Una boda china para todos los públicos

Aunque los chinos son bastante dados invitar a sus amigos extranjeros a este tipo de eventos, a mí me costó bastante ganarme dicha oportunidad por parte de las amistades de mi novia, debido principalmente al reparo que sentía porque sus amigos se enterasen de nuestra relación.

Cierto que quizás fui un tanto insistente sobre el tema, pero después de todo lo que habían contado sobre los rituales matrimoniales del país, no quería dejar pasar una celebración tan llena de interés.

Uno de los relatos que más me llamó la atención fue el relativo a los rituales en los que el novio simula una especie de “rapto” de la novia en su vivienda familiar, con todo tipo de pruebas y retos divertidos interpuestos por los familiares y amigos de ella. Sin embargo, tal y como comprobaría en la boda de nuestra amiga, además de variar geográficamente, las costumbres parecen haber cambiado bastante en las últimas décadas.

De hecho, me sorprendió comprobar el grado de occidentalización detectable en las nuevas costumbres, algunas de las cuales pueden llegar a niveles de “ortodoxia” ya perdidos en buena parte de Europa. Acostumbrados a bodas de familiares y amigos cada vez menos espectaculares, me llegó a extrañar el grado de preocupación por los detalles del ritual manifestados por la pareja china. Aunque, a decir verdad, parece que son las novias, con su especial fervor por “vestir de blanco”, quienes están definiendo el estándar de “boda al estilo occidental”.

No obstante, como ocurre en muchos otros aspectos de la modernización en este país, la fijación por lo “occidental” como modelo se centra, sobre todo, en los aspectos visibles, y no tanto en el sentido y el simbolismo de sus formas. Es decir, la transformación del ritual matrimonial no deriva de la adopción de la cultura cristiana en la que se desarrolló, sino que parece obedecer a la batuta teatral y escenográfica de las películas de Hollywood.

Efectivamente, por suerte para el impío pecador que es servidor, el estilo de las nuevas bodas chinas ha optado por saltarse completamente la parte relativa a la misa y el sacramento cristiano, y en una gran cantidad de casos, incluido el nuestro, el ritual tiene lugar en uno de mis espacios sociales favoritos: el salón de banquetes de un buen restaurante.

Aun así, al tratarse de un hito tan especial en el recorrido vital de los enlazados, casi resulta obligatorio dotar al nombramiento de cierta teatralidad, de modo que el “sí quiero” (wo yuanyi) sea compartido y retenido en la atención de los presentes como un momento de crucial importancia en el marco de las relaciones sociales.

Y vaya que si se le pone teatralidad al asunto. En China existe ya toda una industria dedicada a organizar y “ejecutar”, cual obra artística, ese momento tan soñado por las novias chinas (y por cada vez más novios también). Así pues, no es de extrañar que, tan pronto como entremos al comedor, nos encontremos con decorados, pasarelas, focos, cámaras y personal técnico como para rodar la siguiente película de Indiana Jones.

Por otra parte, del mismo modo en que es el cura quien dirige el sacramento, dentro de estas bodas chinas, la tarea de “guiar” y “dinamizar” el ritual cae en manos del “maestro de ceremonias”, quien puede organizar una ceremonia tan compleja como la de su homólogo cristiano.

Personalmente, me hizo mucha gracia el aire totalmente peliculero que cobró la primera parte de la ceremonia, claramente inspirada por una mezcolanza de impresiones colectivas sobre las bodas occidentales, donde se incluye desde la clásica marcha nupcial, hasta la recurrente escena de la lectura de los votos por parte de los novios.

Sin embargo, pese a que, seguramente, muchos de los presentes asumieron mi familiaridad con las escenas representadas, lo cierto es que aluciné con la cantidad de creatividad invertida en cada una de ellas. De hecho, me sentí bastante perdido durante aquella primera fase del tinglado, no sólo por la dificultad del idioma, sino también por la actitud claramente apática de la mayoría de los invitados. Sin embargo, mientras los mayores miraban todo aquello con la expresión de la vaca que escucha tocar el piano (expresión popular en China), las amigas de la novia, incluida mi pareja, se derretían en emociones y lágrimas.

Tras el dramático y lacrimógeno “sí quiero” de la novia, que apunto estuvo de desmayarse, y su paseo a lo largo de la pasarela unida al altar, arrancó una segunda parte más cargada de tradición local, aunque igualmente acompañada de luces y láseres como para causarle un ataque epiléptico al mismísimo E.T.

