En busca del sueño de primer mundo

Cuando primero llegué a China, trabajé mucho tiempo como profesor de inglés, y tuve estudiantes desde 4 hasta 40 años. Durante casi año y medio estuve dando clases en la Biblioteca Municipal de Hangzhou, donde casi todos mis alumnos eran jóvenes universitarios que se estaban preparando para continuar sus estudios en Estados Unidos, Australia ó Inglaterra. Cada vez que se iban, tratábamos de mantener contacto y así me iba enterando de cómo sus expectativas iban contrastando con la realidad de lo que encontraban.

El primer y principal shock era siempre la comida. Odiaban la comida estilo americano y mucho del estilo ‘internacional’ y casi siempre terminaban juntándose con otros inmigrantes chinos para cocinar. Había un alumno que se había ido a Alemania y que sufría terriblemente con la comida. Regresaba a China cada 4 meses y lo ÚNICO que se llevaba de regreso era una maleta enorme, llena a reventar de comida china, incluyendo patas de pollo al vacío, dulces locales, carne de puerco seca, y hasta varias docenas de fideos instantáneos. A mí me daba mucha risa pero él me decía que no era cosa de broma comer lo que comen los alemanes todos los días.

El segundo shock – a menos que llegaran a una ciudad enorme y con mucha población – era la ‘ausencia’ de gente en la calle, y la dificultad para socalizar. Se sentían muy solos. Una vez, en un verano que daba clase, estaba caminando por el campus de la universidad de Hangzhou con una amiga. Normalmente muy parlanchina, ese día parecía triste así que le pregunté qué le pasaba. Me contestó que como eran vacaciones de verano, muchas de sus amigas se había regresado a sus pueblos. Y que como en el cuarto de las residencias donde vivía normalmente eran diez y ahora eran sólo cuatro, estaban todas deprimidas porque se sentían solitarias.

¡¿?! ¿SÓLO CUATRO?

Yo le dije que si tuviera tres compañeros de cuarto, en un cuarto de 30 metros cuadrados, estaría arrancándome los cabellos y trepándome por las paredes, pero para ella era como estar en aislamiento.

Otros dos alumnos llegaron a un pueblo en EUA donde el único foco de actividad era la universidad, y aunque estaban estudiando un doctorado en química, tenían tanto tiempo libre y se sentían tan desesperados por la inactividad y la falta de estimulación, que terminaron metiéndose a estudiar alemán. Y sí, voy a repetir eso para que no quede duda: se metieron a estudiar alemán porque el doctorado en química les dejaba demasiado tiempo libre y no hallaban en qué entretenerse.

Más recientemente, otro amigo chino emigró a EUA hace unos cuantos meses, llegando a la ciudad de Atlanta. Estaba encantado y ya estaba bien instalado con su familia en un suburbio, cuando de repente (ayer) sale la noticia en la que uno de tantos locos llegó a un edificio de la corte con una ametralladora y varias granadas, e hizo un caos antes de que lo balacearan los policías. Justo hace unas horas el pobre estaba publicando en su cuenta de WeChat que su familia estaba pálida de miedo y pensando si había sido buena idea irse para allá. Ahora bien, es justo decir que maniáticos hay en todos lados, pero en China se salen a matar gente con un cuchillo, que por lo menos es bastante más difícil matar a una docena así, que con un arma de asalto fabricada exactamente para eso.

En fin, que parece que es parte de la naturaleza humana no estar a gusto donde está, y tener esa idea perenne de que “el pasto del lado del vecino siempre se ve más verde.” Pero para ser justos, más adelante platicaré de la situación opuesta: de los cientos y miles de imigrantes que llegan a otro lado y parecen encontrar algo que siempre andaban buscando y no lo hallaban en su propia tierra.

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