Aunque la provincia de Jilin suele quedarse fuera de los principales circuitos turísticos del país, cuenta con uno de los más majestuosos tesoros naturales de toda China. Me refiero al volcán y la cordillera de Changbai, la cual forma parte de la frontera natural con Corea del Norte.
Para los que no la conozcáis, os diré que esta zona guarda una enorme importancia para la nación coreana y la etnicidad manchú, pues ambas la consideran como el lugar de nacimiento de sus legendarios ancestros, incluidos los del propio Puyi, el último emperador de China. Es tal la relevancia simbólica que el gobierno de Corea del Norte atribuye a este portento geológico, que además de lucirlo en su emblema nacional, lo destaca como uno de los espacios cruciales de la resistencia anti-japonesa liderada por Kim Il-sung, y el lugar de nacimiento de Kim Jong-il, aunque fuentes extranjeras apuntan a que nació en la Unión Soviética (Vyatskoye).
Y ya que hablamos del polémico régimen, no podemos olvidar que los alrededores de la cordillera de Changbai ofrecen una oportunidad ideal para asomarse a diversos pueblos y ciudades del país, incluida la ciudad de Hyesan (la tercera más poblada del país, con 192.628 habitantes censados en 2008), apenas separada del municipio chino de Changbai por el río Yalu.
La primera etapa del viaje que mi pareja y yo realizamos nos llevó, precisamente, a este condado autónomo, cuya población cuenta con un 16,5% de miembros de la etnicidad coreana (朝鲜族). Dado que no hay líneas de ferrocarril que conecten al condado, el viaje desde Changchun (capital de la provincia) lo realizamos en un autobús que tarda alrededor de 9 horas en completar el trayecto, no demasiado escarpado, aunque muy sujeto a precariedades debidas al agreste y exuberante entorno natural que atraviesa.
Lo primero que uno aprecia de Corea del Norte a medida que se acerca desde esta vía, es la aguda deforestación que padecen sus montañas en comparación con los frondosos montes del lado chino. Según uno de los pasajeros de regreso a casa, dicha diferencia se debe a la escasez de combustible que padecen los coreanos, lo que les obliga a recurrir a una masa forestal que nunca se recuperó de la devastación sufrida durante la guerra.
El último tramo hasta la ciudad de Changbai pasa por la orilla del poco caudaloso río Yalu, en cuyo margen norcoreano se observan conjuntos de blancuzcas casas de una sola planta, cuyos tejados se muestran en un estado visiblemente deteriorado.
Nada más llegar al destino (alrededor de las 15:20 horas), nos apresuramos a dejar parte del equipaje en un hotel situado al otro lado de la estación del autobús, y tomar un taxi que nos llevase al centro del paseo fluvial, desde el que puede verse parte de la ciudad de Hyesan.
El paseo cuenta con varios miradores desde los que uno puede acercarse todavía más a la ya inmediata Corea, aunque muchos de ellos portan carteles que prohíben expresamente apuntar con la cámara al otro lado del río. Con el nerviosismo de quien se acerca a una realidad social guardada de las miradas ajenas con semejantes medidas, nos aproximamos al mirador para echar un primer vistazo a la ciudad.
Aunque ya habíamos leído al respecto, tanto a mí como a mi pareja (de nacionalidad china) nos sorprendió mucho la aparente “flexibilidad” con los norcoreanos habitan la frontera entre ambos países. A lo largo de la rivera, y superando la línea de vigilancia, decenas y decenas de personas de todas las edades se bañaban en las aguas del río, algunas de ellas completamente desnudas, mientras grupos de mujeres aprovechaban para hacer la colada.
Al encontrarnos mirando al otro lado de las aguas, un paseante local se acercó a explicarnos que lo que la mayoría de “bañistas” estaban haciendo era asearse, ya quemuchos de ellos carecen de agua corriente en sus casas. Este es un hecho que los chinos nos repitieron hasta la saciedad, y que a menudo completaban con referencias al evidente mal estado de su economía, y al supuesto de que China gasta muchos recursos y dinero en el país vecino.
Deseosos de poder sacar alguna foto que compartir, preguntamos a los viandantes si sería posible obtener alguna instantánea furtiva, a lo que nos respondieron que el principal riesgo reside en ser vistos por los soldados norcoreanos, quienes podrían avisar a la policía china y encargarse, a través de ellos, de la eliminación de las fotos.
