A unas dos horas de Guilin, hacia el norte, está el condado de Longsheng, donde podemos encontrar unas de las terrazas de arroz más bonitas de China. Se trata de las terrazas de Longji (columna del dragón), llamadas así porque, con un poco de imaginación, su forma puede recordar al lomo de este animal mitológico.
El viaje fue un poco complicado y movidito. Tuvimos que tomar un autobús desde Guilin hasta Longshen, y allí cambiar a otro autobús que nos llevaba hasta Ping’an, donde se encuentran las terrazas de arroz. En ese último tramo el estado de la carretera no era demasiado bueno, pero aún así el conductor se empeñó en alcanzar velocidades temerosas (típico en el país, por lo que habíamos podido comprobar hasta el momento). En una curva nos chocamos de frente con una furgoneta, como ya nos había pasado en otras ocasiones viajando por China. Afortunadamente para nosotros y para el conductor del otro vehículo todo quedó en un susto y pudimos llegar sanas y salvas a nuestro destino.
Se dice que la mejor época para visitar los arrozales es entre la primavera y el otoño. Cuando nosotras fuimos a Longji nos encontrábamos en pleno invierno, pero el paisaje con el que nos topamos fue igualmente impresionante. En primer lugar tomamos un teleférico para ver las terrazas desde lo alto, a pesar de que mi pobre amiga sufriera horrores por el camino debido a su miedo a las alturas.
Las terrazas se crearon durante la dinastía Yuan, hace casi 700 años. Los responsables de la genial idea fueron los integrantes de la etnia Zhang. Al darse cuenta de que esta sería una forma estupenda de cultivar arroz aprovechando los recursos naturales, modelaron la montaña con esa forma tan característica que hoy denominamos terrazas.
A los pies de los arrozales se encuentra la pequeña aldea de Ping’an, habitada por la etnia Yao. Esta etnia es muy famosa por sus mujeres, que tan solo se cortan el pelo dos veces en su vida: a los 16 años y cuando se casan. Recogen sus largas y brillantes melenas en un peinado muy peculiar, muchas veces cubierto por un pañuelo negro. Las mujeres yao se pasan el día cosiendo o bordando todo tipo de cosas: manteles, ropa, cinturones, monederos o mochilas, que luego venden a los turistas. Visten con unos trajes rosas y rojos muy llamativos, al contrario que los hombres, que visten de forma más discreta y con colores oscuros. Son gente muy hospitalaria, constantemente nos dedicaban sonrisas y no se mostraban reacios si les pedíamos permiso para sacarles alguna foto.
La aldea es extremadamente tranquila, muy humilde, y con un entorno inigualable. Las casas son alargadas, de varios pisos, construidas con madera y bambú, y con tejados oscuros.
Durante horas caminamos por las callejuelas del pueblo, así como por los alrededores, paseando por los senderos que hay entre las terrazas de arroz y disfrutando de las vistas y de la paz del lugar. Tal vez por la época del año que era, no nos encontramos grupos de turistas y lo agradecimos infinitamente.
Nos encontramos con escenas de lo más pintorescas, como la de este vídeo. Parece ser que era día de matanza en la aldea y que estos dos pequeños decidieron marcharse a la aventura antes de que fuera demasiado tarde…
El padre no tuvo tanta suerte, porque nos lo encontramos en no muy buenas condiciones unos minutos después.
Después de la caminata acabamos muertas de hambre (a pesar de los pobres cerdos) y una de las mujeres nos ofreció comer en su casa por un precio de lo más económico. Nos sirvió un plato de arroz delicioso y una sopa típica del lugar con la que pudimos entrar en calor. Nada de cochinillo en el menú.
Después de comer, y aun habiendo recorrido ya toda la zona, no queríamos marcharnos de Ping’an. Pero un autobús salía de vuelta hacia Guilin, por lo que no nos quedó más remedio. Si hubiéramos sabido que el lugar nos iba a enamorar como lo hizo, tal vez hubiéramos reservado una habitación para pasar la noche allí.
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Una idea sobre “Visita a las terrazas de arroz de Longji”
Los chinos conducen (manejan) igual que se mueven por la jungla urbana. Si cuando se abren las puertas del metro y aún no ha salido nadie ya hay 10 personas empujando para meterse dentro, ¿qué no van a hacer cuando tengan un coche?
No se trata de falta de habilidad ni de ningún tipo de descalificación racista. Es un mero hecho de educación, un asunto cultural. Con el tiempo, como todo, se corregirá. Pero a día de hoy es caótico.
De nuevo, un texto muy acertado, Alfonso.