parte de mongoles, chinos y principalmente japoneses. A esto hay que unirle la enorme tensión bélica que vive con la «otra» Corea desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Un pueblo que históricamente se ha refugiado en sí mismo para evitar que sus vecinos y las potencias occidentales perturbasen la estabilidad de su nación. En este sentido comparten con China los «fantasmas» de Occidente y Japón -quizá de una forma mucho más intensa- más la amenaza de la permanente contienda con Corea del Norte.

Éste miedo fomenta un nacionalismo que ha tenido la peculiaridad de buscar en su propio aislamiento la solución al peligro que venía del exterior. Fue conocido en el siglo XIX como «Reino Ermitaño» y el país ha vivido con la continua lucha por mantener su identidad frente a los intentos de imposición externos desde entonces. La consecuencia de ello es que la sociedad coreana se mantiene hoy día como una de las más homogéneas del mundo, cerca de un 98% de sus habitantes son coreanos étnicos. Es curioso ver como a pesar de ser uno de los países más desarrollados del mundo y mantener una relación de estrecha amistad con el gobierno de EEUU, preserva una notable aprensión a la influencia externa que hacen que la población siga muy arraigada a todo «lo coreano» y sea muy reticente a aquello extranjero.

Japón

El nacionalismo japonés no puede entenderse sin hablar de su época imperial. A diferencia de los casos anteriores Japón ha sido una nación históricamente beligerante, que ha visto en el expansionismo una solución a problemas como su altísima densidad de población. La supervivencia de la nación pasaba para los japoneses por la obtención de los recursos de que carecía su territorio, y se articulaba con un discurso en el que se entremezclan elementos filosóficos, nacionalistas, culturales y religiosos para justificar sus contiendas por Asia y el Pacífico. Por tanto la historia de Japón representa un nacionalismo en el extremo opuesto al de, por ejemplo, su vecina Corea. Mientras Corea perseguía la conservación de su identidad en el aislamiento, Japón lo hacía en la expansión. La consecuencia es la misma, un sentimiento identitario muy marcado en ambas naciones.

En la actualidad, y desde el final de la Segunda Guerra Mundial,al igual que el resto de países que integraron el Eje, Japón ha abandonado ese espíritu bélico y se ha comprometido a garantizar la paz internacional. Y aunque Japón en la actualidad se trata probablemente del país más abierto de toda Asia este hecho no ha supuesto en ningún momento una merma del sentimiento nacionalista, arraigado todavía con fuerza en el pueblo japonés.

¿Pero dónde es mayor el sentimiento nacionalista?

Esta pregunta es la que se hicieron tres importantes centros de investigación a cerca de la juventud procedentes de China, Corea del Sur y Japón. En este estudio trataron de averiguar el grado identificación con su país por parte de los más de 8000 alumnos de instituto de los 3 países y EEUU.

Los resultados salieron a la luz en abril del pasado año y mostraron algunos datos curiosos. El 90.2% de los estudiantes chinos dijeron sentirse orgullosos de ser chinos y el 80.7% afirmó que «en caso de que su país se encontrase en crisis estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por el mismo». Estos datos mostraron que actualmente, por lo menos en este grupo de población, China presenta un mayor porcentaje de sentimiento nacionalista que sus vecinos.

Pero lo más curioso de todo es que, a su vez, un 48.7% de los encuestados chinos reconoció que de poder escoger habrían elegido nacer en otro país diferente al suyo, opción que sólo fue superada en porcentaje entre los surcoreanos. Esto quizá muestra que el descontento con el propio país no va reñido con el sentimiento de pertenencia o la identificación con una serie de rasgos culturales. O tal vez nos esté diciendo que este fuerte sentimiento nacionalista es sólo un mecanismo de defensa desarrollado para afrontar las agresiones a las que se ve sometido el pueblo, una forma de reafirmarse en lo incuestionable, de agarrarse a las glorias colectivas como único escape a la insatisfacción individual. Trasladado a España podríamos realizar un paralelismo con la exaltación de orgullo que supuso el triunfo de la selección en el Mundial de fútbol coincidiendo con la caída en picado de la economía y el crecimiento inaudito del paro. Aunque se trate de un asunto aparentemente mucho más banal, no deja de ser también una forma de dar salida a la depresión colectiva.

