Secretos de los clubes nocturnos de China

Una de las visitas más interesantes que se pueden realizar en China es la de sus célebres clubes nocturnos. Quizás no sea el primer aspecto que nos venga a la mente al pensar sobre la cultura y los iconos de dicho país, pero es posible que se trate de uno de los lugares que mejor ilustran la parte “invisible” de la sociedad china.

A pesar de todo el lujo que los rodea, con super-deportivos aparcados en la puerta y recepciones de los más pomposo, colarse en ellos es tarea relativamente fácil para el visitante occidental medio. De hecho, en muchos de los locales más exclusivos, la entrada es totalmente libre, pues el astronómico precio de la bebida -en términos locales- basta para aplicar un filtro económico que sólo permita pasar a los pudientes.

La primera vez que entré al club Muse de Wuhan, lo hice en vaqueros y unas botas chinas que me habían costado 10 euros. Nadie me detuvo en la entrada, en parte porque pasé desapercibido bajo la vaga etiqueta “casual” asociada a los occidentales, y porque los extranjeros a menudo acabamos convertimos en una atracción más de la noche.

Dentro del local, los botellines más pequeños de cerveza pueden costar un mínimo de 5 euros, algo aceptable para cualquier turista europeo con tal de asomarme a la experiencia, pero un auténtico dineral para el wuhanés medio, que por ese precio puede disfrutar de 10 raciones de comida en cualquier puesto callejero.

En cuanto al panorama interior, a primera vista es posible que no percibamos grandes diferencias con respecto a lo que estamos acostumbrados en Europa o América. Al igual que en muchos otros locales de este tipo, ya sea en Berlín o en Shanghai, los sistemas de luces y sonido nos envuelven desde el primer instante, invitándonos a alterar nuestro ritmo interno y a dejar atrás el pulso de la rutina semanal.

Sin embargo, y aquí es donde quizás se percibe una primera gran diferencia, muchos de los principales clubes nocturnos de China conservan todavía la costumbre de ofrecer un amplio abanico de actuaciones en vivo que otorgan una atmósfera cabaretera al local.

Por supuesto, existen zonas de baile, pero lo que realmente distingue aquí es poder contar con una mesa y poder sentarse después del subidón, y guiado por esa sencilla lógica, el interior del club nocturno chino se convierte en un reflejo muy fiel de la naturaleza clasista de la sociedad. En realidad, si nos fijamos bien, descubriremos que gran parte de lo que vemos a nuestro alrededor constituye una forma de diferenciación social, un mecanismo para indicar de forma contundente lo bien que nos va con los dineros, o lo bien que nos gustaría que fueran.

Mesa completamente abarrotada con alrededor de 1000 euros en bebida.

Por eso mismo, no resulta raro encontrarse con una distribución del espacio según el estatus económico, donde la clase menos dotada habita el centro, poblado por mesas altas sin asientos o con unos escuetos taburetes, mientras que el ascenso -a menudo literal- hacia los anillos exteriores viene acompañado de mesas más amplias y asientos que pueden tomar la forma de cómodos sofás ya en el área más exclusiva.

En la cultura tradicional china, el acceso a las clases altas constituía un proceso altamente ritualizado, y en el que, muy a menudo, los aspirantes debían asumir la función de entretener a sus superiores. Pues bien, parece ser que la estructura y organización espacial de algunos de estos clubes ha sido diseñada desde esa misma lógica, según la cual no sólo los cantantes y bailarines, sino también la “gente corriente” contribuye a animar las vistas de los que observan desde una posición más alta.

Mesa completamente abarrotada con alrededor de 1000 euros en bebida.

Pero además, el club cuenta con sus propios profesionales especializados en contentar a los clientes. Se trata de las llamadas “abejas”, jóvenes encargados de animar a los visitantes de cartera más amplia y “zumbar” de mesa en mesa para brindar con ellos. Ellos son los que se ocupan de mantener a los asiduos del club dentro de su órbita; les envían mensajes informándoles de la agenda diaria, les invitan a acercarse a tomar unas copas, y hacen lo que sea con tal de que sigan volviendo al local.

En el celebre May Flower Nº 1 de Changchun, capital de la provincia de Jilin, estas abejas reciben un salario fijo que puede rondar los 250 o 300 euros mensuales, pero a menudo cuentan con una especie de comisión que depende de lo que lleguen a consumir sus clientes, y además están las propinas que pueden recibir por la calidad del entretenimiento ofrecido.

En cuanto a este último “extra”, y a pesar de que puede aumentar considerablemente a base otro tipo de servicios ofrecidos fuera del local, muchas veces proviene de la capacidad de ingerir alcohol junto a los clientes, lo que hace que muchas “abejas” se vean a menudo amenazadas por la sombra de la intoxicación etílica y el alcoholismo.

Y es que, dentro de un país marcado por la cultura del alcohol, el brindis es entendido como parte de un ritual que favorece la comunicación entre distintas familias, empresas, o estratos sociales, y constituye una pieza fundamental de la socialidad nocturna que tanto las “abejas” como los propios artistas se encargan de dinamizar.

Una “abeja” del club May Flower esperando a sus clientes.

Recuerdo que en una ocasión vi a un cantante de pop-rock beberse dos jarras enteras de té con whisky durante una actuación de apenas 10 minutos, hazaña que constituyó uno de los hitos más celebrados y extáticos de la noche.

En cuanto a las estrellas del May Flower, varias de las cuales he tenido el placer de conocer en persona, la verdad es que muchos de ellos son unos profesionales como la copa de un pino; artistas que actúan cada día entregando todo su corazón, estén de buen o mal humor, con la esperanza de mantenerse a flote en un mundo lleno de competencia.

Entre dichos artistas, me gustaría mencionaros brevemente el caso de una de las figuras más valoradas por el local en estos momentos. Se trata de una cantante que baila e interpreta en vivo canciones de Lady Gaga y de estrellas nacionales con un nivel de pasión que prácticamente paraliza a la audiencia.

Cada día actúa unos 15 minutos por los que el club le paga 7500 dólares mensuales, cantidad que supera en más de 10 veces el salario de la mayoría de sus colegas de trabajo, pero que acarrea un obvio desgaste físico y moral en una sociedad formalmente enemiga de ese modelo de mujer.

Todo sea por mantener contenta y satisfecha a las otras “estrellas” del club, la clientela exclusiva que alimenta sus cuentas a través de actos de derroche que superan lo imaginable. Verdaderas lluvias de Champán, subastas públicas celebradas de forma paralela que llegan a las decenas de miles de euros, y todo tipo de extravagancias al alcance de los que estén dispuestos a pagar el precio por elevarse al podio de los “reyes de la noche”.Para terminar el artículo, me gustaría agradecer a mi amigo Qin, de quien ya hablé en otro artículo, y a quien tengo que agradecer su inestimable ayuda por haberme introducido en los secretos del club en el que trabaja, y por haberme cedido sus magníficas fotos, a las que podéis echar un vistazo en su blog personal.

Espero os haya interesado la lectura y que os haya animado a asomaros a la vida nocturna de China la próxima vez que tengáis oportunidad para ello.

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