Aunque, en China, la relación entre suegra y nuera es considerada como la más “delicada”, debido a la extrema celosía de muchas madres con respecto a sus “pequeños emperadores”, para gran parte de los hombres del país, el encuentro con la futura suegra constituye un momento no menos temible de cara a las expectativas de matrimonio.
Como ya expliqué en otras ocasiones, este fenómeno deriva de los cambios producidos sobre el carácter patrilocal de la sociedad tradicional, marcados por una clara decadencia de la costumbre de que la esposa se mude a casa de sus suegros.
No es que a los padres no les importen las condiciones que vayan a disfrutar sus hijas una vez casadas, pero en buena parte de este país, el rol masculino va íntimamente acompañado del ideal de la generosidad, circunstancia que, muy a menudo, implica mantener cierta indiferencia sobre la cuestión económica.
Es por eso que, a día de hoy, las suegras de los novios se han convertido en un agente crucial a la hora de definir y formular las expectativas de calidad de vida de las nuevas parejas. Es más, dentro del imaginario popular abunda la idea de que la alarmante escalada de los precios de la vivienda se debe, precisamente, a sus cada vez más altas exigencias, hipótesis que quizás no esté demasiado alejada de la realidad.
Como muchos ya habréis deducido, esta es una cuestión que afecta especialmente a las parejas en las que el novio no alcanza el estatus económico, social y cultural esperado por los padres de ella, quienes no dudarán en oponerse a la relación. Y aunque no pocos paisanos se sorprendan de ello, lo cierto es que ese es precisamente mi caso, el cual, como muchos deduciréis, cuenta con el handicap de mi naturaleza foránea.
Tras un año saliendo juntos y varios meses conviviendo con mi novia sin que ella dijese ni palabra en casa, la noticia de nuestra relación sentó como un auténtico bombazo a sus padres, quienes, dicho sea de paso, se divorciaron cuando ella apenas tenía 5 años.
Ya estábamos sobre aviso, sabíamos que su reacción sería negativa, y que nos esperaban meses de batalla, pero para nada me imaginaba que pudiesen llegar a semejantes niveles de atosigamiento. Para mí la experiencia supuso algo así como un viaje al pasado de Europa, décadas antes de que los movimientos de Mayo de 1968 se cargasen los vestigios del rancio autoritarismo familiar que dominó durante buena parte de nuestros procesos de modernización.
Mientras el padre, que apenas se había hecho cargo de los gastos de su hija, obraba desde una posición aparentemente moderada, la madre dio pie a su particular batalla para separarnos, consistente en interminables llamadas de teléfono que se producían todas horas, la mayoría de ellas aderezadas con chantajes emocionales de lo más dudoso.
Sé que esta es una cuestión muy relativa, y que lo que a mí me parecían conductas moralmente inaceptables, eran entendidas como algo “normal” y del todo comprensible para mi pareja, quien consideraba poco menos que un pecado capital no contestar las llamadas de su madre.
No voy a citar ejemplos de lo que mi suegra llegó a decirle a su hija, porque, aunque me tienta mucho denunciar lo terriblemente dictatoriales que pueden llegar a ser los padres en China, soy consciente de que en este caso me conviene callar, por el bien de las relaciones familiares.
Afortunadamente, en aquellos momentos nos separaban unas 5 horas de tren, y gracias a la ferviente dedicación de mi futura suegra a la venta de zapatos, no tuvimos que padecer el desesperante atosigamiento que sufren otras parejas menos afortunadas. No obstante, tras más de un mes de persecución telefónica infructuosa, la madre de mi novia decidió agarrar al toro (o novillo) por los cuernos, y acercarse a Wuhan (Hubei) para discutir el asunto cara a cara.
La reunión en sí suponía un momento de lo más decisivo para nuestra relación, ya que, por lo general, conocer a los padres de la novia supone un nivel de compromiso muy alto de cara al matrimonio, aunque, en este caso, supuso más bien una visita de prueba que la madre de mi novia mantuvo en secreto a la mayoría de sus relaciones, y que realizó “de paso”, aprovechando la compra de un cargamento de zapatos para su tienda de Dangyang.
