Todo lo que echo de menos de Shanghai

Sí, me fui de Shanghai. ¿Por qué? Pues no sé muy bien. Supongo que era el momento adecuado para viajar unos meses. También deseaba estar un tiempo sin niños. Pero echo mucho de menos Shanghai, y es la primera vez que he considerado un lugar en el extranjero como mi hogar.

Y ¿qué echo de menos?

Echo de menos caminar por la noche por los puentes elevados

Por los de Yan’An y sus muchísimas intersecciones. Mirando los coches pasando debajo de mí, y sentirme envuelta de asfalto iluminado y de ruido.

Ir a Yongkang

Ya sé que Yongkang ya no es lo que era, pero para mí esa calle de bares a la que me llevó por primera vez mi amiga Rosalía, seguirá igual de abarrotada en mi memoria. Según Rosalía, Yongkang era el zoo de Shanghai. Todavía me da risa, pero es verdad: ir a Yongkang era ver lo mejor y lo peor de la fauna y la flora de los expats de Shanghai.

Ir a esta calle también suponía para mí visitar a mi amiga Marta, que trabajó en Dean’s Bottle Shop y más tarde en TapHouseÍbamos allí como Pedro por su casa, y a veces cerrábamos el bar y nos quedábamos dentro bebiendo. 

El caos, ese caos puro

Esas ayi bailando en la calle. Esos emigrantes de provincias entrando en el metro cargados  de plantas o cajas o yo qué sé qué, y casi dándote con su mercancía en las narices. Esas conversaciones por el móvil a grito pelado. Esas miradas penetrantes de niños y adultos, señalándote y diciéndose los unos a los otros wàiguórén (extranjero). Esas camisetas arremangadas en el verano sofocante, dejando ver unas enormes panzas.

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Esos puestos de comida callejera humeante, con sus mesitas en la acera para que llenes el estómago a las tantas de la madrugada antes de volver a casa.  Esos dependientes que te miran con cara de mala leche o que directamente, están durmiendo sobre el mostrador. Esas peleas por Wechat con la maravillosa agencia inmobiliaria Shiny Housing, que eran más bien conversaciones de besugo en las que cada una de sus contestaciones absurdas nos enervaba más y más.

Los paseos por la Concesión Francesa

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Sus ventanas de cristales finos. Sus cafeterías monísimas. Las casas señoriales de las calles Wukang y Julu. La eterna Fuxing. La animada y cada vez más occidentalizada WulumuqiWuyuan, una de mis calles preferidas, y la pequeña cafetería Meng.

Esa decadencia europea y shanghainesa de los lilongs, donde sientes que estás en un pueblo en vez de en una metrópolis.

Mi casa

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Mi cocina con ratas incluidas y fregadero para enanitos. Mi terraza. Donde me senté por última vez aquél domingo de madrugada, al volver del asqueroso pero divertido Zapata’s, para ver cómo amanecía en mi compound. Donde hicimos la primera fiesta-barbacoa juntos en septiembre del 2014, y donde abandonamos dicha barbacoa renegrida hasta hoy en día. Donde bebimos tantas cervezas y celebramos la Semana Santa. Donde dejábamos que el perro que tuvimos el último año, Artu, hiciera pis. Y donde algunos vigilantes del compound meaban también.

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Mis compañeros de piso

Las conversaciones con Ula hasta las tantas, mientras comíamos cacahuetes picantes del Family Mart. Ine y sus tartas. Lukas y sus bromas. Marta y sus aventuras. Aún no sé qué habré hecho en otra vida para merecer unos compañeros así. Cada día volver a casa era volver al hogar. Nunca, nunca tuvimos ningún problema de convivencia. Ver sus caras era siempre un placer.

Mis amigos

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Creo que en tres años no hice muchos amigos, pero esos pocos me bastaron. Rosalía, César, David, Yasmine, Tiffany, Helen, Shirley, Jen, Linda, Frizzy. Muchos llegábamos a Shanghai sin nadie y nos refugiábamos los unos en los otros. Y sí, también echo de menos los cotilleos con mis compañeros de trabajo británicos y americanos en la hora del recreo.

Los xiaolongbaos de Din Tai Fung

Y las tortitas por la mañana en el puesto de Jiangsu Lu -las mejores que he probado en Shanghai, a dos manzanas del metro. Los cócteles baratísimos de C’s Bar, ese antro encantador. Las hamburguesas de Beef & Liberty.

Echo de menos la locura de la posibilidad en Shanghai

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El tránsito de personas de todo tipo. La efervescencia con la que gente de todas las nacionalidades crea nuevos negocios y proyectos en esta ciudad, continuamente.

Los infinitos rincones por descubrir.

Su facilidad para sorprenderme. 

Puedes encontrar el post original en mi blog En la otra punta del mundo.

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