热情,la cara más amable de China

Y es que no todo son cosas malas.

Yo me quejo. A ver, soy de Granada, la malafollá está ahí. Es inevitable. Pero aunque me queje a diestro y siniestro, eso no quiere decir que sea incapaz de apreciar los pequeños detalles y las cosas buenas de la vida en China. Si no las hubiese, tampoco yo seguiría en este país.

Para empezar, la gente es muy clara. Las cosas son como son, y te las sueltan en toda la jeta, sin tapujos ni medias tintas.

Esa actitud me gusta. Si eres un enano, te llaman enano; si estás gordo, te llaman gordo (incluso añadiendo epítetos, como «portentoso» o «magnífico»); aquí, como diríamos en España, no se la cogen con un papel de fumar. Chapó.

Sé que para muchos esto que estoy comentando podría considerarse como una falta de delicadeza considerable. Bueno, en cierto modo lo es. Pero, personalmente, siento debilidad por la honestidad y lo políticamente incorrecto, así que por ese lado los chinos me tienen encandilada. Mi amigo el chino bipolar –actualmente en paradero desconocido– era un magnífico ejemplo de esto: me llamaba «ratón de biblioteca» y «cuatro ojos» antes de almorzar, y luego me señalaba que «me estaba poniendo gorda» el resto del día. Y razón no le faltaba. Al hideputa.

De la honestidad, pasamos a la curiosidad. Y de la curiosidad, al descaro. Esta no es una buena característica de los chinos, al menos desde el punto de vista occidental, pero no hay que olvidar que lo que en verdad pretenden es ser hospitalarios, mostrar interés por ti. En realidad, se les da un ardite en qué trabajes o de dónde seas. O no. El caso es que, lo que en un principio pudiera parecer una falta de educación grandísima, puede ser una magnífica fuente de entretenimiento para ambas partes, si se entra al trapo. Ayer mismo en el supermercado, a mi amigo Diljeet y a mí nos preguntaron dónde íbamos a vivir cuando nos casáramos. Así, sin más. Sin calentamiento ni nada. A pelo.

Claro, cuando esto te pasa la primera vez, te deshaces dando explicaciones: que si no somos pareja, que si es mi compañero de clase, patatín, patatán… O cuando vas en el taxi, y lo primero que te pregunta el conductor es A) cuánto dinero ganas al mes o B) cuándo dinero pagas al mes; las primeras veces hasta echas cuentas y todo, o te quedas que no sabes qué responder ante tamaño descaro. ¡Pero qué leches! Y lo fácil que es decir «[inserte cifra aleatoria aquí] al mes, ¿y tú, majo?». Sinceramente, te quedas en la gloria.

Con lo de los novios/matrimonios, tres cuartas de lo mismo. Ya me pasaban estas cosas cuando iba con el ruso por la vida, pero ahora con Diljeet, que es paquistaní, el factor golosmeador se ha multiplicado por diez: una rubia y un paquistaní… Somos La Copa Danone. Una tentación irresistible.

Este tipo de conversaciones con la gente del mercado, los vendedores ambulantes o los taxistas, dan mucho juego. Proporcionan unos buenos ratos inolvidables, además de constituir una fuente inagotable de expresiones coloquiales. Ayer aprendimos a decir «lameculos» en chino, que es mapijing 马屁精, y enseñamos a decir fuck you a unas trabajadoras del super, que la tenían emprendida con un empleado de allí. Ojo, insistieron ellas.

Los chinos son muy atentos con sus huéspedes. Cuando les haces un favor, tienen infinidad de detalles contigo, desde invitarte a comer en sus casas hasta llevarte de turismo o a un espectáculo con su familia. Conocer a las familias chinas desde dentro ha sido una de las mejores experiencias que he tenido en este país. Y hablar con los niños, ver qué piensan de sus vidas, las cosas que hacen en el colegio, etc, es una información valiosísima. Indudablemente, hay cosas en China que deberían cambiar. Pero para conocer una cultura, hay que vivirla, y cuando una se adentra en el laberinto rojo se da cuenta de lo incompleta que puede llegar a ser la imagen que nos venden los medios de comunicación.

Recuerdo una mañana que le comenté a una de mis niñas que me dolía la garganta, posiblemente debido a los cambios bruscos de temperatura propiciados por el uso desproporcionado del aire acondicionado en algunos sitios y la ausencia del mismo en otros. La niña le dijo algo a la sirvienta y no pasaron ni cinco minutos cuando esta volvió con una medicina especialmente indicada para el dolor de garganta; otro día, regalé un libro de animales recortables a otra de mis niñas, ya que sabía que le gustaban mucho los animales. Al día siguiente, en su casa me esperaba todo un zoológico de animales de papel, algunos de los cuales conservo ahora conmigo, como regalo de despedida.

Que las limpiadoras te inviten a café para que no tengas que gastar dinero en la calle, o se ofrezcan a enseñarte a cocinar comida china; que te aplaudan los guardias de seguridad cuando te ven salir arreglada; que los niños te llamen «tita» ayi 阿姨… todas esas cosas tienen su puntillo.

La gente es amable y abierta. Son campechanos. En el fondo, se hacen querer.

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