¿Por qué China no quiere ser como Occidente?

Artículo original -> La Fiebre Amarilla

Fuente: http://www.spectator.co.uk/features/123017/chinas-civilising-mission/

El artículo de hoy seguramente muestre un enfoque diferente a la línea seguida habitualmente. Como ocurre en todos los ámbitos de la vida, y quizá de forma especial en lo referente a China, la experiencia y el estudio a veces nos hacen cambiar la forma de ver las cosas, la interpretación de lo que nos sucede y la lectura de lo que acontece a nuestro alrededor. Como decía anteriormente, esto ocurre de forma particular en lo relativo a China -a ojos de un occidental-, parafraseando al profesor Sean Golden (a cuyas clases se debe este artículo) «cuando pasas tres semanas en China querrías escribir un libro; si pasas tres meses podrás escribir un artículo y si estás tres años no sabrás por donde empezar». Sin necesidad de estar tres años, con la mitad me bastó para tener esa misma sensación, una impresión que aumenta conforme trato de acercarme a China con sus propios ojos. Por este motivo quisiera hoy reflexionar sobre algunas de las cuestiones más controvertidas sobre la actualidad de China, tratando de mostrar cómo nuestra interpretación de los hechos generalmente es más arbitraria y cuestionable de lo que solemos pensar.

Qué nos ha hecho diferentes…

El tema por el que quisiera empezar a hablar es el que centra la mayor parte de críticas hacia China, el principal pilar que provoca el recelo de gran parte del mundo occidental y que condiciona la imagen que se tiene de este país: la democracia. Parece una cuestión clara para cualquier país democrático, tema incuestionable, principio en el que se fundamentan nuestras sociedades, sinónimo de justicia e igualdad, lo más parecido al gobierno del pueblo o, como diría Churchill, el menos malo de los sistemas políticos. Esta idea tan generalmente aceptada por nuestras sociedades no es tan alegremente aplaudida por la población china. Se podría argumentar que esto se debe a la represión de un gobierno dictatorial más que a un verdadero sentimiento de aceptación, cuestión que no niego, pero la realidad parece ser mucho más compleja de lo que se acepta desde nuestro lado del globo.

Los orígenes

Para entender la lectura de la cuestión desde la perspectiva china es necesario que comprendamos el nacimiento del sistema democrático y su expansión por el mundo, así como la propia historia de China. La democracia nace en Europa, y crece y se consolida como consecuencia del peso creciente de la clase burguesa y de una serie de movimientos sociales que ponen en cuestión los antiguos regímenes. La base de nuestro sistema actual y de nuestras sociedades no se entienden sin la Ilustración, sin la Revolución Francesa, sin el triunfo de la razón y la ciencia o sin la idea de la libertad individual. Europa y Norteamérica son fruto de su propia evolución histórica, nuestra forma de entender el mundo es consecuencia de todo ello e inseparable de ésta. Pero caemos en un grave error, pudiendo pecar de arrogantes, si pensamos que las conclusiones a las que nuestra sociedad ha llegado son y deben ser universales. De la misma forma que Europa y EEUU son fruto de su historia, China lo es de la suya propia. 5000 años de historia al menos tan prolifera como la del mal llamado ‘Viejo Continente’ -otro ejemplo más de eurocentrismo-, con sus propios procesos y una riquísima filosofía y cultura que a veces parece ser olvidada. El pensamiento y la sociedad China han sido forjados por el Taoísmo, el Budismo o el Confucianismo, por conceptos como la armonía, el ying y el yang o la piedad filial, pero también por la Guerra del Opio o la Revolución Cultural. A lo largo de esta larga historia se impuso una visión del mundo en la que el colectivo es prioritario frente al individuo, en la que el individuo debe cumplir con una serie de obligaciones en el seno de su familia y el seno de la sociedad en su conjunto, individuo que no se entiende sino como conexión entre sus ancestros y sus predecesores por lo que nunca actuará como individuo independiente sino como una cadena de obligaciones y responsabilidades. Concepción que contrasta con la sacralización de la libertad individual como pilar fundamental de nuestras sociedades. Estas ideas no deben confundirse con lo que la sociedad pueda pensar o creer hoy día, pero son creencias que han forjado la moral y el comportamiento de su sociedad durante siglos, de la misma forma que el catolicismo o el protestantismo han dejado sus huellas en Occidente.

