Los chinos ricos de Shanghai son como los ricos de casi cualquier parte. A algunos les gusta demostrar que tienen dinero, y a otros no tanto. Yo me codeo a diario con chinos que tienen bastante pasta, y no es porque de repente me haya hecho amiga de la jet-set shanghainesa, sino porque me dedico a enseñar inglés a los hijos de chinos pudientes.
Antes de venir a China mi experiencia enseñando a menores de edad se reducía a la que tuve trabajando en un colegio de secundaria cerca de Brighton, en el sur de Inglaterra. No sé cómo es dar clase a niños o adolescentes en España, ni cómo es el trato entre los profesores y los padres en mi país -aunque puedo hacerme una idea-, pero creo que en general es bastante diferente de lo que estoy viviendo aquí en Shanghai. Algo que me llama mucho la atención en mi día a día en el colegio no es tanto los niños como sus padres. Cuando estaba en Inglaterra tenía algunos alumnos que venían de familias con pocos recursos o que habían sido abandonados por sus padres y vivían con algún otro familiar. Después de hacer las prácticas en un instituto en Plymouth acabé medio horrorizada al ver las grandes desigualdades que hay en algunas partes de Inglaterra, que a pesar de ser un país tan rico tiene a niños cuya única comida caliente al día es la que hacen en el colegio.
Aquí en China existe un problema parecido, y es el de los millones de menores de edad que son criados por sus abuelos o familiares porque sus padres han tenido que emigrar para ganarse la vida. Esto sucede en las familias humildes, con lo cual es un fenómeno social que no afecta a mis alumnos ni a sus padres, que tienen mucho dinero y pueden permitirse llevar a sus hijos a un colegio privado. Sin embargo, cuando comparo mi experiencia en Inglaterra con la que tengo en Shanghai, los niños de mi colegio más desafortunados en el plano familiar son justamente los más adinerados, no los más pobres. Muchos de mis alumnos pasan las tardes con su ayi (la empleada del hogar), que obviamente no puede ayudarles con los deberes de inglés, y tampoco va a poner mucho empeño en educarles. Sus padres trabajan hasta tarde o ni siquiera están en Shanghai todo el tiempo sino en viajes de negocios, así que no tienen ni idea de cómo les va a sus hijos en el colegio. Conozco un niño de familia numerosa que prácticamente es criado por la ayi y que con ocho años no sabe ni atarse los cordones ni limpiarse el culo él solo (no es broma). Sus padres se dedican a los negocios. Son personas inteligentes y están bien consideradas en su entorno laboral, pero si tan listos son ¿cómo no se dan cuenta de que están creando unos seres inútiles, torpes y dependientes? Estos niños están creciendo acostumbrados a no hacer nada por sí mismos y a recibir todo lo que deseen y necesiten sin tener que competir ni esforzarse por ello. Mis alumnos, aun teniendo de todo, viven un tipo de abandono que solo parecemos criticar los profesores occidentales. Pero incluso algunos de los padres que sí están presentes, -al menos físicamente presentes- ¡parecen tener tan pocas ganas de pasar tiempo con sus hijos! Vienen a por ellos a recogerles y al verlos en clase haciendo la tonelada de deberes que tienen para el día siguiente les dicen “Fulanito, acaba los deberes, yo te espero en el sofá”, donde se acomodan mirando el móvil hasta que la niña o el niño acaba su faena casi a las cuatro y media de la tarde. Eso sí que es cómodo, que la profe tenga a tus hijos nueve horas al día y te lo devuelva con los deberes hechos, no sea que vayas a tener que sentarte con el nene a ayudarle, qué horror. En momentos así es cuando me siento más como una nanny de lujo que como una profesora.
Hay otro aspecto de la educación de los pequeños en China que afecta esta vez a todas las familias, y es la política del hijo único establecida en 1979 -aunque en las zonas rurales esta medida no se observa tan estrictamente. En poco tiempo China ha pasado de ser un país donde se exaltaba el maoísmo, la colectividad y la importancia de pertenecer a un grupo, despreciando el individualismo y minusvalorando la privacidad, a ser una nación plagada de “pequeños emperadores” mimados por sus padres y sus cuatro abuelos. En el interesantísimo libro My Red China Blues, de la periodista canadiense Jan Wong, la autora reflexiona sobre el futuro del comunismo en un país cada vez más individualista, al que equipara en este aspecto con los Estados Unidos. Wong apoya la idea de que estas nuevas generaciones chinas, educadas para anteponer sus necesidades y deseos a los de los demás, pueden ser la clave que acabe con la dictadura del Partido Comunista en China, ya que ninguno de estos pequeños emperadores va a querer ser el esclavo de nadie.
Así son los futuros adultos de la clase alta en China. Yo, cuando veo cómo viven mis alumnos pienso en la generación de sus abuelos y bisabuelos. Tal vez eran gente privilegiada, con cocinero, sirvientes, y contactos dentro del Partido. O a lo mejor eran unos pobretones normales y corrientes para los que comer carne era un lujo, que un día juraron que sus descendientes no sufrirían las calamidades por las que ellos tuvieron que pasar. Y ahí están, encantados de ver que su adorado y único nieto va a un colegio de pago, veranea en la playa y puede atiborrarse de ternera, dulces y de lo que le dé la gana, y que le dice a su ayi en un perfecto inglés “Ayi, wipe my ass” (osea, “Ayi, límpiame el culo”).
Post original: incertidumbreautomatica.wordpress.com
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