Entonces es cuando nos fijamos en la línea fronteriza que se extiende tras la orilla del río, y que cuenta con una caseta de guardias cada 100 metros aproximadamente. Aun así, según nos explicaron, en principio, mientras no apuntásemos directamente a las casetas, o fotografiásemos con demasiado descaro, no habría peligro.
El puente que une a Corea del Norte (izquierda) con China
Con esta advertencia en mente, recorrimos el paseo sacando alguna que otra foto furtiva hasta llegar al puente que une los dos países, donde nos encontramos con un trabajador de la construcción que estaba grabando en vídeo el otro lado de la orilla desde su pequeña furgoneta. Como suele ocurrir generalmente en China, su reacción al toparse con un extranjero fue de lo más amigable, y para demostrarnos su amabilidad nos ofreció nada menos que tabaco norcoreano obtenido del contrabando local.
Convencidos de que habíamos dado con la persona ideal para que nos guiara por el pueblo, le preguntamos si nos podría dar una vuelta en su furgoneta, propuesta a la que accedió por unos 100 yuanes RMB, que incluyeron medio cartón del citado tabaco, a modo de souvenir.
El supuesto ayuntamiento de Hyesan
Durante el recorrido, consistente en diversas paradas más o menos disimuladas en diferentes puntos de la frontera, el obrero nos contó que entre los años 1997 y 1998 Corea del Norte padeció una hambruna, y que muchos cruzaron el río (transitable prácticamente a pie) para probar suerte en China, a pesar de que, según el informante,el precio a pagar por acabar deportado es la condena por traición y la sentencia a morir fusilado.
En cualquier caso, de acuerdo con lo que nos contó, el contrabando entre ambas partes está al orden del día y se produce prácticamente cada noche. Entre los bienes más apreciados por los norcoreanos estarían el arroz, la harina de trigo, o los célebres envases chinos de fideos instantáneos, además de productos de higiene y el lavado de prendas. Por su parte, los chinos adquieren de sus vecinos productos a precio más competitivo, como el tabaco, o cabezas de ganado ovino (esto mismo también se hacía en el Pirineo Navarro hasta hace bien poco).
Otra mercancía que muchos chinos obtienen a expensas de los norcoreanos, es laimagen de sus cuerpos mientras se asean, la cual es filmada por muchos curiosos, incluido nuestro guía, con fines más o menos “lúdicos”, suponemos.
Tras terminar la ruta fluvial, volvimos al centro de la ciudad a cenar un plato local de cocina coreana, y decidimos volver al hotel dando un largo paseo por la orilla. Teníamos interés en saber si es cierto eso de que las ciudades norcoreanas apenas cuentan con iluminación eléctrica, y lo cierto es que, aunque se veían unas cuantas ventanas iluminadas, las calles permanecieron a oscuras y no vimos ninguna farola encendida más allá de las situadas en lo que parecía ser una fábrica.
A la izquierda Hyesan, a la derecha, en el lado chino, la ciudad de Changbai
En cualquier caso, cabe señalar que, aunque la mayoría de ciudades chinas cuentan con alumbrado público, no es raro que quede fuera de servicio a partir de las 12:00 o de las primeras horas de la madrugada, como es el caso de la propia Changbai, y de Songjianghe, situada al pie del famoso volcán de Changbai.
Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en el lado chino, donde las luces de los negocios y los faros de los coches demuestran cierto grado de actividad nocturna, la ciudad coreana de Hyesan queda prácticamente en penumbra tras el anochecer, y se sumerge en un silencio apenas interrumpido por el motor de algún camión, o por el traqueteo del envejecido tren que transcurre cerca de la orilla.
Justo antes de volver al hotel, vimos a un par de vecinos acercarse al muro que separa la orilla para verter algo de basura, que se precipitó con ruido de cascos de vidrio, para motivar un grito posiblemente proveniente de una de las casetas de vigilancia. Más tarde, apareció un grupo de tres o cuatro jóvenes caminando por la línea de vigilancia, y se sentaron prácticamente al otro lado de donde nos encontrábamos.