El encuentro fue breve, y apenas se extendió desde el mediodía hasta las seis o siete de la tarde, incluyendo un par de horas de siesta requeridas debido a la cantidad de horas de tren que se había pegado nuestra querida zapatera. Sin embargo, duró el tiempo suficiente para que fuese sometido al temible “interrogatorio de la suegra“.
El interrogatorio de la suegra es uno de los sistemas de extracción de información más tremendos a los que son sometidos los hombres de este país. Básicamente, la suegra puede preguntar cualquier cosa que se le ocurra, excluyendo tan sólo ciertos temas sexuales, mientras que la obligación del novio es responder a todo sin pestañear, o correrá el riesgo de que su hombría quede en entredicho.
Por supuesto, también se tomarán en cuenta aspectos más visibles, como el propio aspecto físico o la estatura, sobre los que es posible que pueda caer algún comentario del tipo “¿sois todos igual de bajos en tu familia?”, pero sin malicia, sólo por estar al tanto de la herencia genética.
En cualquier caso, sí que hay una serie de cuestiones que es muy posible que lleguen a plantearse de forma explícita y que, en la gran mayoría de los casos, constituirán una de las mayores preocupaciones de la futura suegra, por lo que no viene nada mal tenerlas en cuenta.
Ahí van unos ejemplos a modo orientativo:
1- ¿Cuál es tu condición salarial en estos momentos?: Se trata de una pregunta casi inevitable, una que sólo unos pocos padres renunciarán a dirigir al pretendiente, posiblemente a cambio de la más sutil “¿tienes trabajo estable?”. Es una cuestión que hay que responder con rapidez y seguridad, nada de torcer los ojos arriba para calcular; la cifra tiene que estar ya lista para disparar, sea real o un poco exagerada.
Mi suegra esperaba (y espera) que ganásemos al menos 20.000 yuanes en China, unos 2400 eurazos que suponen una auténtica barbaridad para alguien que se crió en la pobreza, y todo un espejismo de expectativas si tenemos en cuenta el salario medio por estos lares.
Yo cometí el error de ponerme a reflexionar sobre lo diferente que podía suponer un salario en Europa, donde además se incluyen ciertos servicios públicos que no suelen estar cubiertos en China. Error monumental. Lo mejor es decir que sí a todo, y luego ya veremos lo que pasa, que es lo que, en general, hace la mayoría de los chinos en esta situación.
2- ¿Cuánto crees que puedes llegar a ganar en el futuro?: Esta es la pregunta que más víctimas ha causado entre los pretendientes occidentales, mucho más dados a verbalizar la incertidumbre y las contingencias. Mucho cuidado, porque, en este caso, un aparentemente comedido y prudente “ya veremos” puede echar por tierra tu proyecto de pareja.
Por eso mismo, una vez más, lo mejor es responder con seguridad y rapidez, pero sin chulería. Y no merece la pena dárselas de modesto y soltar una cifra a la baja, porque la mayoría de los pretendientes locales harán justo lo contrario.
3- ¿Puedes costear una vivienda para mi hija?: Pensabas que ya había pasado lo peor, ¿verdad? Pues eso sólo era el calentamiento para la pregunta del millón, esa con la que te la juegas de verdad.
Aquí ya hablamos de asuntos serios, porque a pesar de que la suegra rara vez llegará a fisgonear en tus cuentas bancarias (aunque probablemente pedirá a su hija que lo haga), el tema del piso ya es un poco más complicado de disimular, más que nada por eso de su tamaño y visibilidad.
En el caso de los extranjeros occidentales, jugamos con cierta ventaja, porque cada vez más familias son conscientes de que un permiso de residencia en Europa o Norteamérica puede valer más que un piso en la cada vez más problemática China. Pero ojo porque no siempre es así, especialmente si provenimos de países “de tercera”, o de áreas rurales, a las que muchos chinos asocian con la pobreza y la falta de servicios.
