Los Cambios y continuidades en la China de Xi Jinping

En la política china, el valor máximo es la estabilidad. Desde este punto de vista, las nuevas autoridades mantendrán las políticas desarrolladas en los últimos años. En este escenario, América latina es un objetivo clave de la gestión que se inicia, durante la cual se espera que China se consolide como el segundo socio comercial de la región.

La estructura de gobernabilidad en la República Popular está garantizada por la articulación de tres pilares: el Estado, el Ejército y el Partido. En la política china, el valor máximo es la estabilidad, garantizada en la unidad del gobierno, la politización militar y la cohesión de la dirección partidaria. Cada una de las tres estructuras corporiza a la vez una visión fundamental acerca del individuo y su relación con la sociedad o cosmovisión: la confuciana (el Estado), la realista o estratégica (el Ejército) y la comunista (el Partido).

El Estado chino es tributario de los principios del confucianismo. Según esta concepción, el hombre solamente puede alcanzar la realización plena en tanto ser social. Ello implica que cada uno ocupa un determinado lugar en el conjunto. Esta jerarquización no es de orden social sino moral, y es por ello que la unidad social de pertenencia puede ser la familia o el Estado. Las relaciones están regladas atendiendo a un protocolo que genera obligaciones mutuas de acuerdo con la función que cada miembro desempeña.

En la práctica, el confucianismo ordenó la construcción de la burocracia imperial china: oficiales racionales y estudiosos –mandarines– obedientes de sus deberes como miembros del servicio civil, honestos y virtuosos. Sus cualidades personales de excelencia reflejaban la legitimidad del emperador y garantizaban la justicia del orden social. A pesar de haber transcurrido más de mil trescientos años, la concepción jerárquica del servicio civil y del orden estratificado como medio para la armonía social son principios de plena vigencia en la administración pública china actual. En comparación con otros países, el tamaño neto del Estado chino –medido en términos de empleo público por cantidad de habitantes– es del 3%, casi al nivel de América latina y un tercio por debajo del promedio global de 4,7%. Sin embargo, el empleo público en los niveles locales –provincias, ciudades– es uno de los más altos del mundo, doblando la media global.

La segunda columna sobre la que se apoya el régimen chino es el Ejército Popular de Liberación (ELP). El presidente saliente Hu Jintao definió las tres principales “misiones históricas” del ejército como: consolidar la autoridad de gobierno del Partido Comunista, asegurar la soberanía, integridad territorial y seguridad doméstica para el desarrollo y salvaguardar los intereses nacionales de China. El ELP es el mayor ejército del mundo, con una fuerza activa de 2,3 millones de efectivos. El gasto militar chino es el segundo del mundo, aunque ello representa el 5,5% del total global (en comparación, sólo Estados Unidos fue en 2011 responsable por el 46% del gasto militar global). Pero más importante aún, el ELP es el brazo armado del Partido. Esto es de especial importancia si se tiene en cuenta que el presupuesto asignado a seguridad interna superó en 2012 al de defensa. La señal es clara: el Partido está más preocupado por la inestabilidad interna –se registran según cifras oficiales 274 incidentes o protestas por día– que por potenciales enemigos externos. El pensamiento imperante asociado a la estructura del ELP es el estratégico representado por Sun Tzu. En esencia, es el equivalente oriental del realismo político de Tucídides, Maquiavelo, y Hobbes: el individuo es egoísta y busca el poder, con lo cual la sociedad es equivalente a una competencia de todos contra todos. Las relaciones entre Estados son competitivas y basadas en el interés nacional definido en términos de poder.

