El arte pictórico oriental – principalmente China, Japón y Corea – se distingue por ser una combinación de pintura, caligrafía y poesía. En Occidente, a un poeta rara vez se le conoce por sus pinturas o viceversa, pero en Oriente, es común que un pensador o poeta sea además un calígrafo o pintor reconocido o por lo menos bastante capaz.
De modo que las obras que adornan las paredes no son sólo evocaciones pictóricas, sino sentencias filosóficas, poemas, o extractos literarios. Como los modernos “posters motivacionales”, pero con mucho más arte y mucha menos trivialidad.
Hay veces también en que el artista deja de lado la parte pictórica y se concentra en la caligrafía (que en sí misma es una forma de pintura), copiando algún poema o libro o, en este caso, una parte de un registro histórico.
La obra mostrada es del maestro Yuan Tingyan, oficial menor que sirvió en la provincia de Zhejiang durante el periodo de Guangxu (1875-1908), a finales de la Dinastía Qing. Los cuatro rollos, montados sobre seda, son una muestra de su hermosa caligrafía y narran un capítulo de historia oficial, con varias anécdotas que ponen de ejemplo la conducta de un buen gobernante.
Los rollos rara vez se clavan a la pared, sino que la biblioteca de una persona de buen gusto tiene un riel de madera en lo alto, donde puede colgar y quitar distintas obras de su colección, dependiendo de su humor o lo que le inspire en ese momento. Esto es en especial cierto para las casas de té japonesas, que los maestros de té construían como una pequeña cabaña un tanto retirada de su residencia, para recibir ahí a sus amigos y pasar una tarde de tranquila discusión frente a alguna pieza que podía ser una caligrafía, o bien un jarrón antiguo o un arreglo floral; todo acompañado de un té exquisito servido con arte y ceremonia.
De este modo, podemos imaginar cómo serían nuestras paredes si en vez de convertirlas en abigarrados y estáticos museos, tuviéramos la costumbre de decorarlas con un poema de Rimbaud un día, y con un extracto de Los Miserables otro día. O sacar esa bella pintura acompañada de una frase aguda y divertida de Oscar Wilde, y colgarla cuando nos visita un amigo interesante. ¡Pasar una velada de café molido y hecho al momento, y una discusión inspirada por el aroma de lo hecho con cuidado, la grata compañía frente a nuestra silla y las palabras de una mente afín salida de otros tiempos!