4- ¿Puedes comprar un coche?: Aunque es posible que se te perdone, momentáneamente, haberte hecho el loco sobre la cuestión de la vivienda, lo más seguro es que te las tengas que ver con la cuestión del coche.
En mi caso, este ha sido uno de los puntos más decepcionantes y amargos para mi futura suegra, quien lleva años soñando con el momento en que su hija y su prometido lleguen a Dangyang montados en un BMW y que sus vecinos se mueran de envidia ante la escena.
En fin, ella ya ha aceptado que, seguramente, ese día nunca se produzca, en parte porque no estoy tan loco como para conducir por las ciudades en las que he vivido, pero, sobre todo, porque sabe muy bien que, después de haber visitado mi tierra natal, su hija no va a quedarse sin vivir unos cuantos años fuera de China.
5- Sobre tu nivel de estudios… : Cuidado con este tema porque puede ser mucho más delicado de lo que esperamos, ya que, en China, todavía resulta casi un agravio para el hombre que su esposa cuente con un mayor nivel educativo.
Personalmente, me he visto parcialmente aquejado por este tipo de presión, ya que, aunque estoy cerca de acabar mi doctorado, accedí a estos estudios sin haber estudiado un máster, por lo que, técnicamente, mi novia cuenta con títulos superiores a los míos.
6- ¿Cuál es tu punto de vista sobre el matrimonio?: Otra preguntita que se las trae, y que para nada supone una invitación a la reflexión filosófica.
Los divorcios son una realidad cada vez más patente en la sociedad china y muchos padres los ven como un gran riesgo para la estabilidad de sus hijas y de sus nietos. Una vez más, respuesta contundente y siendo muy consciente del berenjenal en el que te estás metiendo, porque las consecuencias de echarse para atrás pueden ser desastrosas, sobre todo en el caso de los novios extranjeros.
Basta con recordar que, en un país todavía muy marcado por el patriarcado y el machismo, el simple hecho de haber mantenido una relación previa con hombres extranjeros puede suponer todo un estigma para muchas chicas, sobre todo en las zonas menos desarrolladas.
Vamos, que, como ya habréis deducido unos cuantos, personalmente, me encuentro en una situación prácticamente “sin retorno”, y lo cierto es que, de momento, estoy satisfecho con ello. Muchos mencionan las diferencias culturales como problema infranqueable para relaciones como la nuestra, pero a mí me parece que, mientras haya ganas de entenderse y aprender de la mirada del otro, esas diferencias bien podrían actuar como aliciente.
En realidad, durante el día a día, mi novia y yo tenemos más o menos los mismos problemas cotidianos que afectan a la mayoría de parejas del mundo moderno. Por lo general, nuestros problemas más grandes han provenido de la actitud de sus padres, quienes, a pesar de no haber seguido el modelo de matrimonio tradicional, creen tener la legitimidad para imponernos los términos y los objetivos de nuestra relación de pareja.
Sin embargo, por tentador que nos resulte a los occidentales fijarnos en estas contradicciones tan llamativas, y tratar de plantarles cara a través de la dialéctica o del pensamiento crítico, no creo que ese enfoque sea muy recomendable. Muy al contrario, considero que lo mejor en estos casos es echar un vistazo al modo en que los propios novios chinos tratan el problema, que muchas veces implica enormes dosis de paciencia, una jeta de hormigón armado, y la habilidad de lograr que los brindis con licor de arroz acaben ablandando el corazón de los suegros.
Eso es todo por esta vez. Espero que el artículo os haya resultado de interés, y que os sirva a modo de orientación para los que estéis buscando novia estable en China. Otro día os hablaré con más detalle de mi especial relación con mi suegra, que se va suavizando a medida que ella misma se plantea la posibilidad de salir del país.
Como de costumbre, os invito a que compartáis vuestras experiencias al respecto, o argumentéis sobre cualquier aspecto del escrito que consideréis erróneo.
Hasta entonces, nos vemos en Historias de China.