A estas diferencias se unen muchas otras que a veces pasan desapercibidas para la mayoría y que conviene tener en cuenta a la hora de juzgar adecuadamente lo que sucede en el resto del mundo. A riesgo de decir obviedades, me parece pertinente recordar que China tiene 1.300 millones de habitantes (2’6 veces más que toda la UE), una extensión de 9 millones y medio de km2 (más del doble que la UE en su conjunto) y cuenta con unas 56 etnias diferentes. Si en Europa el Imperio Romano acabo por desintegrarse dando lugar a diferentes reinos, en Asia el Imperio Chino nunca llegó a hacerlo totalmente y las diferentes dinastías y reinos fueron sucediéndose conservando la enorme extensión de territorio que hoy comprende la República Popular China. La división europea generará una larga historia posterior de competencia y guerras entre  diferentes reinos -y estados posteriormente- cuyas fronteras, en su gran mayoría, no estaban separadas por grandes accidentes geográficos, lo que proporcionaba un contacto constante entre todos ellos. Para muchos autores precisamente las diferencias geográficas entre Europa y China explican en parte el desarrollo desigual de ambos gigantes. Las guerras y conflictos constantes en Europa, así como la necesidad de comerciar con otros pueblos o de buscar recursos allende los mares serían resultado de las características del continente europeo y la proximidad de las fronteras. Mientras que China se habría mantenido relativamente aislada debido a la composición geográfica de su territorio. Alrededor del 75% del territorio chino está formado por grandes cordilleras montañosas o extensos desiertos que hacen casi inhabitable el terreno y separan a China por el norte y el oeste, por el este el límite es el Océano Pacífico y hacia el sur selvas tropicales y climas extremos, como ocurre también en el norte, dificultan el contacto terrestre con otros pueblos.

http://original.antiwar.com/justin/2011/11/20/the-pacific-pivot/

De esta forma el vasto territorio a lo largo de la costa y el centro de China habrían sido los lugares de mayor densidad de población, propicio para la vida y el cultivo del arroz. Pero los cultivos de arroz requieren a su vez de grandes cantidades de agua procedente de los grandes ríos nacidos en el otro extremo del territorio. Esto habría obligado desde tiempos remotos a movilizar grandes cantidades de población para la construcción de grandes canales que llevasen agua de una punta a otra del país, circunstancia que se ha ido repitiendo a lo largo de la historia de China y que explican en cierta medida esa necesidad de sacrificar los intereses individuales en pro de asegurar la supervivencia del colectivo. De esta forma China habría conseguido alcanzar su autosuficiencia y no habría tenido la necesidad de buscar su expansión más allá de los mares,  pese a contar con tecnología y conocimientos suficientes para haberlo hecho. Un ejemplo ilustrativo es esta recreación de un supuesto barco chino del explorador Zhang He y la carabela española con la que  Cristobal Colón descubrió América años después.

Comparación de los buques utilizados por Zheng He y Cristóbal Colón( Ibn Battuta Mall en Dubai, UAE) Fuente: Wikipedia

Este breve resumen de algunas teorías -mucho más elaboradas y precisas- da una idea de cómo la geografía pudo haber contribuido a esta diferenciación. Otros autores ponen el acento en rasgos culturales e ideológicos, como el peso del confucianismo, cuya condena de la práctica del comercio podría explicar en parte por qué China mantuvo su relativo aislamiento del resto del mundo hasta tiempos recientes.

