Dándole al licor de arroz con «los sustitutos»

Parece que mi reciente artículo sobre las suegras chinas ha levantado cierto interés entre mis familiares y amiguetes, quienes han podido reírse un rato a costa de los tembleques que me causa el encuentro con la señora madre de mi novia.

De entre los que han sentido curiosidad, ha habido unos cuantos que me han preguntado cómo se las arregla uno para lidiar con el estilo un tanto inquisitivo de los suegros en China.

Pues bien, como ya mencioné en dicho artículo, una de las soluciones más recurridas pasa por dejar que fluya el licor de arroz, producto que ya ha protagonizado varios de mis escritos, y no precisamente porque me haya aficionado a su “peculiar” sabor y efectos, sino porque se trata de un elemento muy importante para socializarse en China.

De hecho, en buena parte del país, sobre todo en el Norte, la costumbre manda que durante el primer encuentro con los padres de la novia, al futuro yerno le acabe saliendo el licor por las orejas, de modo que acabe bajando la guardia y los suegros puedan comprobar de qué pie cojea.

Pero, ¿y si a uno no le apetece beber alcohol, o no puede por motivos de salud? En ese caso, mis queridos lectores, lo mejor es llevarse a alguien para que beba en nuestro lugar.

Sí, lo habéis oído bien. En China el alcohol constituye un elemento tan importante a la hora de hacer relaciones, que incluso está permitido llevar a amigos, o incluso contratar “profesionales” que nos sustituyan a la hora de beber. Lo hacen los empresarios y los cargos políticos con sus pobres secretarios y asistentes, y también lo hacen las familias cuando a algún miembro no le apetece o no se lo puede permitir.

En mi caso, como de momento la salud me lo permite, y sigo aprendiendo bastante de cada “pedo” que me agarro, casi nunca digo que no a las puntuales ocasiones en que me toca beber con jefes, profesores, o familiares. Y es precisamente a través de ese tipo de “investigación-participativa” como llegué a presenciar el curioso fenómeno de los “sustitutos”.

El primer caso más cercano y explícito (en muchos otros casi ni te enteras) me lo encontré en casa de mi futuro suegro, que lleva veinte años separado de la madre de mi novia. Al hombre le sienta bastante mal beber porque no tiene una salud demasiado estable, y como además es muy delgado y apenas llega al metro sesenta, es posible que se sienta en desventaja para pimplar a la altura de los demás.

Por eso, cada vez que hemos compartido una comida especial, el muy listo, me ha solido instar a que me midiera con otros invitados, entre los que destacan sus hermanos, quienes se supone que pueden aprovechar el “cargo” para lanzar alguna que otra pregunta comprometedora sobre mis planes de futuro con su sobrina.

Por suerte, ambos, aunque en especial el menor, son unos cachondos a los que les bastan dos copas para olvidarse de preguntitas y ponerse a soltar chorradas, a cantar a pleno pulmón, y a tocar instrumentos de lo más variopinto.

Otro caso, también muy claro, lo presencié en el pueblo de mi futura suegra, un día que fuimos a comer en casa de una pareja con la que se lleva muy bien. Yo ya sentía que esa podía ser una noche de desfase, porque a mi “Ayi” la veía con ganas de refrescar el gaznate en compañía desde hace un par de días.

Sin embargo, nuestro anfitrión padecía una especie de alergia al alcohol que le impide beber, así que fue su mujer la que tuvo que brindar al ritmo frenético de mi suegra. Por desgracia para ella, hacía años que no había bebido licor de arroz, así que después de unas cuantas copas se quedó totalmente fuera de combate, y tuvo que hacer varios viajes al baño para echar la pota.

La tercera y más memorable de las anécdotas de sustitución alcohólica que he conocido la padeció un buen amigo europeo que no me ha dado permiso para que mencionara su nombre (sabia decisión), y al que llamaremos con el sobrenombre de Prudencio.

Resulta que Prudencio tenía un amigo paisano decidido a dar el decisivo paso de conocer a los padres de su novia China, hecho que, como bien sabéis, implica casi un compromiso de matrimonio. Pero como el novio padecía ciertos problemas de salud, pidió a Prudencio que lo acompañara para brindar en su lugar.

Prudencio tuvo la mala fortuna de que aquella familia china contaba con una marcada afición al bebercio, y dado se trataba de una ocasión tan especial para el futuro de la pareja, el listón de chupitos a meterse entre pecho y espalda se situaba prácticamente en niveles catastróficos para aquella noche.

Traducido a nuestros términos culturales: alguien iba a salir bien jodido de aquella pedida de mano tan poco ortodoxa. ¿Os imagináis quién?

Efectivamente, nuestro amigo Prudencio fue sometido a unos niveles de intoxicación tan brutales que culminó la noche cayendo redondo de camino a su hotel y orinándose en los pantalones, hazaña que le convirtió en toda una leyenda en el seno de la familia (y parte de la aldea).

En el espacio de varias horas que separó al primer brindis del último, nuestro amigo Prudencio no sólo infringió serios daños a su estado de salud, sino que además protagonizó algunos de los momentos de mayor bochorno de toda su vida, incluyendo un efusivo beso lleno de babas a la atónita abuela de la novia.

Sin embargo, al aceptar, e incluso superar, las expectativas de la noche como “sustituto” de su amigo, Pruden cumplió de sobra con la función de aliviar las tensiones existentes entre ambas partes del encuentro, y eso es lo que realmente cuenta.

Quede claro que con ello no quiero animar a los que lleguéis a China a que os alcoholicéis, y conste que es cada vez más raro encontrarse con este tipo de casos en el ámbito familiar, pero también es cierto que en una sociedad dominada por expectativas casi inalcanzables, el alcohol se convierte en una vía de negociación, de inhibición, y de escape muy recurrente.

Por otra parte, es muy posible que, con el tiempo, las cosas se vayan calmando en el tema del bebercio, ya que desde el gobierno ya han comenzado a invitar a los cargos públicos a que se moderen en sus “reuniones”. Pero hasta entonces, quedáis avisados de que en China, el hielo y las asperezas de las relaciones se combaten al grito de… ¡Ganbei!

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