买电, 订水, 充值卡: Comprar electricidad, pedir agua y recargas en el campus

Como lo prometido es deuda, heme aquí en esta hermosa mañana de domingo, dispuesta a compartir con vosotros algunas cosas que, a pesar del paso del tiempo y de mi acomodada vida europea, aún recuerdo más o menos con claridad.

Hoy quiero hablaros de una serie de pequeñas cosas que, en general, los estudiantes extranjeros damos por sentado, y que luego al llegar a China nos explotan en la cara y nos dejan con las patas vueltas. Algunas son más básicas y esenciales que otras, pero todas ellas nos suelen pasar desapercibidas en nuestro día a día estudiantil, hasta que nos lanzamos a la aventura en un país extranjero o nos independizamos.
En mi caso en particular, el despertar de mi conciencia se produjo con la electricidad (diànzǐ 电子). Venid, acompañadme en un pequeño viaje a través del tiempo (y la inocencia) hasta el viernes, 26 de agosto de 2011. Aquella tarde de viernes fue mi primera en Beijing, y como era todavía verano y el curso no empezaría hasta una semana más tarde, allí no había ni cristo: ni estudiantes, ni personal, nadie que pudiese recibirme o explicarme nada. Así que hice lo propio: hice el laowai. Llegué a mi cuarto, eché las luces y puse el aire acondicionado un rato. A la mañana siguiente, más de lo mismo. Hacía un calor sofocante y muy húmedo (a pesar de que, curiosamente, los chinos dicen que tienen clima «seco»… yo sospecho que se refieren a que llueve poco, porque la humedad era del puñetero 90%. Eso y bajo el mar, lo mismo. Pero en fin…). El resultado era que ibas empapado en sudor y resollando como un búfalo en un rodeo todo el día, así que al llegar de la calle volví a enchufar el aire acondicionado como si no hubiese un mañana.
Y efectivamente, no lo hubo.

Al día siguiente, cuando me dispuse a poner el aire acondicionado, el mando a distancia no respondió a mis insistentes intentos. Ole, ya lo has roto, pensé, pero cuando le di al interruptor de la luz y vi que tampoco esta se encendía, empecé a olerme algo. Salí al pasillo y probé los interruptores del baño y de la cocina, que hicieron lo propio y terminaron de disipar mis dudas. Total, que después de preguntar a Ene, la chica mexicana que me estaba salvando la vida en aquellos primeros días, descubrí que tenía un contador de la luz y una cantidad de electricidad mensual fija –50 unidades por estudiante– proporcionada por la universidad de forma gratuita, merced a mi beca. Como mi habitación era doble, yo tenía 100 unidades para todo el mes. El mes DE SEPTIEMBRE. Y me las había fundido el sábado 27 de agosto, fresquísimamente. Y nunca mejor dicho.

Al final, después de poner cara de laowai ser inocente y ojos de cachorrito, me dieron otra tarjeta que, por esa vez, no tuve que pagar. Y de esta experiencia en concreto saqué una conclusión muy clara: el abanico es bello. Úsalo.
Esto no quiere decir que no puedas usar la electricidad que necesites. Si consumes todas las unidades que tienes para el mes, siempre puedes acercarte a algún puesto que haga recargas de tarjetas de electricidad (diànkǎ 电卡), o si estás a finales de mes, pedir en la residencia que te dejen poner la tarjeta del mes siguiente, y listo. Por norma general, los «fuwuyuanes»(fúwùyuán 服务员) simpre tienen 2 tarjetas por habitación, y la de repuesto suele estar cargada. De todas formas, sabed que rara vez tendréis que recargar la tarjeta a menos que pongáis el aire acondicionado. Yo llegué a tener frigorífico, ventilador, arrocera, maquinita del agua y ordenador conectados, y creo que solo en una ocasión fui a recargar.
Otro de esos elementos que normalmente damos por sentado es el agua. El agua potable (yǐnshuǐ 饮水), para ser más exactos. En mi caso, siendo de una ciudad en la que se puede beber agua del grifo, nunca he tenido que ir a comprar agua, a menos que estuviese de excursión. Pero en China, el agua embotellada es una necesidad, a menos que quieras que «Mr. D» te haga una visita en el inodoro.
Comprar agua no tiene mayor misterio; basta con ir al supermercado y comprar botellas (según el supermercado, habrá mayor o menor disponibilidad, con eso sí que hay que tener cuidado). Pero lo mejor para que salga rentable, es encargar el agua a una de las empresas distribuidoras de vuestra zona. Hay muchas pequeñas empresas dedicadas a la venta de bidones de agua para uso comercial y doméstico, y ellas mismas ofrecen el dispensador de agua (yǐnshuǐjī 饮水机) gratis por una compra mínima de X bidones. En mi primera residencia, la Oficina de Relaciones Internacionales, teníamos un dispensador de agua en la minicocina del infierno que había al final del pasillo, de modo que no necesitaba comprar; cuando me mudé al edificio 4 con los demás estudiantes internacionales, el mundo de «teleagua» se abrió ante mí. Mi compañera de cuarto ya tenía la maquinita del agua y me explicó cómo funcionaba todo el sistema: pagas el precio de 10 bidones, y la empresa te da unos vales que puedes ir canjeando por los bidones según te vayan haciendo falta. Normalmente te dan uno o dos vales más, y te regalan el dispensador, así que por aquel entonces terminabas con 12 vales y la maquinita por unos 100 yuanes (recordad que hablo del año 2011, los precios seguramente hayan cambiado).

