El jardín chino: eco de la armonía vital

El arte chino de los jardines es muy representativo de la cultura china: confluencia de las tradiciones arquitectónicas, pictóricas y caligráficas pasadas por el filtro del confucianismo, el taoísmo y el budismo.

Contemplo la cima azul y la luna que se refleja en el lago.

Oigo el murmullo del viento pasando entre las hojas.

Pero mi alma me transporta más allá de las cosas visibles,

mi alma caminante y cautiva de un glorioso éxtasis.

Tao-Han (siglo VIII)

El Shuowen jiezi (el más antiguo diccionario chino, datado en el siglo II de nuestra era) distingue entre you (parque), pu (plantación) y yuan (jardín). Parece ser que, hasta el siglo III a.C., los parques eren sobre todo cotos de caza. Durante las dinastías Qin y Han (hasta el 220 d.C) se convierten en hábitats de solaz de la familia imperial, incorporando pabellones, montañas artificiales y estanques. Es el caso del Parque del Palacio de Qin, el Parque de Qin Shihuang, el Jardín Sin Preocupaciones de Liang, el Parque de las Fuentes Dulces o el Jardín del Bosque de los Perfumes.  A partir de los Tang y los Song los jardines desarrollan a fondo sus programas arquitectónicos y, en las dinastías Ming i Qing el arte paisajístico de los jardines llega a su esplendor.

La arquitectura paisajística china concibe el jardín como la naturaleza originaria a la que volvemos en busca del perfeccionamiento personal. La aparente libertad de las formas, su simulada espontaneidad, deben favorecer la sensación de profusión creadora de vida. Para conseguir este efecto, los principios estéticos fundamentales son los siguientes:

  • Adecuarse a la disposición natural del lugar sin provocar modificaciones forzadas, combinando las perspectivas abiertas y la focalización en unos elementos específicos, alternando las sensaciones a fin de suscitar una unidad de conjunto armoniosa que mantenga continuamente vivo el interés.
  • Los elementos artificiales (montículos, lagos…) deben ser tratados con el máximo de simplicidad como si se tratase de elementos naturales.
  • Las edificaciones dispersas a lo largo del jardín (puentes, terrazas, pabellones, rotondas, templos, muros…) deben presentar una profusión de formas que conjuguen armoniosamente con el entorno, con el propósito de generar panorámicas que ayuden a distinguir lo principal de lo secundario a través de la unidad de composición.
  • Los árboles y las plantas deben ser variadas, combinando las zonas plantadas con los claros, las zonas densas con las despejadas para provocar distintas reacciones expresivas en el paseante.

Por un lado, el jardín debe ser la voluntad de expresar la aspiración a una realidad ideal que exprese la unidad entre la humanidad y la naturaleza, la concepción de una vida que se regenera sin fin, y la creencia que todos los elementos deben mostrar lo mejor de su naturaleza más profunda. Podemos encontrar estas ideas en el pensamiento confuciano y taoísta bajo la influencia de la cosmología del Yijing. Un jardín debe reflejar la armonía, de modo que cada piedra, montículo, planta o fuente transparente el ritmo de la vida. De este modo, quien se pasee por el jardín, a través del eco en la naturaleza de todos los seres, experimentará la sensación de silenciosa tranquilidad o de calma solitaria.

Por otro lado, el jardín debe ser la expresión estética de una comprensión global de la realidad, del espacio tomado en su conjunto y no de la simple agregación de distintos elementos inicialmente aislados. En este sentido el jardín es una síntesis del cosmos, refleja el diseño del universo y la dinámica vital de los seres. Por ello el jardín, a través de las sensaciones cambiantes que suscita el pasear por él, debe favorecer la interiorización del conjunto de elementos que se ofrecen a la contemplación exterior. Combinando la distribución de los elementos se trata de provocar una estética de la serena vacuidad que nos eleve más allá de la ilusión de la cotidianeidad, una estimulación de los sentidos que permite descubrir lo infinito a través de lo finito, lo eterno a partir de lo sensible.

Afirma la tradición que los primeros jardines del mundo se construyeron al sur del Yangtsé, en Suzhou, y asegura una sentencia popular que “en el cielo está el paraíso, y en la tierra Suzhou i Hangzhou”. No conoce el paraíso terrenal quien no ha visitado los jardines de Suzhou y Hangzhou.

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