Rostros del desarrollo chino

Aunque sea un tema que ya traté en otra ocasión, hoy me gustaría ofrecer una mirada un poco más cercana a uno de los sectores profesionales que más ha hecho y sigue haciendo por el desarrollo chino. Y es que, para hacer que un país se convierta en la “fábrica del mundo”, no solo basta con construir y activar las plantas de producción, sino que además resulta indispensable levantar un sinfín de infraestructuras capaces de suministrar, comunicar, y mantener los recursos materiales y humanos implicados en la gran carrera del desarrollo económico.

Sin embargo, tanto en los debates públicos como académicos, muy a menudo hablamos de las claves del denominado “milagro chino” haciendo referencia a aspectos políticos y culturales que tienden a desenfocar nuestra visión de los agentes más cruciales en la construcción de dicho milagro. Como consecuencia de ello, incluso en China, un país con un gobierno de ideología supuestamente marxista, este estrato de la clase obrera, en buena parte formado por campesinos migrantes, ha visto cómo se desvanecía el dudoso estatus social y cultural que Mao Zedong le otorgó en la década de los años 60 y 70.

Pues dentro de la arrolladora lógica del mercado, quien no tiene una formación especializada, y solo cuenta con su necesidad de trabajar, se ve prácticamente reducido a la perecedera figura de una herramienta automática. Y si además hablamos de un país superpoblado, con toda una multitud esperando ser empleada de esa guisa, el trabajador de la construcción pasa a ser obviado como una “cosa” más de entre todo aquello que se da por hecho al diseñar un nuevo proyecto.

Por eso, en esta ocasión he preferido no repetirme sobre la falta de seguridad laboral que padecen, ni de las durísimas condiciones que les esperan en el barracón, ni del desprecio con el que las nuevas clases medias y altas los observan cuando les toca compartir un espacio público.

En lugar de ello, he optado por una táctica visual consiste en devolver una dosis de enfoque a sus rostros y a su figura, de modo que nuestras miradas se encuentren, y por un inalienable instante nos reconozcamos como personas igualmente dignas que somos, al margen de la distancia y de las condiciones que nos separen.

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