Los chinos no saben manejar

Los españoles no todos cantan flamenco, los japoneses no son todos corteses, los mexicanos no somos todos impuntuales. Quienes me hayan leído antes saben que seguido escribo en contra de los prejuicios y la imagen distorsionada de China en Occidente.

Pero los chinos no saben manejar.

No, no hay vuelta de hoja. Y no, no me pongan en los comentarios que “pero mi novio chino sí maneja bien”.

Las generalizaciones no existen de gratis, tienen una base real. Y esta es una generalización de lo más acertada, porque parte de un sustrato cultural más amplio que el simple “no saber manejar”. Es una actitud que se refleja en el manejo, no es el manejo en sí.

Tomemos como contraste para empezar, lo de los escupitajos estilo chino. Eso es, ciertamente, una cosa muy china en comparación con el resto de Asia aunque no con el resto del mundo, donde fue cosa bastante normal hasta los 40s y las escupideras eran un utensilio doméstico común. En la canción infantil mexicana de los 40s, el Ratón Vaquero, en mitad de la canción el personaje hace un escupitajo con sonido y todo. En Asia no era tan común: en la novela “El Cuarteto de Buru” del autor indonesio Pramoedya Ananta Toer, los personajes balineses se refieren a un inmigrante chino como “ese hombre que se la pasa escupiendo flemas”. Pero si nos ponemos a ver con objetividad, nadie podría decir que la mayoría de los chinos, ni hoy ni antes, escupen así. Yo diría que a lo mucho un 1% de las personas lo hacen en nuestros días; el problema es que en China cualquier porcentaje significa un montón de seres humanos, así que lo podemos ver más o menos frecuentemente. Pero imagínese quien haya vivido en China, que en realidad el 70% de la población lo hiciera. Ni pensarlo.

Pero por otro lado, puedo asegurar aquí mismo, por escrito y ante el mundo, que más del 70% de los conductores chinos son infames.

Infames.

Hay una prueba de manejo que hay que aprobar en China para poder obtener el carnet de conducir, e incluye prueba teórica y práctica. La teórica por supuesto que la pasan como pasan todos los demás exámenes: con memorización, porque es bien sabido que se pueden aprender la Biblia en verso. Y lo de la prueba práctica, pues la verdad es que las habilidades sí que las desarrollan y al momento de estar con el instructor no hay más que seguir las reglas, pero es la manera china de hacer las cosas. Saliendo de la oficina de policía con la licencia, es adiós al Dr. Jeckyll y bienvenido Mr. Hai.

La actitud a la que me refiero más arriba ha sido largamente documentada, y la moderna actividad de manejar un carro no es sino una de sus facetas. La actitud es esa no dar medio pepino putrefacto por nadie que no sea un conocido directo. El autor Lin Yutang, apologista chino por excelencia, dice explícitamente que en la cultura de sus compatriotas “no existe el equivalente del Buen Samaritano”. Aunque menciona en su famoso “My Country And My People” que en la china clásica siempre existió el entendimiento de la cortesía confuciana, es de subrayarse que sí, por supuesto que existía, pero por muchas razones se aplicaba para gente conocida, no para extraños.

Razones son muchas. La perpetua realidad feudal de la china clásica hacía que el sentimiento de unión hacia la aldea y aversión hacia “el extraño” fuera más fuerte que en otras culturas. También se suma el hecho de que China desde la antigüedad ha sido una nación superpoblada y generalmente pobre, lo que derivó en una cultura con un nivel de competitividad descarnada que no se ve en otros lados.

Pero es también esa esquiva cosa que es llamada “carácter nacional”. Un diplomático inglés en Beijing a fines del siglo XIX dijo famosamente “ustedes los chinos son grandes demócratas; no dan un bledo por nadie”. Y aunque esa es una descripción más bien heterodoxa de democracia, es cierto el sentimiento. Dicho en chino, la vida humana no vale nada (人命如草芥, rénmìng rú cǎojiè), o literalmente, “es como una hoja de hierba”.

Pero ahí no paran las cosas. La cultura china, gobernada de siempre por emperadores deseosos de proclamar edictos y ayudados por eruditos ávidos de hacer reglas y rituales siguiendo sólo la letra y no el espíritu de Confucio, desarrolló un escepticismo —o digamos cinismo— frente a las reglamentaciones de todo tipo. Si en sus mismas historias tradicionales los reyes hallaban la manera de darle la vuelta a los juramentos más solemnes, pues con más razón la tropa iba a tener razón para reconocer que sí, la regla está, ahí, pero pues por el momento se puede hacer de otra forma más expedita.

Y “más expedito”, traducido en nuestros días a manejar, significa pensar que los semáforos son decoraciones urbanas.

Bueno OK, en ese caso exagero, pero no tiene mucho que aprendieron a respetarlos, y por respetar quiero decir tenerle miedo a las multas y a los millones de cámaras de tráfico que se han instalado en los últimos 10 años. Que ciertamente han servido su propósito: en las ciudades grandes se ha dado una mejora sensible en el caos que era el tráfico chino hace 15 años.

Pero la mentalidad en sí no ha cambiado, no señor. Y esto se puede apreciar en carretera, porque aunque las cámaras están ahí, no pueden estarlo cada cien metros, y tenemos muchos kilómetros para apreciar la realidad de cómo manejan: con nada que ni remotamente sea una semblanza de educación vial, y una agresividad y una indiferencia hacia el otro, que raya en lo suicida.

Ahora, esto de que “los chinos no saben manejar” lo digo en su forma más franca: es un ser activamente brutos. Puedo decir que el tráfico en la India es mucho peor de caótico, pero sinceramente hay varias cosas en la India que las puedo dar como atenuantes: la infraestructura urbana es atroz, la sobrepoblación es muchísimo peor, y además hay que ir esquivando vacas y camellos en pleno Delhi. Pero en China no hay esta excusa: sus calles y carreteras son de primera en muchísimas partes del país, y aún así el manejo es bestial. No tienen atenuantes.

Quienes vivan en Shanghai o Beijing ya estarán pensando qué ponerme en los comentarios, pero momento: esos dos (relativos) oasis y algunos más, no se comparan con el resto de China y sobre todo con las carreteras. Yo he manejado en muchas ciudades de Zhejiang (desde Shanghai hasta pueblos como Luqiao) y las carreteras son espeluznantes; si no ha manejado usted en una de ellas, le puedo decir que las cosas que se hacen ahí le pueden helar la sangre a Schumacher y a Raikkonen. Afortunadamente las estrictas leyes de tráfico nuevas (2013) han metido en cintura principalmente a los conductores de carga y a la mayoría de los conductores de autobús, que eran unos cafres de película de Stephen King. Eso en sí es un avance fenomenal.

Pero quienes hacen de las carreteras chinas un escenario hardcore de Mad Max, son los automovilistas con sus hermosos Audis, Mercedes y Porsches, que te rebasan cuando estás rebasando a un remolque, van a 10 metros detrás de ti y sonando el claxon en mitad de la lluvia, y maniobran entre autos a alta velocidad como si estuvieran en competencia de slalom.

Esta activa indiferencia y desconsideración hacia las reglas más elementales de cortesía y de seguridad es lo que les ha ganado a pulso a los conductores chinos su mala fama en el mundo. Hay camisetas en San Francisco que dicen “Conducí en el Barrio Chino, y Sobreviví”, y este tipo de chistes es cosa más que común:

No, los chinos no saben manejar. Que nadie me diga lo contrario. Quizá en unos años más, y así lo espero. Pero ojo: no es que no sepan. No quieren.

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