¿Nos adaptamos a los turistas chinos o dejamos que se adapten ellos?

En los últimos años, la llegada de los turistas chinos ha venido acompañada de un creciente número de noticias y artículos dedicados a los esfuerzos de adaptación realizados en hoteles y atracciones con tal de que disfruten de una estancia satisfactoria y armoniosa.

Hace un par de días, sin ir más lejos, un diario de Shanghai informó de que en Suiza ya se habían habilitado vagones especiales para los viajeros asiáticos (aunque en realidad se refería a los chinos), debido a las quejas interpuestas por otros pasajeros sobre el uso que hacen de las instalaciones.

Y aunque quizás en Europa no tuvo mucho impacto, la propuesta parisina de traer agentes de policía chinos para mantener seguros a sus paisanos -y especialmente sus carteras- levantó más de una ampolla en el seno de la opinión pública china.

Ahora bien, tal y como se puede apreciar entre estos dos ejemplos, el cúmulo de mensajes que nos llegan sobre el flujo de turistas chinos saca a relucir una interesante paradoja. Y es que, mientras muchas de estas noticias representan a estos visitantes como poco menos que una plaga carente del más mínimo sentido del orden y de la higiene, otras tantas prefieren eludir los detalles escabrosos y llamar la atención sobre el pelotazo que supone atraer más turistas provenientes del gigante asiático.

No en vano, aunque los turistas chinos ya han llegado a posicionarse entre los más odiosos del planeta (a la par de los estadounidenses), también se han convertido en los más rentables para países como España, con una media de más de 900 euros de gasto solo en compras.

De ahí el éxito de iniciativas como la de Chinese Friendly, empresa especializada en ayudar a los hoteles a adaptarse al gusto de sus nuevos clientes chinos, aunque, ¿son realmente tan especiales y diferentes al resto?

En mi humilde opinión, lo que ocurre con los turistas chinos es que vienen de una de las sociedades modernas que más rápidamente a cambiado.

Desde el punto de vista económico, muchas de las familias adineradas que nos visitan pasaron en apenas dos generaciones de ser poco más que campesinos con un mínimo de estudios y algo de posición en el partido, a empresarios con un considerable poder adquisitivo.

Desde el punto de vista cultural, ocurre que muchos de los hábitos permitidos en el entorno rural siguen todavía muy presentes entre los tuhao  (土豪) o “nuevos ricos” del país, quienes ya se han convertido en el hazmerreír de los pijos con pedigree y de los jóvenes universitarios.

Como resultado de ello, nos podemos encontrar con escenas como las siguientes:

(1) De pronto, y para asombro de los transeúntes occidentales, una pareja de padres chinos con ropa de marca pone a su pequeño a orinar o defecar en una esquina no habilitada a dichos efectos, porque en la apresurada lucha por pasar de la granja al apartamento de un rascacielos, muchos se han resistido a adquirir hábitos como el de los pañales desechables, y piensan que nadie se va a escandalizar por dejar que el niño descargue en público.

(2) Acto seguido, los padres se reúnen con otra familia de paisanos para comentar, a todo volumen, lo exageradamente limpias que están las calles, porque en el pueblo se interactúa con los familiares y amigos de forma efusiva y a nadie le molesta un poco de bulla.

(3) Cuando la familia llega al museo o atracción de turno, sus miembros parecen no respetar las colas y quizás se vuelven un poco ansiosos, porque en China hasta hace cuatro días (y todavía en ciertas épocas del año) las infraestructuras y servicios públicos eran simplemente insuficientes, y había que darse de codazos para subir al autobús de camino a la ciudad.

Sin embargo, a mi modo de ver, la propia velocidad con la que cambian los hábitos en China hará que, en pocos años, nadie se acuerde de estas “particularidades culturales de los chinos”, a no ser, claro está, que la industria del turismo alimente esa imagen de visitantes casi-alienígenas que no saben usar un tenedor.

De hecho, los turistas provenientes de Taiwan y Hong Kong ya están cuestionando esa nueva industria generada en torno a las supuestas características de los turistas chinos, como si la conducta de una etnicidad que incluye a tantos millones de personas pudiese reducirse a clichés del tipo “es que esos no pueden ver el número 4”.

Es más, de acuerdo con mi experiencia en el ámbito universitario chino, diría que las futuras oleadas de turistas huirán sistemáticamente de los viajes en grupo en los que enlatan a sus padres y abuelos, aborrecerán los hoteles en los que les sirvan el desayuno que se supone que se come en China (como si eso existiese), y estoy seguro de que no tardarán en llevar a la práctica el conocidísimo dicho de 入乡随俗, homólogo de nuestro “cuando en Roma estés, como los romanos has de hacer”.

Otra cosa es que algunos no puedan esperar a vender la moto turística -y de paso también la inmobiliaria- a los nuevos ricos chinos, y que con tal de ello decidan recibirles con vivas a Mao o cantando un  “bienvenido Mr. Wang” en mandarín.

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