Resolución de conflictos a la china: cuando mi suegra casi achicharró a sus vecinos

Como muchos sabréis, en China, el sistema judicial no se ha desarrollado tanto como lo ha hecho la economía, y esto hace que nos encontremos con muchas situaciones en las que la segunda invade la esfera de la primera. De hecho, denunciar a una persona o tratar de llevarla a juicio es una posibilidad tan sujeto a los “caprichos” de los letrados, que mucha gente opta por arreglar las disputas a base de una buena compensación contante y sonante.

Los accidentes de tráfico leves (y no tan leves) son una de las situaciones más frecuentes y visibles en las que podemos apreciar esta forma de solucionar conflictos. Y es que, aunque conducir un coche conlleve la obligación de ir asegurado, al cometer un error al volante, son muchos los que prefieren negociar una compensación justa con el afectado antes que dejar el asunto en manos de los “amigos” que cada uno tenga en los gremios competentes.

Sin embargo, el modelo “afloja y olvídate” se aplica en una enorme gama de disputas que impliquen a todo tipo de agentes sociales, y para muestra de ello, el caso en que mi suegra incendió accidentalmente su tienda de zapatos.

Aunque suene a broma, lo cierto es que todo ocurrió por la tarde del 28 de diciembre de 2013. Nuestra protagonista se encontraba atendiendo a unos clientes cuando, de pronto, unos transeúntes le avisaron de que salían humo y llamas de la vivienda superior. Desgraciadamente, para cuando se realizó el aviso, el fuego ya se había extendido por el piso que la zapatera usaba como almacén, y amenazaba la seguridad de los vecinos del tercer piso, quienes tuvieron que salir echando chispas de su hogar.

Para colmo, los bomberos tardaron en llegar a la zona del incendio, y aunque ninguna persona resultó herida, la madre de mi novia perdió un cargamento de zapatos por valor de unos 20000 euros, mientras que la vivienda de los de arriba, con quienes trataba desde hace años, quedó temporalmente inhabitable. Y aunque muchos no os lo creáis, dado que ni su negocio, ni la mayoría de los que regentaban en la céntrica calle del pueblo, cuenta con ningún tipo de seguro, no quedaba otro remedio que solucionar la situación de los vecinos a golpe de renminbi.

Ahora bien, teniendo en cuenta que mi suegra acumulaba años y años de relación con la familia afectada, lo lógico hubiese sido que la compensación le saliese “barata”. Pero nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, puestos a recibir una compensación por los daños, ¿quién no se vería tentado a declarar algún que otro desperfecto de más?

Además, aunque las autoridades no fueron capaces de determinar el origen del incendio, y bien podía haber comenzado con una colilla desprendida sobre el balcón del almacén, lleno de cajas de cartón, la familia del tercero sabía que la ahorrativa zapatera gustaba de cocinar sus comidas en un rincón de la planta siniestrada, y esta era una circunstancia que los muy pillos no dejaron pasar a la hora de señalar al responsable.

No obstante, acostumbradas al ambiente más o menos solidario que reina entre los vecinos del pueblo, mi novia y su madre no se esperaban que la avaricia fu-manchuniana de sus “amigos” llegase a los niveles que alcanzó.

Para empezar, y aprovechando que el calor había deformado ligeramente el suelo de su hogar, la madre de la familia afectada exigió a la tendera que le costease una nueva vivienda, ya que, supuestamente, la suya había quedado irremediablemente dañada. Es más, en caso de rechazar esta vía, la familia estaba dispuesta a llevar a nuestra amiga a juicio, y eso son palabras mayores, ya que, como he dicho antes, en la China caciquil, despertar de la siesta a los jueces puede salir muy pero que muy caro.

Todavía me acuerdo del enorme disgusto que se llevó mi querida suegra ante semejantes demandas, y la cantidad de horas que pasó discutiendo con su hija sobre el modo en que podrían solucionar el asunto.

Naturalmente, cabía la posibilidad de que todo fuese un simple farol, pero por mucho espíritu capitalista que tuviese, mi suegra no contaba con el capital necesario para pagar un piso nuevo, y su negativa a esta propuesta había la vía a una gran variedad de triquiñuelas y jugarretas imaginables con tal de asustarla.

Así pues, consciente de que recurrir a los juzgados podía salirle todavía más caro, nuestra amiga tiró de sus contactos para que algún humilde cargo del ayuntamiento, de esos que se ocupan de “recaudar” para los peces gordos, se diese una vuelta por la zona cero para valorar los daños causados.

El informe de habitabilidad del “experto” costó cerca de 400 euros, pero a cambio de ello, nuestra protagonista logró adelantarse a su vecina, quien, probablemente, podía haber logrado un veredicto favorable a sus intereses a cambio de una “contribución” a las arcas del ayuntamiento.

Aun así, a la vista de los disgustos que el fuego había causado a la familia, mi suegra no solo accedió a cubrir los gastos de la reparación del piso y de la vivienda (nueva) que alquilaron mientras los obreros hacían su trabajo, sino que, además, costeó el inventario de bienes almacenados en el balcón que se habían chamuscado al fuego, y ofreció una generosa suma a modo de compensación por “daños y perjuicios”.

En resumen, y como rezaba el anuncio:

-Certificado del “Departamento de Urbanismo”: 370 €
-Reparación de la vivienda: 2500 €
-Alquiler de piso provisional: 620 €
-Longanizas, tocinos, y ropas quemadas en el balcón: 350 €
-Extra por inconvenientes: 1250 €

Que se te incendie una tienda sin seguro y no acabes en el centro de reeducación por capitalista irresponsable: no tiene precio.

Hay cosas que la justicia no puede arreglar. Para todo lo demás, renminbies a porrillo.

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