Dentro del particular cosmos socio-cultural de la China tradicional, una de las metas más importantes, si no la más relevante, consiste en garantizar la continuidad del linaje familiar al que las personas quedan adscritas por nacimiento o por enlace matrimonial.
A ello se debe que, por ejemplo, gran parte de los jóvenes del país sienta una acuciante presión para tener descendencia, o que, entre las pocas tradiciones “religiosas” que practican, destaquen precisamente las consistentes en honrar y agradecer a los antecesores familiares por sus esfuerzos en pos del linaje al que pertenecen.
Y de ahí que, todavía a día de hoy, existan unas pocas familias dispuestas a mantener la tradición del minghun (冥婚), una suerte de “matrimonio fantasma” o “matrimonio de espíritus” que se remonta al menos hasta la Dinastía Han (206 AEC -220 EC), y que fue practicada por figuras históricas como el general Cao Cao, quien casó a su hijo difunto, de apenas 13 años de edad, con una joven también fallecida.
Pero aunque a su alrededor exista cierto cúmulo de magia y superstición, consistente en el temor de que el fantasma del soltero requiriese compañía para su vida en el más allá, generalmente, la celebración del minghun ha obedecido a motivos de carácter bien pragmático.
Por una parte, la ceremonia podría servir para integrar una hija no casada dentro de otra familia, puesto que, en la China tradicional, las mujeres pasan a formar parte del linaje de sus maridos.
Por otra parte, esta curiosa forma de enlace constituyó una solución para continuar el legado de un hijo fallecido, siempre y cuando existiese una mujer dispuesta a casarse con él (o sus restos) y adoptar la descendencia de uno de sus nuevos cuñados (en el mejor de los casos) como hijo legítimo.
Además, esta última opción podía suponer una salida más o menos aceptable para las generalmente estigmatizadas mujeres solteras, quienes, de ese modo, pasaban a ocupar el lugar que les era asignado por el orden social.
En cualquier caso, y en lo que a las formas se refiere, las bodas con o entre difuntos se llevaban a cabo de forma similar a las celebradas entre los vivos, y a menudo implicaban la participación de un tipo de casamenteras especializadas en estas uniones. Hablamos de un oficio todavía vigente en algunas partes de China, y distinguido por el dominio de prácticas provenientes del taoísmo, el budismo, la religión popular, o el fengshui, según la particular receta más o menos sujeta a ese sincretismo tan propio de la religiosidad china.
Pero aunque, efectivamente, en muchos casos eran estas “casamenteras-fantasma” quienes arreglaban este tipo de matrimonios, también existían fórmulas de emparejamiento que dejaban un mayor margen de participación al espíritu de difunto, como la consistente en dejar un objeto (generalmente un sobre rojo) en la calle a nombre del soltero fallecido y esperar a ver quién lo recogía.
Además, por sorprendente que parezca, debido a la influencia del pensamiento mágico y supersticioso, así como a la compensación de las dotes y a la posible ganancia de estatus social, pocas personas “destinadas” a casarse con un difunto se han negado a completar la unión.
Ahora bien, también hubo quienes se arrepintieron del casamiento y pusieron pies en polvorosa, como el hombre al que vemos en la foto inferior, obtenida en algún momento entre los años 1930 y 1933. Y no es para menos, pues aunque en estas bodas el difunto suele estar representado por efigies de papel, en este caso la ceremonia se produjo en presencia del cuerpo de la novia.
En cualquier caso, ya se debiese a lo mórbido de la ceremonia, o a la insuficiencia de la compensación que la familia de la fallecida le entregó, parece que el marido-fantasma no quedó satisfecho con el enlace y acabó huyendo a otra ciudad para formar una familia algo más convencional.
En cuanto a la continuidad de esta tradición, a pesar de su estado de persecución desde la creación de la Nueva China, algunas investigaciones indican que seguiría presente en ciertas zonas rurales a orillas del Río Amarillo, desde la provincia de Gansu hasta Hebei, aunque también se mantiene en Taiwan y algunas zonas al otro lado del estrecho.
No obstante, el gobierno chino acumula ya más de 60 años tratado de combatir este tipo de bodas, comunmente tachadas de supersticiosas y fatídicamente asociadas al tan esporádico como mediático robo de cadáveres que pueden llegar a motivar.
Y es que, por ilógico o irracional que nos parezca desde un punto de vista etnocéntrico, lo cierto es que, para muchos chinos, el hecho de ser enterrado junto al marido o la mujer forma parte de un ciclo de hitos de enorme relevancia dentro de una idiosincrasia protagonizada por los linajes familiares.
De hecho, incluso en los casos en los que el fallecido ya se había prometido a su futuro esposo o esposa, la celebración del minghun respondía sobre todo a la necesidad de buscar una solución a los compromisos adquiridos entre dos linajes, y no tanto al nexo personal entre los esposos.
Aun así, no todo en la China tradicional obedece al interés de ese agente trans-generacional que constituye el linaje patriarcal, y en lo tocante a los exóticos “matrimonios fantasma”, también ha habido sitio para uniones motivadas por el amor y la lealtad entre dos personas. Y aunque es posible que aquí se transgreda la definición tradicional del minghun, la cultura popular china cuenta con ejemplos tan célebres como el de Yip Sai Wing, batería de la mítica banda de rock Beyond, quien se casó con la que fue su prometida durante la celebración de su funeral.
En resumen, una tradición china cuyo significado va mucho más allá de la engañosa y a menudo secundaria aura de magia que la envuelve, y cuya función sociológica y terapéutica obedece a esas expectativas de continuidad tan naturales y tan propias del ser humano como especie.
2 ideas sobre ““Minghun”, o cómo unir en matrimonio a personas fallecidas”