¿Nos espían los chinos?

Igual que ocurre con los gobiernos de las demás potencias del mundo, el de China también se preocupa mucho de estar al día sobre los avances científicos y tecnológicos de sus principales rivales. Al fin y al cabo, y aunque en algunos países nos hayamos olvidado un poco de ello, esos avances en el conocimiento y la técnica tienen un impacto tremendo en la economía, la sanidad y, por supuesto, la defensa.

Sin embargo, por muy seductora que resulte la idea de un James Bond o una Mata Hari de rasgos orientales, según apuntan diversos medios afines al Tío Sam, lo más probable es que gran parte de los objetivos de la inteligencia china sean completados a través de estudiantes e investigadores universitarios.

Eso no quiere decir que no haya espías chinos del estilo de Solid Snake, a los que se entrena durante años para llevar a cabo alguna de esas misteriosas operaciones especiales, pero, por lo visto, la mayoría de ellos encajaría más bien en el perfil del friki Otacón, por citar otro personaje de la famosa saga de videojuegos.

De hecho, si algo preocupa al gobierno de los Estados Unidos no es que los espías chinos se infiltren en sus bases de armamento secreto, sino que los conocimientos aplicados en dichas bases caigan en manos de hackers o de investigadores al servicio del Partido Comunista de China.

Ahora bien, aunque todos sabemos que Estados Unidos no es un país con precedentes como para acusar a otros de ciberespionaje, sí que parece tener razones para preocuparse ante los estudiantes chinos llegados a su país, pues ya suponen más de un 25% del total de sus estudiantes internacionales (muy por encima de India, el segundo en la lista), y su rendimiento académico está por encima de la media estadounidense.

Es decir, al margen de que alguno de dichos estudiantes o investigadores se apropie de información de acceso exclusivo, lo cierto es que los estudiantes chinos son más capaces de acceder, asimilar y generar conocimientos científicos que los estudiantes de las grandes potencias, incluyendo a los propios Estados Unidos.

Es más, aunque China esté por detrás de Estados Unidos y Europa en la publicación de artículos científicos, en los últimos años ha aumentado sus cifras a un ritmo muy superior al de sus competidores, y en 2011 ya alcanzó los niveles de Estados Unidos en el ámbito de la ingeniería.

Como cabe esperar, este crecimiento ha puesto en alerta a diversos agentes de la potencia norteamericana, generando ese tipo de paranoia que tanto gusta entre sus medios de comunicación de masas. Y aunque es posible que estas noticias no hayan tenido una gran difusión entre los medios de habla hispana, en los últimos años se ha discutido mucho sobre la presencia de los Institutos Confucio en las universidades norteamericanas y europeas.

No obstante, como investigador beneficiario de una beca de esta institución, y después de haber colaborado con ellos durante cerca de dos años, tengo que decir que no he presenciado absolutamente ningún indicio de que el gobierno chino esté haciendo uso del Instituto Confucio para lavarnos el cerebro, convencernos de venderle información de nuestros países, o perpetrar cualquier otra fantasmada propia de Hollywood.

Y sí, soy consciente de que el Instituto Confucio depende directamente del Ministerio de Educación, y que supone una de sus más firmes apuestas por dar a conocer la lengua y la cultura de su país. También me consta que quizás en sus cursos no abunden las referencias a Tíbet o a otras cuestiones políticas delicadas, pero es que el Goethe Institut o el Instituto Cervantes tampoco son centros dirigidos a discutir sobre el holocausto nazi o sobre las denuncias de torturas a los cuerpos policiales de España.

Al margen de todas estas objeciones un tanto hipócritas, y del poco probado control que ejercerían dichos centros sobre la población china en otros países, lo que, en mi opinión, subyace bajo este debate es la lucha por fidelizar y captar a los “cerebros” que produce cada potencia. Y en ese sentido, efectivamente, es muy posible que los Institutos Confucio cumplan una tarea importante, en la medida en que su presencia recuerda a los universitarios chinos quién costeó su formación, y sus generosas ayudas están consiguiendo atraer a cada vez más estudiantes e investigadores de los países más desarrollados.

Conviene aclarar que en este caso hablamos de ayudas en el área de humanidades y ciencias sociales, pero no me cabe duda de que aquello de “no muerdas la mano que te da de comer” puede ofrecer grandes beneficios a una China cada vez más preocupada por su imagen en el exterior, y todos sabemos que la percepción de quiénes son los buenos y quiénes los malos de la película tiene un impacto decisivo en el tablero geopolítico.

En cuanto a los estudiantes e investigadores españoles, si resulta que el país ha perdido el compromiso por el avance en ciencia y tecnología, y viene China, o cualquier otro país, a ofrecer una oportunidad para que continúen con sus proyectos, lo más comprensible es que se agarren a dichas ofertas como a un clavo ardiendo. Y si da la casualidad de que algún investigador acaba entregando información valiosa en sus países de llegada, yo lo considero un fracaso de su país de origen, y no una traición por parte del “cerebro” emigrado.

A fin de cuentas, a los servicios de inteligencia se les llama así por algo, y aunque sus funciones correspondan al ámbito de la seguridad nacional y la defensa, cuando un país deja de preocuparse por generar nuevos conocimientos, lógicamente, se ve abocado a tener que robarlos por vías como las que muestran las películas y videojuegos de espías, aunque en realidad esta es una opción mucho más chapucera para ponerse al día.

Por otra parte, no estaría mal recordar que, por mucho que se haya acusado a China de copiar en el ámbito de la producción industrial, lo cierto es que los chinos no engañaron a nadie al permitir la construcción de fábricas de marcas extranjeras en su territorio, y tanto Apple como muchas otras empresas permitieron y acordaron que su tecnología, también aplicable en el ámbito militar, pasase por las manos de sus asociados chinos (¿Por qué Apple no denuncia a Xiaomi?).

Esa ha sido el gran acierto del gobierno chino, que, al contrario de lo que ocurre en muchos otros países (véase España), se preocupó mucho de que su oferta de mano de obra barata fuese acompañada de la entrada de conocimientos científicos y tecnológicos al servicio del desarrollo económico y social.

Por eso me temo mucho que, si no cambiamos pronto esa mentalidad oscurantista con la que cargamos desde hace siglos, nuestra preocupación en el área de la inteligencia no va a ser que los chinos nos espíen y nos copien, sino que seamos capaces de espiarles y copiarles a ellos, aunque al paso que vamos lo más probable es que quienes se ocupen de ello no sean Solid Snake o James Bond, sino Mortadelo y Filemón.

Deja un comentario