El pordiosero y las mandarinas

En el post anterior hice una breve reflexión acerca de lo fundamental de la educación en China: pero no tanto de la parte de su calidad o de la eficacia de sus sistemas, sino del concepto en sí mismo. Esto es, independientemente de lo avanzado o atrasado del sistema en un punto arbitario del tiempo, el altísimo valor que se le da a la IDEA de la educación – y más en general, al cultivo y perfeccionamiento de las propias habilidades – como la forma más deseable de movilidad social.

Esto, por supuesto, no viene del adoctrinamiento comunista ni de ninguna parte reciente de la historia china. Es un proceso cultural que ha sedimentado por 5000 años. El ‘Libro de las Odas’ es la colección de poemas más antigua de China, recogiendo escritos desde los siglos X al VII a.C., y en él ya podemos encontrar docenas de textos como este, que se refiere al Duque Wu, fundador de la Dinastía Zhou (1029-771 a.C.):

Gracias a sus decretos y a que ha querido educar a su gente,
se ha ganado el respaldo del pueblo entero, trayéndonos paz.
Por sus buenas disposiciones hay paz en el reino
y la gente disfruta de cosechas abundantes cada año.

Esta idea se ha mantenido inquebrantable por milenios, a pesar de la interminable cantidad de viscisitudes de la historia china y a pesar de todos los buenos, medianos y pésimos gobiernos por los que ha pasado. En su libro ‘Educación Para 1300 Millones’, el ex-Ministro de Educación Li Lanqing – que presidió sobre la importantísima reforma y modernización educativa de 1993 a 2003 – hace un recuento de la acciones llevadas a cabo durante la reforma y realiza además un análisis pormenorizado de cómo la educación impacta en cada parte de la economía, ilustrado con abundantes ejemplos. Li comienza su disertación con estas palabras:

“Guan Zhong, un muy ilustrado Primer Ministro de la época de Confucio, acuñó la frase:
‘Si tienes un año, lo más importante es cultivar el grano;
si tienes diez años, lo más importante es cultivar los bosques;
si tienes una vida, lo más importante es cultivar a los hombres’.”

Y más adelante:

“Cuando Deng Xiaoping asumió el mando de China después de la Revolución Cultural, se puso inmediatamente a rectificar lo mal hecho y regresando el país a la normalidad civil, y este proceso benefició grandemente el sector educativo. En sus Obras Escogidas hay más de 70 ensayos que discuten este tema, mismos que retomé e imprimí en forma de libreto para poder estudiarlos con detenimiento. En particular me emocionó la imagen que escoge al autoproclamarse un ‘intendente’ al servicio de aquellos que trabajan en las ciencias, el desarrollo tecnológico y la educación, y de inmediato adopté esta imagen para mi trabajo. Si alguien en su posición estaba dispuesto a llamarse ‘intendente’, ciertamente no tenía yo excusa para no hacer lo mismo, y convertirme en ‘intendente’ de la educación.”

Estas frases pueden sin duda parecer retóricas, pero en política como bien sabemos ‘la forma es fondo’ y este tipo de retórica – cuando va de la mano con las acciones correspondientes – es lo más poderoso que hay para llegar al corazón de la gente.

Cuando recién llegué a China y empecé a dar clases de inglés en el pequeño pueblo de Dongyang, prácticamente la totalidad de la gente sabía que había un maestro extranjero venido de lejos a dar clase a sus niños. Un día salí con dos de mis colegas chinas a dar un paseo por el centro del pueblo y tras un rato de caminar por las calles (y ser saludado can tres pasos por toda la gente que encontrábamos), entramos a un restaurante a cenar. Noté que un pordiosero nos había seguido atentamente con la mirada y que nos veía a través de la ventana con la boca abierta, pero súbitamente se alejó corriendo del lugar.

A los pocos minutos, el pordiosero regresó apresuradamente, entró al restaurante y se dirigió decidido a donde estábamos sentados. Traía dos mandarinas que puso con reverencia sobre la mesa y se puso a sonreírme, a hablar a trompicones y a gesticular. Tras breves momentos se alejó corriendo de nuevo y se perdió en las calles, siempre sonriendo. Yo no atinaba a interpretar toda aquella escena.

Una de mis colegas me explicó, “Ese hombre, como casi todo el resto del pueblo, se enteró de que viniste desde tu país a enseñar aquí. Lo que te dijo es que estas frutas son un pequeño regalo de bienvenida y que te respetaba por haber viajado desde tan lejos para enseñar a nuestros niños.”

Así se ve el respeto por la educación, cuando ha llegado a permear a toda una sociedad.

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