Allá tuvo lugar el célebre brindis entre los novios, consumado con sus brazos entrelazados, como expresión del compromiso adquirido. A continuación, los padres del novio subieron al altar/escenario visiblemente acongojados por la parafernalia y el nivel de expectación del momento. Por suerte, el maestro de ceremonias se mantuvo al tanto para romper el hielo a base de un par de chistes de casados.

Sin saber muy bien cómo proceder, los recién casados ofrecieron un poco de vino tino a los padres de él (aunque tradicionalmente se ofrecía té), y ella pasó a llamarles “papá” y  “mamá” por primera vez, en un acto que simbolizó su unión al linaje familiar de su marido. Y como recompensa por el sacrificio realizado, los suegros la retribuyeron con el famoso “sobre rojo”, utilizado también durante el año nuevo para hacer circular el dinero entre familiares y amigos.

Tras unas palabras de agradecimiento por parte del novio, por fin llegó el momento de disfrutar del banquete, atomizado en mesas redondas de unos 10 comensales por cada una. Yo me había imaginado que aquello daría lugar al jolgorio que suele apoderarse de las bodas europeas hasta bien entrado el día siguiente, pero resulta que esa parte del festejo occidental tampoco les convenció demasiado.

Exceptuando al novio, que tuvo que brindar con licor de arroz en unas cuantas mesas, y se “animó” bastante, el resto no disfrutamos de una atmósfera precisamente “festiva”. De hecho, me decepcionó un poco comprobar el modo en que fuimos despachados apenas dos horas después de comenzar a zampar, justo cuando empezábamos a entrar en ambiente.

La mayoría de los invitados marchó de camino a sus respectivos hogares, a axcepción de los amigos más cercanos de la novia y del novio, quienes fueron invitados a pasar la noche en casa de este último. Pero no os imaginéis una fiesta de esas que montan los yanquis en casa de los padres en cuanto estos se descuidan, porque de eso hubo más bien poco.

Sé que nuestro caso fue bastante excepcional, y que lo que presencié no es parte de lo que dicta la tradición, pero he de decir que la hospitalidad mostrada por la familia del novio hacia sus amigos dejó bastante que desear. Y es que, lo creáis o no, no se les sirvió otra cosa que un pequeño tentempié local y agua caliente durante toda la tarde. Ni siquiera té, zumo, o un miserable refresco de cola.

Para colmo, los amigos del novio, todos ellos varones, y las amigas de la novia, féminas de la primera a la última, pasaron el rato en habitaciones separadas. La verdad es que sentí lástima y todo por algunos de los amigos del novio, quienes recorrieron miles de kilómetros para asistir a la dichosa boda, y se tuvieron que ir a la cama con hambre (a mi, por lo menos, me rugían las tripas).

Personalmente, me pareció que bajo la clara falta de hospitalidad se manifestaba una tajante ruptura con la vida de soltero y con las amistades mantenidas bajo su abrigo. Quizás en otros muchos casos los amigos festejan y optan por olvidar que seguramente no se vuelvan a ver en años, pero en aquella ocasión me dio la impresión de que nadie se sentía con ganas de engañarse por un rato.

El único momento de diversión de la noche llegó cuando los amigos de la pareja se reunieron en su cuarto nupcial para someterlos a una serie de “pruebas tradicionales”. A modo de pequeña venganza por abrazar la vida y los compromisos familiares, la pareja fue “invitada” a morder una manzana colgada de una caña, hacer pasar un huevo desde una de las perneras del pantalón del novio hasta la otra, o ponerse la ropa de su pareja.

La verdad es que fue un momento muy interesante para mí, aunque también me fijé en otros elementos simbólicos dentro de su cuarto, como los dátiles rojos, cacahuetes, longan, y pipas dejadas sobre la cama, frutos cuya pronunciación en mandarín suena similar al augurio de “tener hijos pronto” (早生贵子).

Y es que, por grande que sea la influencia del consumismo, el individualismo o el romanticismo, en buena parte de China, el matrimonio sigue siendo una institución orientada esencialmente a la supervivencia y continuidad del linaje familiar, y a esa enorme responsabilidad se entregan las exhaustas parejas en cuanto acaba la función.

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