Recuerdo que en ese momento sentí emociones un tanto contradictorias. Por un lado no podía evitar cierta fascinación por estar frente a personas que habitan en una realidad social tan diferente. Por otro lado, me sentía apenado y algo culpable de haber reducido dicha realidad a un frívolo objeto de consumo turístico. Poco después, mientras descansaba en el hotel tras una buena ducha caliente, me acordaba de las risas de los niños que jugaban en el río, y trataba de imaginar los beneficios que podría aportar al medio ambiente una vida más sencilla en términos materiales.
Sin embargo, lo cierto es que los ciudadanos de Corea del Norte no viven con poco por amor a la naturaleza, sino porque no les queda otro remedio, y me temo que, si tuviesen la oportunidad, abrazarían la vida de consumo que sus vecinos chinos adoptaron hace ya años.
Al día siguiente por la mañana, deshicimos durante tres horas el camino recorrido hasta la ya citada ciudad de Songjianghe, desde donde tomamos un taxi (no hay autobuses disponibles) hasta el Recinto Oeste del Parque Natural de Changbai.
Durante el trayecto en taxi, de unos cuarenta minutos, hablamos con el conductor sobre los inmigrantes norcoreanos, y nos volvió a repetir muchos de los tópicos ya mencionados, como el de la pobreza que padecen, y los grandes riesgos a los que se enfrentan al pasar a China. Según parece, algunos de ellos optan por vivir en las afueras de los pueblos, o en las inmediaciones de los bosques, donde tratan de sobrevivir haciéndose pasar por ciudadanos chinos de la etnicidad coreana, y evitando que nadie descubra que desconocen el mandarín.
Punto que marca la frontera geográfica entre China y Corea del Norte
Sin embargo, tal y como nos explicaría el taxista, a pesar de que parte de la Cumbre Oeste del volcán Changbai se extiende sobre suelo norcoreano, durante todo el ascenso no nos cruzaríamos con ninguno de sus ciudadanos, sino con pudientes turistas provenientes de Corea del Sur, atraídos por el simbolismo y belleza del lugar.
Tal es el fervor que algunos sienten por estas tierras, que durante los Juegos Asiáticos de Invierno de 2007, celebrados en Changchun, atletas surcoreanos realizaron una polémica reclamación territorial sobre el volcán, llamado Paektu o Baekdu en lengua coreana, y cuyo 54,5% pasó oficialmente a manos de Corea del Norte en 1962.
Para haceros una idea de su espectacularidad, os diré que su caldera tiene unos 5 kilómetros de ancho y 850 metros de profundidad, mientras que el denominado “lago celeste” cubre un máximo estimado de 384 metros, lo que lo convierte en el más profundo de China. En cuanto a la altitud del “mirador” al que ascendimos, se sitúa a 2470 metros, apenas 200 metros más bajo que el pico más alto, aunque ofrece una panorámica envidiable se mire hacia donde se mire.
Acerca de su estado de actividad, los expertos han estimado que vuelve a la vida aproximadamente cada 100 años, lo que hace que algunos de ellos estén algo preocupados ante la próxima erupción, pues la última fue registrada ya en en el año 1903.
Aparte de la magnífica vista de la cima, para la que hay que tener como aliado al clima, el Recinto Oeste, al que se accede pagando 125 yuanes RMB (en casi todos los parques naturales de China se cobra entrada), ofrece una visita al bosque y a un espectacularcañón descubierto en 1989.
De hecho, según nos contó el taxista durante el viaje de regreso, toda el área de Changbai, y buena parte del Este de la provincia de Jilin se hallaban en un estado prácticamente salvaje hasta la llegada de Mao al poder, cuando el líder decidió enviar oleadas de ciudadanos a habitar las regiones periféricas y de interés estratégico para el país. Para ello, se formaron tres unidades de trabajo básicas; la primera se encargaría de construir carreteras, la segunda de construir viviendas, mientras que la tercera se encargaría de poner en marcha los servicios públicos.
Para que nos hagamos una idea de los efectos de dichas políticas, antes de 1961, la ciudad de Songjianghe ni siquiera existía, y sus alrededores apenas acogían a grupos de cazadores. No obstante, tras todos esos años de trabajo duro, su población ha crecido hasta los 70000 habitantes y ya cuenta con la mayoría de servicios disponibles en las grandes ciudades, aunque apenas se ha comenzado a explotar sus recursos forestales y su atractivo turístico.