La imagen de Occidente

Llegados a este punto existe otro aspecto importante en este análisis, la imagen de Occidente en China. Como ya se ha comentado ideas como la de libertad individual, Democracia o Derechos Humanos (que trataré más adelante en otro artículo), son ideas que surgen y son promocionadas -y a veces impuestas- por Occidente (Europa y Estados Unidos principalmente), circunstancia que no debe ser olvidada para entender su posible rechazo. La llegada de los europeos a Asia durante el s.XIX fue traumática. China, que se consideraba a sí misma misma el centro del mundo -中国 zhōngguó, el nombre de China en mandarín, significa literalmente «país del centro»- veía a los pueblos extranjeros como bárbaros. Hasta entonces, en términos de PIB -estimaciones hechas a posteriori-, China era la primera potencia mundial, sin embargo la llegada de las potencias europeas y su derrota ante ellas -Guerras del Opio- supondrían no sólo la pérdida de algunos de sus territorios sino también una humillación que marcaría al pueblo chino para siempre.

Evolución de la participación en el PIB mundial hasta 2005. Fuente: http://bbs.wenxuecity.com/neizhan/282408.html

A partir de entonces, y principalmente tras el final de la Guerra Fría y el triunfo del liberalismo, Occidente (Estados Unidos y Europa) dominarían el mundo imponiendo sus instituciones y sus reglas. Organismos como la ONU, la OMC o el Banco Mundial son instituciones creadas por estos países que promoverán e implantarían sus valores y normas por todo el globo bajo la bandera de la libertad y el desarrollo. Sin entrar a valorar el grado de buena fe de estas políticas, lo cierto es que desde algunos lugares del mundo estos movimientos han sido vistos como nuevas herramientas para imponer la apertura de nuevos mercados para el beneficio de las economías desarrolladas y en detrimento de los países con una desventaja económica. Cuestiones como la democracia o incluso los derechos humanos se han interpretado en países como China como una forma de que Occidente imponga sus valores o como meras excusas para justificar determinadas decisiones en contra de este país. Zhu Majie, subdirector del Instituto de Estudios Internacionales de Shanghai describe a la civilización occidental a través de cinco características propias: (1) espíritu salvacionista y sentimiento de misión, (2) expansionismo, (3) individualismo, (4) liberalismo y (5) utilitarismo; lo que resume en buena medida la imagen que en China se tiene no sólo de los occidentales, sino también de los valores e instituciones que estos promueven.

¿Capitalismo o comunismo?

Desde Occidente habitualmente se pone mucho énfasis en las contradicciones que para nosotros su sistema presenta, pues dentro de nuestra concepción del mundo «capitalismo» y «comunismo» son modelos contradictorios e ideológicamente opuestos. La aceptación de uno significa inmediatamente la negación del otro. Sin embargo, China se ha caracterizado históricamente por un pensamiento más práctico, holístico e integrador. Mientras que para nosotros resulta impensable ser cristiano y musulmán a la vez, en China las religiones tradicionales, el taoísmo o el budismo se practican en muchas ocasiones de forma conjunta sin ningún tipo de problema. En el terreno de la medicina sucede algo parecido, la medicina occidental se ha introducido en China sin que esto suponga una sustitución de la medicina tradicional, sino que ambas conviven como remedios complementarios. De forma similar ha sucedió con la llegada del comunismo, que se adaptó a las características propias del país alejándose del modelo soviético, y más recientemente con la apertura económica, creando un modelo mixto con elementos propios de gobiernos comunistas y liberalismo económico que se hizo llamar «socialismo con características chinas». Esto que puede resultar tan chocante e incluso hipócrita desde nuestra perspectiva, no se vive en China tanto como un debate ideológico -probablemente debido a que son ideas importadas- sino como una mera combinación de instrumentos que deberían servir para la consecución de unos objetivos. Siguiendo esa lógica la conclusión para muchos es clara, este modelo ha servido para alcanzar los objetivos (macro-) económicos previstos y en este sentido se considera todo un acierto.