Nacionalismo y sacrificio colectivo

Mucho se ha hablado ya de la capacidad de sacrificio de los asiáticos. De cómo los chinos son capaces de trabajar día y noche sin descanso, en condiciones que para un occidental serían inhumanas, sin mostrar queja alguna. De cómo los jóvenes coreanos entran a clase por la mañana y regresan a casa de noche, encadenando estudio en el aula, clases particulares y actividades extra-escolares, en la mayoría de casos impuestas. O de cómo los japoneses han reconstruido el país después de una catástrofe como la de Fukushima, sin cometer saqueos en los peores momentos de la crisis y mostrando un respeto mutuo admirable. Todo esto son ejemplos prototípicos, que todos tenemos en mente, y aunque puedan tener algo o mucho de exageración, tienen importante parte de verdad. Como ya he comentado otras veces, esta capacidad de sacrificio tiene un origen complejo, entre otras razones debido a influencias filosóficas como la confucianista. Pero existe un factor fundamental, que es el que venimos comentando a lo largo del artículo: el nacionalismo.

Este término tiene en nuestro idioma y cultura connotaciones negativas y habitualmente se asocia con la xenofobia, con la oposición al multiculturalismo, el populismo y con la imposición cultural. Como todo, depende del grado y de la forma en que se exprese, pero los extremos son siempre los que perduran en la memoria. En los casos citados hemos visto ejemplos opuestos de dar rienda a ese nacionalismo y ahora trataremos de resaltar aquellos comunes. Uno de ellos es la concepción de la relación individuo-país, muy peculiar en los 3 países.

Recuerdo tener esta conversación con un amigo íntimo coreano. Éste me preguntó que si para los españoles era más importante el individuo o el grupo/país. No es habitual este tipo de conversaciones con coreanos porque normalmente no es fácil alcanzar ese grado de confianza con extranjeros, mucho más natural entre españoles. La pregunta me sorprendió, habitualmente discutíamos a cerca de la forma de pensar de los asiáticos y los occidentales, y me molestaba la imagen de Occidente reducida a EEUU -algo que nos pasa a nosotros reduciendo Asia a China, por ejemplo-. Por eso pensé bien la respuesta, sabedor de que España no es EEUU como Corea del Sur no es China. Así que, tratando de ser honesto, le dije que desde mi punto de vista para los españoles lo primero era la familia, después el individuo y después el colectivo.

Pienso que las culturas latinas dan una importancia primordial a la familia, y en muchos casos esto se antepone a los intereses del individuo, cosa que no ocurriría de la misma forma en otras culturas occidentales donde el individuo es la prioridad, y tampoco en Corea, donde mi amigo aseguró que el colectivo era lo primero por lo que miraba el individuo. Como siempre pasa en estos temas, se trata de generalizaciones que no se cumplirán en muchos casos, pero que denotan que existen ideas fundamentales en nuestras culturas que determinan nuestras formas de pensar y actuar. Esto nos llevaría a un complejo debate sobre, por ejemplo, qué causas motivan el sacrificio diario de los individuos de cada sociedad. Mi conclusión es que chinos, coreanos y japoneses están dispuestos a sacrificarse por el bien de una causa mayor que es el país, tienen interiorizados los fantasmas de su pasado: China su pobreza y la humillación a la que se han visto sometidos por otros países; Corea del Sur las continuas invasiones y, al igual que Japón, la falta de recursos propios para una tan alta densidad de población. La sociedad está concienciada desde generaciones atrás de que tiene que trabajar por un fin común: su propia supervivencia como pueblo.

