Gansu: una joya turística en plena Ruta de la Seda

Entre la cantidad de provincias chinas que he visitado, la de Gansu es, sin duda alguna, una de las que más he disfrutado como turista. De hecho, tuve la suerte de vivir allí dos meses como delegado/cooperante enviado por parte de la provincia hermanada de Navarra, y durante ese tiempo pude visitar algunos de sus tesoros culturales, que no son precisamente pocos.

Es posible que a muchos el nombre de Gansu no os suene familiar, y que no lo encontréis dentro de las principales rutas de visita para turistas extranjeros, pero esto no se debe a su falta de interés, sino a que hablamos de una de las provincias más pobres del país, donde la infraestructura y las redes de servicios no están tan desarrolladas como en otros puntos más frecuentados.

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Esto quiere decir que, aunque haya vuelos y trenes diarios que lo conecten con el resto de China, quizás no es uno de los lugares con mayores facilidades para realizar  la típica visita en grupo en la que basta con subir al autobús y dejar que los guías nos lo hagan todo, incluida una buena limpieza de cartera. Sin embargo, esta circunstancia juega a favor de todos aquellos a quienes les espanten los sitios abarrotados de turistas y acepten de buen grado un poco más de incertidumbre a cambio de tener una experiencia más fresca y menos masticada por la industria del turismo.

A este tipo de visitantes, es muy posible que el paso por Gansu les deje un recuerdo tan especial como el que conservamos mi novia y yo.

En nuestro caso, y como acostumbramos a hacer cada vez que viajamos por China, nos decantamos por hacer una ruta en tren. El punto de partida fue Lanzhou, la capital rodeada de montañas y surcada por el Río Amarillo, que allá por el oeste baja más bien con un tono chocolateado, debido probablemente a los sedimentos que arrastra.

Lanzhou es una ciudad que no ofrece demasiado interés, aunque la considero bastante representativa de la China en desarrollo, cubierta bajo una preocupante nube de polución durante buena parte del año, y bullendo con construcciones y demoliciones por doquier. Si tenéis unas horas disponibles por allí, os recomiendo que subáis a la Montaña de la Pagoda Blanca, accesible desde el histórico puente de construcción alemana que une ambas orillas del río.

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Si queréis gozar de una vista todavía más amplia de la ciudad y de lo que supone desarrollar una ciudad china de varios millones de habitantes, podéis ascender a la cumbre del Parque Wuquan, aunque coronarla a pie os costará mucho más tiempo que en la Montaña de la Pagoda Blanca (podéis tomar una furgoneta al llegar a la carretera que asciende por el recinto).

Cuando mi novia y yo nos decidimos a dejar atrás Lanzhou, tomamos un tren mañanero de unas seis horas a Zhangye, ciudad que da nombre a uno de los más bellos parques geológicos del mundo. Y aunque no es raro que este tipo de destinos sean anunciados con fotos un tanto retocadas, lo cierto es que el lugar no decepciona (la siguiente foto es mía y está apenas sin procesar).

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La visita al parque se realiza a través de un pequeño viaje en autobús y está más o menos limitada a un alto con buenas vistas, pero nadie impide que pasemos la valla y nos demos una vuelta a nuestro aire para acabar saliendo del recinto a pie.

Aunque Zhangye es una ciudad pequeña, en el centro podéis encontrar bastante animación y numerosos puestos para degustar las delicias locales. Nosotros pasamos la noche en un hotel barato (por unos 20 euros), y al día siguiente tomamos otro tren de dos horas y media a Jiayuguan.

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Esta localidad es famosa porque acoge una espectacular ciudadela del Siglo XIV levantada para proteger a sus habitantes de los constantes ataques provenientes del norte. Además, cerca de allí podemos visitar el extremo final de una de las “murallas chinas” que se construyeron por las mismas razones defensivas, aunque las partes que no se han reconstruido apenas se distinguen de una hilera de tierra amontonada.

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Para los que no tengáis miedo a las alturas, en esa misma área podéis asomaros desde un suelo de cristal al espectacular cañón esculpido por el río Taolai, y quienes busquéis algo más relajado, tenéis la opción de conocer los viñedos e instalaciones de bodegas como la de Zixuan (algunas zonas de Gansu cuentan con climas óptimos para el cultivo de la vid).

Una vez completada la ruta de Jiayuguan, es posible tomar un tren de 5 horas hasta Dunhuang, a las puertas del desierto del Gobi, donde os espera el precioso oasis del Lago de la luna creciente (foto inicial), así como las Grutas de Mogao, cuyas paredes atesoran algunas de las pinturas, relieves y esculturas budistas más preciadas de todo el país.

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El regreso en ferrocarril desde Dunhuang a Lanzhou dura unas 14 horas, aunque también existe la posibilidad de tomar un avión a la capital de la provincia o a otros puntos del país.

En cualquier caso, Gansu da para mucho más que esta ruta, y en mi caso, aunque no pude completar la visita a Dunhuang, sí tuve ocasión para conocer el condado de Xiahe, una localidad con fuerte presencia de la cultura tibetana, y la Prefectura Autónoma de Linxia, hogar de una gran cantidad de miembros de la etnicidad Hui. El viaje desde Lanzhou a ambos destinos solo puede hacerse en autobús, y como ocurre en el resto de los destinos mencionados, lo mejor es tomar un taxi para visitar los lugares de interés (negociar el precio antes de subir), ya que la mayoría carece de otros medios de transporte colectivo.

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Por último, para aquellos que disfrutan de la degustación culinaria, recomiendo los célebres fideos con ternera de Lanzhou (兰州拉面), los platos de cordero, y los tallarines con ternera picada, que se parecen mucho a los espaguetis a la carbonara, aunque lo más probable es que fuesen Marco Polo y sus sucesores italianos quienes copiaron el plato a los chinos cuando pasaron por estos lares.

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