¿Democracia o Meritocracia?

Como ocurre con la combinación de los modelos capitalistas y comunistas, el sistema de gobierno en China desafía los paradigmas y tabús de occidente. Mientras que desde nuestra perspectiva la democracia es algo innegociable, resultado de la superación de regímenes que han resultado fallidos y que se consideran cosa del pasado, en China el sistema de gobierno responde a un excepcionalismo chino y a unas características propias no presentes en otros países.

Zhang Weiwei, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Fudan, define al sistema chino como una «meritocracia» y expone algunas de las características que según él hacen a este sistema superior a los sistemas democráticos de Occidente. El Partido Comunista de China está formado por unos 71 millones de miembros, encabezado por el Comité Central que a su vez lo integran unas 300 personas elegidas por el Congreso Nacional del Partido cada cinco años. Dentro del Comité Central 22 miembros forman el Politburó, dentro del cual 7 miembros forman el Comité Permanente, encabezado por el Secretario General. En esta compleja pirámide los miembros van ascendiendo aparentemente según los méritos que han ido demostrando en cargos inferiores, por ejemplo en términos de cumplimiento de objetivos como desarrollo económico, creación de empleo, erradicación de la pobreza, etc. a nivel local o provincial,  por lo que según Weiwei hace que llegar puestos de verdadera importancia en el gobierno esté sólo al alcance de los mejor preparados. Este tipo de gobierno tiene su origen en la tradición política confuciana, siendo China el primer país del mundo  que -hace ya unos 1500 años- creó un sistema de examen público para entrar a trabajar en órganos del gobierno.

Sitsema de reclutamiento de funcionarios en el Imperio Chino. Fuente: http://room5worldhistory.blogspot.com.es/2012/12/the-political-development-of-china.html

Otra de las ventajas que se atribuyen a este sistema es la capacidad de tomar decisiones a medio y largo plazo que proporcionan una estabilidad y continuidad en la gobernanza que el cortoplacismo de gobiernos condicionados por la rivalidad partidista, las obligaciones electorales y los cambios obligados por las urnas a veces impiden. Tradicionalmente China ha tenido un enorme temor a la desestabilidad siendo la prudencia un rasgo muy importante no sólo en lo relativo a las decisiones tomadas por sus gobernantes, sino que se trata en general de un rasgo propio del mismo pueblo chino.

Finalmente otra de las razones que se argumentan habitualmente para legitimar al gobierno son los resultados obtenidos. Según el Banco Mundial, China logró sacar a 660 millones de personas del umbral de la pobreza entre 1981 y 2008, algo que ningún otro país había logrado antes, reduciendo en sólo los últimos 6 años a casi la mitad su porcentaje de pobreza. El espectacular crecimiento en términos macroeconómicos que ha posibilitado esta reducción de la pobreza en el gigante asiático y parece estar devolviendo a China a una posición central en el mundo es quizá la principal razón que justifica la idoneidad de este modelo y que explica la relativa estabilidad social del país. Pese a todo, éstas son sólo las grandes luces que no ocultan muchas otras sombras aún pendientes de resolver como la enorme desigualdad social, la abundante corrupción o la creciente degradación del medio ambiente, problemas que de no solventarse a tiempo harían insostenible el modelo.

