¿Y si China estuviese todavía por despertar?

Pese a su meteórico ascenso como potencia económica y a su creciente peso en la política global, en China ocurre algo curioso en lo relativo a sus posibilidades, y es que sus jóvenes se resisten a comparar a sus propio país con aquellos a los que imaginan como los mejores del mundo.

Lo cierto es que los mayores sí se sienten más satisfechos de su país, pero es probable que ello se deba más a los efectos de la propaganda nacionalista y a sus dosis de chovinismo que a un conocimiento real de la situación en Europa, los Estados Unidos o su vecino Japón.

Los jóvenes, por el contrario, están mucho más al día de los pros y los contras de vivir en las potencias con las que China coopera y compite, en buena parte debido a la creciente presencia de los medios de comunicación occidentales, pero también por el simple hecho de que hay cada vez más estudiantes chinos realizando estancias en nuestros países.

Desgraciadamente, los occidentales tampoco les damos demasiados ánimos cuando elegimos o nos toca vivir en China, ya que casi todos pasamos por una fase bastante insoportable consistente en criticar y quejarnos de todo.

No obstante, a mi modo de ver, si los occidentales nos quejamos tanto es precisamente porque los chinos, sobre todo los jóvenes, están dispuestos a aguantarnos, y dan por hecho que tiene que ser muy duro salir de ese barrio para ricos a escala global que es Europa para ponerse a vivir en un país que acaba de salir del subdesarrollo.

Los pobres no se han dado cuenta todavía de que muchos de los blancuchos que llegamos a su país lo hacemos por pura necesidad, porque puede que nuestros países estén desarrollados, pero nuestras tasas de crecimiento económico no dan para fomentar un empleo acorde a nuestras expectativas.

Al mismo tiempo, es cierto que el milagro chino se ha llevado a cabo a costa de explotar a millones de paisanos y de contaminar el medio ambiente hasta límites horrorosos (igual que ha ocurrido en cada uno de los países industrializados del planeta). También es cierto que innumerables cargos del PCCh han robado a manos llenas y se han llevado el dinero a países capitalistas o paraísos fiscales.

Pero este juego de China como la fábrica humeante que trabaja con la mirada puesta en las exportaciones pronto se agotará, y si todo va según lo planeado, dará paso a modelos productivos cada vez más dirigidos a los propios chinos.

Es decir, aunque China lleva varias décadas “en marcha”, su ciudadanía las ha pasado en una especie de modo zombie forzado en el que lo importante para cada familia era prosperar económicamente y dejar que el gobierno hiciese lo posible para conquistar los objetivos específicos de los planes quinquenales, aunque solo los comprendiesen cuatro entendidos.

Sin embargo, solo entre los años 2000 y 2010 se ha multiplicado por 7 la cantidad de graduados superiores, lo que implica que va a haber cada vez más ciudadanos capaces de analizar, discutir y cuestionar el camino por el que se dirige China.

Puede que algunos piensen que esto es irrelevante mientras China siga careciendo de métodos de participación democrática, pero los mecanismos meritocráticos que rigen el acceso a los mandos de control darán lugar al auge de una tecnocracia que va a tener un enorme impacto en la China que queda por desarrollar, la cual es enorme.

Es más, aunque el objetivo del PCCh es que la mayoría del país madure en lo económico para el centenario de la Nueva China (2049), lo más probable es que haga falta alguna década más para que todos los chinos disfruten de una infraestructura y servicios equiparables a los de los países más avanzados de Europa.

Es decir, China va a seguir muchos años más teniendo cantidad de ciudadanos bien formados y dispuestos a trabajar por menos que sus paisanos del este y el sur (zonas más desarrolladas), lo que, unido a sus enormes redes de producción e I+D, y apoyado por su gigantesco mercado, hace casi imposible que el país deje de atraer inversores a medio-largo plazo.

Dicho de otro modo, si no ocurre algún tipo de desastre natural o bélico, China se va a convertir en un país 10 veces más bestia que Japón en términos de desarrollo económico y tecnológico, y hará que cualquier otra potencia empequeñezca en comparación, incluida la propia India, que pese a su mejor prensa política en Occidente, está teniendo muchos más problemas para garantizar lo básico a su población.

Ahora bien, lo realmente decisivo será el papel que tomará la ciudadanía China cuando comience a sentirse al mando de un gigante que por sí mismo podría llevar a cabo proyectos que exigirían la cooperación de la mayoría de los demás países juntos.

¿Os imagináis a los chinos viviendo en megaciudades de más de 100 millones de habitantes? ¿Los veis a la cabeza de futuros grandes avances? Seguramente a ellos les cuesta tanto o más que a nosotros, pero tiempo al tiempo…

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