Mientras descansamos en un restaurante a la espera de tomar el tren de vuelta a Changchun, preguntamos a su dueño qué es lo que hizo que el lado chino de la frontera prosperase mientras sus vecinos coreanos siguen estancados en la pobreza. Entonces él señaló al edificio de enfrente, que no era otro que el de la oficina del fisco, y exclamó “yo no tengo que pagar impuestos por mi restaurante”, haciendo referencia a las ventajas que el gobierno chino concede a los pequeños empresarios.
Yo me pregunto si toda esa “manga ancha” hacia el emprendedor no vendría facilitada por la enorme inversión extranjera que los líderes chinos favorecieron desde los 80, mientras Corea del Norte se quedaba bloqueada ante esa posible vía de desarrollo. Mil preguntas más nos surgieron, y la verdad es que, como investigador social, me encantaría poder asomarme a la realidad social de Corea del Norte, pero viajar allí es demasiado caro para mí, y además su oferta no ofrece la oportunidad de moverse libremente, lo que sugiere que, probablemente, siguen teniendo mucho que esconder.
Así pues, al final de nuestra visita, la sensación que nos quedó volvió a ser un tanto contradictoria. Y es que, por un lado, nos llevamos la memoria de haber participado de un paraje espectacular, y de haber presenciado la realidad fronteriza de dos países con regímenes muy debatidos en el mundo occidental. Pero, por otro lado, nos quedamos sin saber muy bien qué podemos hacer por comprender mejor las situaciones que afectan a los habitantes de cada lado, especialmente en el caso de los norcoreanos, de quienes apenas he obtenido una una serie de impresiones y rumores que compartir con vosotros, y por quienes, sinceramente, no sabría qué hacer en el probable caso de que necesitasen nuestra ayuda.
Una idea sobre “Las montañas Changbai, un balcón a la hermética Corea del Norte”
Veo que has estado en Tianjin. Que yo recuerde uno de los pocos defectos que tenía Tianjin es que tiene pocas posibilidades laborales, pero por el resto me parece una ciudad cojonudamente gris pero vivible. Estuve allí 6 meses. Entiendo totalmente lo que dices de pasar de Tianjin a Hangzhou sí que es un cambio en el nivel de vida considerable en cuanto al medio ambiente. Lo entiendo porque yo también he hecho este cambio dentro de China, aunque en mi caso particular ha sido venirme a Mongolia Interior y tocar el cielo.
Estoy totalmente de acuerdo con lo de hacer las maletas y volvernos y, aunque al principio vine aquí porque me gustó muchísimo Tianjin, luego, estando en Wuhan (a la que llamo Wuhell o 挖汉 por la cantidad de obras públicas que hay) me he dado cuenta que no me gusta la aventura. Ahora más en un ambiente aislado en Ordos vuelvo a encontrar la paz que buscaba desde hacía muchísimo tiempo y que no pensaba que podía llegar. Vivo dentro de un campus en un instituto y se cumplen las normas a rajatabla. La ciudad no tiene muchos habitantes así que la gente no necesita colarse. No sé, si me quedo aquí me podría quedar por bastante tiempo porque es muy agradable.
Si es tu forma de presentar las cosas, la respeto, pero es una forma que se utiliza muchísimo para que la gente no se sienta ofendida y a mí me ofende porque no es genuina: la realidad no es relativa sino absoluta. Son dos formas distintas de ver las cosas y estoy de acuerdo con lo de Diego Quiñones. Lo que yo pienso es que los puntos positivos son migajas en comparación a los puntos negativos. Lo que te he dicho de que te acostumbres es totalmente normal que nos pase ya que es algo totalmente estudiado y que se llama choque cultural reverso que me ha pasado ya varias veces al volver a España desde China. Esto puede no solo ser en cuanto a modales sino también en cuanto a formas de trabajar (ya sabes lo de cambios de planes de última hora en la oficina o en la escuela! Ya me ha pasado aquí, pero es que estoy ya tan acostumbrado a estas perradas que me parecen hasta normales.)