¿Qué sucede en España?

El individuo en España se sacrifica por el propio individuo, o en todo caso por la familia. Si al español medio se le dice que ponga ejemplos de esfuerzo en nuestro país, más allá de la crisis actual, la gente siempre tira de lo que ya es un tópico como la posguerra o de cómo nuestros padres y abuelos trabajaban de sol a sol desde pequeños para contribuir a la maltrecha economía familiar -antes de que nos «emborracháramos» de éxito y nos creyésemos que el dinero salía de debajo de las piedras-. Pocas o ninguna referencia al país, y cuando se hace es para achacarle los males y desgracias que siempre colocamos en el todo, renegándolo como individuo, como si identificado al pecado y a los pecadores nos excluyésemos como culpables. Porque esa es nuestra imagen de país, desengañados de otras épocas en las que se vanagloriaba nuestra identidad nos hemos despojado de todo eso como una profunda mentira de la que ya nada vale. País extremo, o todo o nada.

El término «nacionalismo español» tiene tantas connotaciones negativas, tantas referencias a un pasado no tan lejano, a franquismo, a dictadura, a Guerra Civil, que costará aún décadas dejar atrás. Una sociedad con un marcado espíritu crítico, que se odia tanto como se ama. Orgullosa de puertas a fuera pero pesimista y crítica de puertas a dentro, así es nuestra sociedad. Por ello se hace tan difícil que en tiempos de necesidad se busquen objetivos comunes. Cuando tocaría hacer piña, olvidar diferencias, rencillas, complejos, cuando es momento de trabajar unidos para salir de esta crisis, hacemos lo contrario. Los políticos siguen con sus propias batallas, sin amplitud de miras, y al ciudadano se le invita a hacer la guerra por su cuenta, a emigrar para salir adelante. A luchar por el individuo y la familia que al fin y al cabo es lo más importante, ¿no?

General view of the Puerta del Sol square in Madrid on May 19, 2011 during a protest against Spain’s economic crisis and its sky-high jobless rate. Young people camped in main squares across Spain in the largest spontaneous protests since the country plunged into recession after the collapse of a property bubble in 2008. AFP PHOTO / PEDRO ARMESTRE

No hablaré de nacionalismo por lo manido del término y su mal uso, hablaré mejor de buscar la unidad como pueblo -que no populismo-, de movilizarnos para trabajar por una causa mayor, de buscar sacar al país de esta situación con la colaboración de todos, de un sacrificio colectivo que nos lleve a una sociedad más justa y equilibrada, a un futuro mejor. ¿Lucha de clases?, ¿indignados? Son sólo otras formas de llamarlo, pero el fondo es el mismo. Da igual la bandera que cada cual quiera enarbolar. En China se habla de «China», en Corea del Sur de «Corea del Sur», en Japón de «Japón», todos utilizan el recurso identitario para movilizar a la gente -izquierda o derecha, da igual hoy día-, para andar en un mismo sentido. Pero parece que España o ha superado ya esa fase o no está aún preparada para hablar de «España» -si no es disfrazada de deporte-. Da igual, utilicemos los eufemismos que sean necesarios, pero busquemos esa unión horizontal -si es también vertical mucho mejor-, de la gente corriente. Si cada cual quiere mirar por su propio bien lo que estará en peligro es el conjunto, nuestra forma de vida, los logros colectivos, la estabilidad y paz social, que es lo que garantiza las oportunidades de las que disfruta después el individuo. Así que un poco de colaboración colectiva, de buscar algo que transversalmente nos una a todos (como lo hace el nacionalismo o la lucha de clases en otros lugares y en otras épocas, da igual), de pensar un poco más en objetivos comunes, no vendría nada mal por el bien de todos, de cada uno, y de nuestras familias.

Artículo original -> La Fiebre Amarilla

por Víctor Rico Reche

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