Hablan los chinos, por Ana Fuentes

Recuerdo que empecé el libro sin demasiadas expectativas. Con ello quiero decir que aunque sabía que me iba a gustar porque confiaba plenamente en quien me lo había recomendado, sí es cierto que no esperaba gran cosa, como solemos decir. La verdad es que hoy en día uno tiene la sensación de que nada nos parece ya gran cosa. Confieso que temía encontrarme con “más de lo mismo”. Me explico: cuando uno lee mucho sobre la sociedad china en muchas partes, al final se vuelve complicado encontrar historias nuevas, o al menos vistas desde otra perspectiva. Es como si los laowais nos fuéramos repitiendo sin darnos cuenta. Quizás ésta -entre muchas otras- sea una de las razones por las que no publico últimamente. En cuanto pienso en una idea para una entrada y escribo un borrador, tengo la sensación de haberlo visto ya escrito en algún lugar. Es probable que estemos algo saturados, no sé, (señores traductores, ¿recuerdan el boom de los blogs de traducción? pues igual o parecido). Volviendo al tema, entonces, ¿qué hace que un título -y no otros- salga de esa nota en el móvil que todos tenemos de libros por leer, películas por ver, sitios por visitar…? En este caso supongo que la mezcla de una pizca de casualidad, las buenas críticas y lo que considero un precio razonable para un libro hizo que  Hablan los chinos pasara a mi Kindle en “1-Clic”, tan fácil como parece.

Cuando vuelvo a España una de las preguntas más recurrentes es: ¿cómo son los chinos? Una nunca sabe muy bien qué contestar. Es difícil encontrar características comunes a una población de más de 1.357 millones de personas, qué quieren que les diga. Aunque tampoco sabría qué contestar si me preguntaran cómo son los españoles, los españoles somos…de puta madre, que dirían algunos. Volviendo al caso de China, encuentro particularmente difícil describir una realidad tan diversa y creo que es precisamente esa diversidad la que caracteriza y enriquece el libro de Ana Fuentes. Contestaría con este libro cada vez que me preguntaran cómo son los chinos. Y una vez leído vendrías y me dirías, no he entendido nada, las historias son todas tan distintas, parece todo tan contradictorio que es imposible hacerse una idea clara… Y entonces te contestaría…that’s China. A veces creo que no se trata tanto de intentar entender la mentalidad china como de vivirla. Haciendo lo primero es probable que te vuelvas loco, con lo segundo…también.

Hablan los chinos: historias reales para entender a la futura potencia del mundo, son las vidas de diez personas provenientes de distintas clases sociales que tienen mucho que contar. Aunque las historias suceden mayoritariamente entre 2007 y 2010, todas me parecen perfectamente aplicables a la sociedad china de hoy en día. China cambia rápido, pero no tanto. A través de esta obra he podido conocer un poco mejor la vida de esos taxistas curiosos cuyas conversaciones están siempre marcadas por la corta duración del trayecto. Descubrir lo que significa arriesgar tu vida como activista en China o saber más sobre esos jóvenes que nacen millonarios y tienen como ocupación “dedicarse a los negocios”, un término tan ambiguo como común cuando les preguntas a qué se dedican. Me ha permitido reflexionar sobre qué puede llevar a una mujer a aceptar un matrimonio con su mejor amigo gay, lo cual acostumbra a ser fruto de la presión social y familiar y constituye una práctica más común de lo que se piensa en China . Y la lista continúa: un maestro de artes marciales, una empresaria emprendedora, una chica enganchada a Internet, una madre que se prostituye para pagar los estudios a su hijo…A pesar de que estas diez historias representan a una pequeña parte de la sociedad, nos ayudan a entender un poquito más qué sucede en este país y se tratan distintos temas controvertidos a los que es necesario poner solución en la superpotencia.

Personalmente una de las historias más impactantes para mí por su crudeza y sencillez ha sido la de Chen Erfei. Chen Erfei es un campesino que se muda a Pekín en busca de una vida mejor tras tener a su segunda hija. Ahora trabaja de portero y vive en un refugio subterráneo con otras 300 personas. A través de los pequeños detalles la autora nos muestra el sufrimiento de un padre cuyas hijas ya no reconocen. Finalmente su esposa decide mudarse a Pekín dejando a los niños a cargo de los abuelos, una práctica bastante común en China. Quizás me haya impresionado de tal manera por el hecho de que viajando me he cruzado frecuentemente con este tipo de personas en las estaciones, campesinos de las zonas rurales con sus sacos a la espalda y su cara cansada durmiendo en el suelo de la estación. No es difícil imaginar que podría ser la historia de cualquiera de ellos.

Aunque no en refugios subterráneos, sí he conocido a porteros en situaciones difíciles, aunque quizás afortunados en comparación. En la última urbanización en la que estaba antes de mudarme a Hangzhou tenía varios que se turnaban para dormir en una cabina de unos dos metros cuadrados. Hiciera frío, calor, lloviera o nevara… Ahora que me he mudado, el portero de mi nueva urbanización tiene incluso una pequeña habitación con una cama y televisión en la entrada del recinto. Aún así éstas son condiciones de vida que por ejemplo en un país como España nos parecen “inhumanas” e impensables, o nos parecían.

Sin embargo no es necesario haber visto cosas similares para hacerse una idea de las situaciones que se relatan en el libro. La autora describe a la perfección los personajes, sus rutinas, su día a día, esos pequeños detalles que hacen que entendamos un poco mejor la vida de otras personas. Como amante incondicional de los pequeños detalles, creo que son éstos los que nos cambian poco a poco y también los mismos que nos hacen entender otras formas de vida o empatizar con otras personas. Leyendo como este campesino ve un vídeo de su hija en el móvil una y otra vez, uno se hace una idea del dolor de la distancia y la sensación de ver pasar la vida de tus hijos ante tus ojos sin estar presente.

Por último, la forma de contarnos las cosas que tiene Ana en su libro hizo que recordara una frase de Manuel Chaves Nogales, en su obra La vuelta a Europa en avión (a la que llegué también por casualidad y recomiendo):

“Para ponerse a escribir en los periódicos hay que disculparse previamente por la petulancia que esto supone, y la única disculpa válida es la de contar, relatar, reseñar. Contar y andar es la función del periodista. […] son claros ejemplos de este periodismo nuevo, discreto, civilizado, que no reclama la atención del lector si no es con un motivo: contarle algo, informarle de algo.”

Y aquí doy gracias a esa gente que no se cansa nunca de contar y andar, contar y andar…porque sin ellos no habríamos recorrido tantos caminos.

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