Al fin y al cabo no debería resultarnos tan extraño el rechazo de nuestro «ejemplo» en otros lugares del mundo ¿Qué legitimidad tenemos nosotros para hablar de democracia -it est: el poder del pueblo- cuando nuestro poder se reduce a ejercer el derecho al voto una vez cada cuatro años, cuando como hemos visto en España practicamente ningún político roza el aprobado de los ciudadanos, cuando los gobiernos pueden incumplir las promesas por las que fueron elegidos sin que durante cuatro años el ciudadano tenga ningún tipo de mecanismo para sancionarlo? Y lo mismo ocurre a nivel europeo donde el porcentaje de participación ciudadana en las elecciones es mínimo y parte la cúpula encargada de la compleja gobernanza de la Unión no es elegida por los ciudadanos. Ni siquiera los EEUU, quienes mayor uso hacen del término «democracia» como argumento ético, son un ejemplo ideal de democracia cuando su sistema reduce la batalla electoral a dos grandes partidos que deben representar todas la sensibilidades del país. Como vemos, todos nuestros sistemas cuentan con importantes déficits democráticos que nos tendrían que hacer ser más cautos a la hora de utilizar a la ligera el término democracia. Un término que, como tantos otros, se desvirtúa cada vez que en la realidad da alguna muestra de no corresponderse con lo que en la teoría representa.

Poniendo a prueba nuestras creencias

Con todo esto no pretendo ensalzar las bondades del sistema chino, ni siquiera justificarlo o defenderlo ante nada ni nadie, sino reflexionar sobre algunos aspectos que necesariamente deberíamos tener en cuenta a la hora de hablar de China, incluso desde una perspectiva occidental. E insisto deliberadamente más en las luces que en las sombras por la sencilla razón de que son éstas las que más fácilmente se ignoran en cualquier análisis realizado desde esta parte del globo. Creo que ponerlas en claro, explicar algunos argumentos que son importantes, si no para toda, para gran parte de la sociedad china, es un ejercicio necesario y que va más allá del interés o no por este país. El éxito y desarrollo económico que ha vivido Europa y EEUU durante tanto tiempo nos ha hecho creer que esta superioridad en lo material implicaba también una superioridad moral y cultural, desdeñando en muchos casos los valores y principios de otros lugares y épocas cuando éstos chocaban con los nuestros. Tristemente parece que seguirá siendo el desarrollo económico lo que nos obligue a mirar con otros ojos a aquellos que los ostentan y a revaluar nuestras creencias sobre los mismos. Nos pasará con Asia y seguramente con Iberoamérica también, fruto de esta transición de poder que parecemos estar viviendo. Y nos pasa incluso con nosotros mismos como sociedad. Es el fracaso económico lo que nos lleva a ahora ignorar y despreciar a otras cualidades que como sociedad sí hemos demostrado, como si la economía fuese la vara de medir de todo. Esto nos ha permitido ignorar otras voces cuando hemos sido grandes, y nos obligará a escuchar y tratar de entender a los que ocupen ese lugar en el futuro. Sin embargo, por humildad y por el enriquecimiento que supone, deberíamos tratar de comprender a todo aquel que ponga a prueba nuestros propios principios -sea cual sea su PIB-, pues seguramente tenga alguna razón para hacerlo y seguramente nosotros alguna razón para escuchar. Otras religiones, otras culturas y otras ideologías no deben ser motivo de conflicto o amenaza, sino de desarrollo. Cada una de ellas representa una cosmología del mundo, una determinada interpretación de una realidad que es a su vez fruto de construcciones sociales, y que no puede ser analizada, y mucho menos despreciada, si no llega a ser comprendida desde dentro y en sus propios términos.

Viñeta de Ferreras. Fuente: http://www.elperiodico.cat/ca/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=482553&idseccio_PK=1017&h=080213

Así que la pregunta quizá no deba ser por qué China no quiere ser como Occidente, sino por qué no lo es. Como ha pasado en las diferentes sociedades occidentales somos fruto de nuestra propia historia y de nuestros propios errores. Nuestros valores, instituciones y sistemas de gobierno también lo son, y pese a la globalización del mundo y la universalización de tantas cosas las particularidades de cada sociedad siempre impondrán su lógica. Precisamente debido a esa creciente conectividad del mundo entender y respetar estas diferencias -ajenas y también propias a través de nuestra historia- será no sólo una necesidad, sino una obligación.

Artículo original –> La Fiebre Amarilla

por Víctor Rico Reche

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