El «boom» de las sectas chinas durante los años 90

Durante siglos, a los gobernantes chinos les ha preocupado mucho el furor con el que se extendían las organizaciones religiosas en cuanto se les permitía tal posibilidad, desde la legendaria “Loto Blanco” hasta las más modernas y eclécticas prácticas de la actualidad.

En 1999, 10.000 miembros de la organización Falungong se manifestaron frente a la sede del Gobierno Central de Pekín. Según sus defensores, los manifestantes sólo pretendían pedir el reconocimiento oficial de la organización como religión. Según sus detractores, el objetivo de esta “secta maliga” (邪教 xie jiao) era saltar al terreno de la política y desestabilizar la legitimidad del gobierno.

Tras la contundente respuesta del gobierno durante los años posteriores, ya apenas nadie habla en China sobre Falungong, aunque de vez en cuando uno todavía se encuentra con inquietantes mensajes de la organización impresos en los billetes, o con llamadas telefónicas en las que una grabación invita al oyente a rebelarse en nombre de la justicia divina.

Es posible que muchos piensen que la postura del gobierno chino en materia de religión deriva de su ideología política, pero aunque la actitud del Partido Comunista tiene, sin duda, mucho que decir al respecto, hay una serie de elementos de la tradición política del Imperio Chino que nos ayudan a entender mejor la situación de las organizaciones religiosas en China.

Para empezar, mientras en Occidente acabó dominando la distinción entre los conceptos de “religión” y “superstición” a la hora de diferenciar cultos, en la China Imperial el paradigma religioso por excelencia se basó en la dicotomía “ortodoxia/heterodoxia”.

Como muchos sabréis, en China, la doctrina estatal que mayor recorrido histórico ostenta es el confucianismo, que, por otra parte, no encaja demasiado en el concepto occidental de religión, ni tampoco en el oriental, por poco que les agrade a los detractores de la teoría de la secularización.

De hecho, los letrados confucianos se preocuparon mucho de definir como “pecado” el abandono de las responsabilidades familiares para abrazar hermandades religiosas, hecho que apoya la idea del confucianismo como una escuela de pensamiento sustancialmente “enemiga” de las comunidades de salvación al estilo occidental.

Tal y como explicó Max Weber en su famoso ensayo sobre las religiones de china Confucianismo y taoísmo, durante gran parte de la etapa imperial, el taoísmo y el budismo se vieron relegadas a la categoría de “doctrinas menores”, o al título de “heterodoxia”, como ocurrió al primero, aunque el budismo llegó a estar muy cerca de la corte, amenazando en varias ocasiones con transformar el Imperio en una especie de sultanato.

No obstante, según afirman investigadores como David Palmer (Universidad de Hong Kong) o Benjamin Penny (Australian National University), la élite confuciana se mantuvo siempre muy celosa de la proliferación de organizaciones religiosas, y esta es una preocupación que ha heredado también el gobierno de la “Nueva China”.

Pero eso no quiere decir que el Estado impida la vida religiosa, ya que aunque sí que prohíbe el proselitismo, reconoce la práctica del cristianismo, el islam, el judaísmo, el budismo, y el taoísmo, y en más de una ocasión incluso ha apoyado algunas tradiciones con cierto contenido “espiritual” como el Taichí o el Chi kung, hasta que se vio amenazado por el boom protagonizado por esta última.

Al discutir esta situación con algunos colegas sociólogos y estudiantes de Changchun, ciudad clave en el desarrollo de Falungong, algunos de ellos me explicaron que la población china a menudo sufre de una especie de “hambre” de relaciones sociales más allá del ámbito familiar, que muy a menudo es saciada por el asociacionismo religioso.

Según he escuchado en más de una ocasión, parece que hay muchos ciudadanos que se sienten vulnerables ante el “vacío moral” y el “vacío de sentido” o “anomia”, en términos de Durkheim, que está generando la tremenda rapidez y violencia de los procesos de modernización del país, lo que hace que se vean atraídos por todo tipo de comunidades religiosas.

Sin embargo, dada la enorme proporción de población campesina y sin estudios superiores con la que cuenta el país, este “hambre” por formar parte de una comunidad moral o religiosa, ha hecho que proliferen gurús, santos, y sectas que no buscan otra cosa que beneficiarse de sus seguidores, quienes pueden ser engañados con promesas de curación, longevidad, enriquecimiento, y un largo etc.

Los años 90 en China constituyeron un periodo de lo más activo en cuanto a la creación de nuevas comunidades espirituales o de salvación, entre las que sobresalieron aquellas relacionadas al Chi kung, dando lugar a toda una oleada de maestros, credos y prácticas de lo más variopinto y peculiar, como la de los “mensajes de la olla” (信息锅 xinxi guo), ilustrada en la fotografía inferior. La práctica encuestión, se basaba en la creencia de que al colocarse una olla de metal en la cabeza, los practicantes podían percibir las ondas provenientes del espacio y meditar en sintonía con sus vibraciones.

Tal y como puede apreciarse en algunas de las fotos, la participación en este tipo de grupos permitía a muchos compartir una atmósfera de comunidad, e incluso una especie de júbilo del que quizás carecían en su entorno familiar, arrebatado de muchos de sus ritos y cultos tradicionales durante la Revolución Cultural.

Por otra parte, tal y como sugiere la investigadora Rebecca Nedostup (Universidad de Brown), desde la caída de la última dinastía, y la desestabilización del confucianismo como doctrina oficial, el Estado chino se ha visto en más de una ocasión ante el problema de no ser capaz de ofrecer una simbología y un conjunto de rituales capaces de canalizar el interés, la voluntad, y la socialidad de sus ciudadanos, que se están acostumbrando a responder con cinismo ante la propaganda y las vías de socialización oficiales.

Si tenéis interés sobre el tema y queréis indagar más sobre estas cuestiones, os recomiendo el ligro Chinese religiosities: Afflictions of Modernity and State Formation, editado por Mayfair Mei-hui Yang, en el que podéis encontrar artículos escritos por los investigadores contemporáneos mencionados en este artículo.

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