Voltaire y China

A partir de un momento dado se constituyeron sociedades algo más civilizadas

en las que un pequeño número de personas pudo dedicarse al ocio de pensar

 

François-Marie Arouet (1694-1778), conocido bajo el pseudónimo de Voltaire, es uno de los autores más relevantes del Enciclopedismo francés. Autor polifacético, el conjunto de su obra es una lucha contra la ignorancia y el dogmatismo a favor de la tolerancia y la libertad de pensamiento. Imbuido de un profundo sentido crítico, Voltaire se caracteriza por un cierto pesimismo metafísico que le lleva (a diferencia del “buen salvaje” de Rousseau) a desconfiar de la fe en el progreso humano: la razón puede denunciar errores, pero también conducirnos al más terrible de los fanatismos. De ahí su interés por el estudio de las civilizaciones antiguas: en la antigüedad no encontraremos necesariamente una supuesta bondad humana originaria, aunque no debemos descartar completamente que las civilizaciones antiguas nos hayan legado sabias lecciones. Será el caso, según Voltaire, de China.

Voltaire trabajará durante quince años en el  “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones”, que publicará en 1756 y revisará hasta su muerte en 1778. En  esta obra aborda la historia de Europa hasta el reinado de Luís XIV (Luís el Grande o el Rey Sol). Significativamente, tanto en los primeros capítulos como en las conclusiones, Voltaire se referirá a otras culturas con la intención de establecer un contraste entre diversas sociedades. Será aquí donde encontremos unas breves pero significativas reflexiones sobre China. En efecto, después de una introducción dedicada a lo que Voltaire denomina ”pueblos salvajes”, la China será la primera civilización que se presente a la consideración del lector.

Como todos los autores de su generación, Voltaire se remite a otras culturas para criticar su propia civilización occidental. De este modo, en muchos aspectos, las culturas foráneas se convierten en modelos a imitar por una Europa que se cree falsamente civilizada. Así, por ejemplo, en el “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones” sobreabundan los contrastes tomando la religión como eje vertebrador, es decir, el cristianismo y el confucianismo. Con el sarcasmo que le es propio, Voltaire irá citando el imaginario chino descrito por los jesuitas para establecer una dura crítica al cristianismo: allí donde los misioneros veían signos de paganismo primitivo Voltaire detecta una civilización moderna; allí donde los jesuitas ven ausencia de religión Voltaire descubre una moral fuertemente cohesionada; allí donde se esperaría encontrar teología Voltaire ve una sociedad organizada filosóficamente…

Desde el principio de su reflexión Voltaire explicita la lógica de su razonamiento: “Casi todos los pueblos han sacrificado niños a sus dioses pues creían haber recibido esta orden de la misma boca de los dioses a quienes adoraban. Creo que solo los chinos no practicaron este horror absurdo. En efecto, la China fue el único Estado antiguo que no estuvo sometido a los sacerdotes (…). Casi en todas partes la teocracia estaba establecida, tan enraizada que las primeras historias son las de los dioses que se encarnan para gobernar a los hombres. Los dioses reinaron doce mil años en Egipto según los pueblos de Tebas y Menfis; Brama se encarnó para reinar en la India; Sammonocodom en Siam ; el dios Adad gobernó en Siria; la diosa Cibeles fue la soberana de Frigia; Júpiter de Creta; Saturno de Grecia e Italia. La misma idea preside todas estas fábulas: los dioses descendieron a la tierra para regir a los humanos”.

A diferencia de los pueblos vecinos culturalmente organizados alrededor de la religión, según Voltaire la China habría adoptado la moral racional como eje vertebrador social. Así, por ejemplo, Voltaire propone una interpretación sobre por qué en la India se generó la creencia en la transmigración de las almas para acabar afirmando rotundamente: “No observo, entre los antiguos imperios, ninguno que no estableciese la doctrina de la inmortalidad del alma excepto los chinos. Sus primeros legisladores solo promulgaron leyes morales; creyeron que bastaba con exhortar a la gente a la virtud (…) Dicho brevemente: la antigua religión de los letrados en China fue la única en la que los hombres no fueron bárbaros (…) Si algunos anales tienen certeza son los de los chinos que unieron la historia del cielo con la de la tierra: solo ellos marcaban sus épocas por los eclipses y por la conjunción de los planetas (…) Las otras naciones inventaban fábulas alegóricas, pero los chinos escribían su historia con la pluma en una mano y el astrolabio en la otra, con una simplicidad que no se encuentra en el resto de Asia”.

Así, para Voltaire el elemento diferenciador es que los chinos, interesados en conocer y practicar todo aquello útil para la sociedad, perfeccionaron la moral: “Confucio no imaginó nuevas opiniones ni nuevos ritos; no se hizo el inspirado ni el profeta: era un sabio que enseñaba las antiguas leyes. Nosotros lo formulamos incorrectamente cuando hablamos de la religión de Confucio ya que, en realidad, no era otra que la de los emperadores y los primeros sabios. Confucio solo recomienda la virtud; no predica ningún misterio. Afirma en su primer libro que para aprender a gobernar basta con corregirse todos los días; en el segundo libro prueba que Dios ha grabado la virtud en el corazón humano; asegura que el hombre no es naturalmente malvado sino que se convierte en malo por su culpa; su tercer libro es una colección de máximas en las que no encontraremos ninguna bajeza ni alegoría ridícula. Confucio tuvo cinco mil discípulos; pudo dirigir un potente partido pero prefirió instruir a la gente antes que gobernarla. Se limitó a exhortar a los hombres a ser justos”.

Vemos, por tanto, cómo Voltaire proyecta sobre Confucio sus tesis deístas como fundamento de una sociedad que, liberada de los dogmas opresivos de la religión, se gobierna racionalmente de acuerdo con la Regla de Oro: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan”.  La China de Voltaire es una sociedad caracterizada por la inteligencia, la tolerancia y el servicio público. Por eso concluye sus reflexiones afirmando: “Los europeos buscan la riqueza, pero los chinos han descubierto un nuevo mundo moral”. Las mismas ideas se encuentran en otras obras de Voltaire: “Observaciones sobre los Pensamientos de Pascal” (1728), “Poema sobre la ley natural” (1752), “El huérfano de China” (1755) o “Catecismo chino” (1764).

Deja un comentario

4 ideas sobre “Voltaire y China”