Si os decantáis por este sistema, lo único que tenéis que hacer es coger el móvil y llamar «al aguador», decirle cuántos bidones de agua queréis y listo. Normalmente se acercan esa misma mañana, o a la tarde. ¡Ah, y una cosa importante! Tenéis que devolver el bidón usado para que ellos puedan reutilizarlo. Esto es parte del acuerdo, ¡no lo olvidéis!

Otra pieza central del rompecabezas del estudiante del siglo XXI es Internet. Hoy en día, somos incapaces de vivir sin Internet, mal que nos pese. Pues bien, no penséis que por ir a una residencia universitaria eso quiere decir que vais a tener conexión disponible desde el primer día; es más, si os toca una universidad como la mía (University of Science and Technology, ¡oh, la ironía!), no vais a tener ni el módem (tiáozhìjiětiáoqì, 调制解调器). Por cierto, buena suerte pronunciando eso la primera vez.

Lo primero que tenéis que hacer es comunicar a los fuwuyuanes de vuestras entretelas que queréis tener acceso a Internet en vuestro cuarto; llamarán a un técnico (o a alguien con pinta de saber) y este se pasará por la habitación a habilitar la línea. Tendréis que comprar el módem/router por vuestra cuenta e instalarlo; preguntad a alguien que ya tenga Internet para que os ayude a encontrar el sitio para comprarlo u os lo encargue. En mi caso concreto, había una especie de tienda de cosas para ordenador en el sótano de una pequeña librería dentro de mi campus. Sin cartel, ni letrero, ni na. Y cuando digo «tienda de cosas para ordenador» quiero decir dos frikis con una mesa llena de cables, piezas y cacharros, de esos que sangran por la nariz cuando ven a alguien del sexo opuesto. Conservad la caja y todo lo que os den; si devolvéis el material cuando os marchéis, os reembolsarán el dinero. En China, no se desperdicia nada.
Una vez hecho eso, necesitaréis una tarjeta de una de las compañías telefónicas que ofertan servicios de Internet para que la magia surta efecto. Las hay de varios precios, dependiendo del uso que vayáis a hacer; yo compraba una que costaba 80 yuanes, y me daba acceso a Internet para todo el mes. Y ya con todo eso preparado, vuestra conexión no debería tardar en funcionar. La mía tardó una semana desde que llegué, supongo que por desidia de los que gestionaban en asunto, así que cruzad los dedos para que no tengáis que sacrificar una cabra a los dioses antiguos.
Normalmente la misma tienda en la que compréis esta tarjeta tendrá también las tarjetas para recarga telefónica, o el servicio de recarga automático. Mi tienda resultó ser la óptica del campus. Todo muy lógico. Pero claro, si te puedes cortar el pelo debajo de un puente, comprar un bañador en el puesto de fritanga, cables y módems en el sótano de la librería o reparar el móvil donde la señora que le mete los bajos al pantalón, lo de la óptica ya no sorprende a nadie. En resumen, tenéis varias opciones: o bien vas a la tienda y compras una tarjeta (chōngzhíkǎ 充值卡), o le dices a quien regente la tienda que quieres recargar y cuánto quieres. Recargar se dice chōngzhí 充值. El tendero introducirá los datos de la transacción en la maquinita y te pedirá que metas el número de tu móvil cuando corresponda. ¡Y a volar! Si seguís este sistema, conservad el ticket por si hubiese algún problema y necesitaseis reclamar.

¡Y más o menos eso es todo! Por supuesto, hay otras muchas cosas que necesitamos en nuestra vida, pero digamos que estas son las más esenciales. Ya os iré contando en los siguientes posts, y compartiré con vosotros todo cuanto sé antes de que mi memoria de pez se pierda para siempre!
¡Hasta la próxima!

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