El tercer elemento que constituye la estructura fundamental de gobierno en china es el Partido Comunista (PCCh), la organización política más grande del mundo, con ochenta millones de miembros. La legitimidad del Partido se desprende de haber puesto a China de pie luego su “siglo de humillación” frente a potencias coloniales ocupadoras, la invasión japonesa y los abusos de los nacionalistas del Kuomintang de Chiang Kai-Shek. El establecimiento de la República Popular en 1949 buscó trazar un camino absolutamente nuevo para China, haciendo un corte revolucionario con el pasado. En abierta contradicción con el mandato confuciano de estabilidad y continuidad, la tradición comunista trajo consigo la agitación revolucionaria. El proyecto ideológico emancipador de base marxista rechazó las jerarquías tradicionales asiáticas –el afecto padre/hijo, el deber señor/súbdito y el orden mayor/joven– por ocultar la opresión de clase y el gradualismo por ser una máscara del conservadurismo. Aun antes del fin de la Guerra Fría, el PCCh dejó de lado la legitimidad basada en el enfrentamiento con el capitalismo y forjó un nuevo contrato social con la población: no basado en la igualdad de los trabajadores sino en la prosperidad de los consumidores. El PCCh mantiene aumentos sostenidos en el nivel de vida a cambio del monopolio de la representación política. Pero a las estructuras de gobernabilidad y las tradiciones filosóficas deben sumarse los actores, quienes aportan el elemento de la agencia humana en el proceso social. En el proceso dinámico de interacción mutua y con efectos recíprocos, agencia y estructura se dan forma. Las estructuras condicionan, configurando el universo cognitivo perceptual y delimitando en consecuencia el campo de interpretación y respuestas posibles. En el caso de China, la orientación sociocultural es más interdependiente, a diferencia de la occidental, más independiente. La autonomía y el individualismo están por debajo de la armonía y el colectivismo. El mérito personal y el logro individual toman un segundo lugar frente a las conexiones personales y los intereses del grupo de referencia. La disposición hacia el mundo es más situacional y temática que taxonómica y el razonamiento más holístico y global que analítico y lineal. Esto es de vital importancia para entender cómo piensan los nuevos líderes chinos que asumirán el poder en los próximos meses y cómo funciona el sistema de toma de decisiones en el que operan.

A medida que China avanzó con su proceso de reforma y apertura iniciado en 1978, ello se tradujo en tasas de crecimiento económico del nueve y medio por ciento anual, convirtiéndose en la segunda economía mundial en términos del Producto Interno Bruto (PIB). Ello además tuvo un impacto impresionante en el aumento del ingreso per cápita. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) estimó en marzo de 2013 que el aumento del ingreso per cápita fue superior al nueve mil por ciento. También se ha estimado que en ese mismo período China levantó de la pobreza a más de seiscientos millones de personas.

Sin embargo, el modelo de desarrollo –y gobernabilidad– del país estuvo demasiado fijado en el crecimiento orientado a la exportación vía el diferencial salarial y la inversión extranjera directa. Estuvo además localizado en las provincias costeras en desmedro del interior, buscando atender la demanda de los países desarrollados más que fomentando el consumo en el mercado interno. Así, se profundizaron los desequilibrios y las desigualdades sectoriales y regionales. China tiene provincias con el PBI per cápita de Qatar (Macao) o Singapur (Hong Kong) y otras con el PBI per cápita de Congo Brazzaville (Tíbet).

Para ello, en 2011 China elabora el XII Plan Quinquenal para la Economía Nacional y el Progreso Social, que busca balancear el énfasis en la velocidad del crecimiento a la calidad y rentabilidad del crecimiento.

Los objetivos incluyen transformar la estructura económica, dirigiéndola hacia la ampliación de la demanda interna vía el consumo. De forma no menor, el plan busca elevar la innovación científico tecnológica, a fin de convertir el “hecho en China” al “diseñado” o “creado” en China. La inversión en infraestructura se reduce a favor de una mayor medida de gastos en educación, sanidad, garantía social, de empleo (en 2012 se crearon doce millones seiscientos mil puestos de trabajo en ciudades y poblados) y vivienda. Esto liberaría el ahorro interno, facilitando el consumo y la inversión nacional. Finalmente, el plan propone la creación del concepto del “desarrollo ecológico” bajo en carbono, que consiste en poner énfasis en el ahorro energético y la reducción de emisiones, acelerar la construcción de una sociedad economizadora de recursos.

Cambios en los modelos de desarrollo implican un realineamiento de la economía política interna y de las coaliciones que la sostienen. Colectivamente, la quinta generación es la más diversa en la historia de la elite china, en tanto formación educativa, origen social, lealtades políticas y experiencias administrativas o de gobierno. Los revolucionarios comunistas de las generaciones de Mao y Deng eran primordialmente campesinos y soldados. Hombres rústicos, con poca educación formal y ninguna exposición internacional, aunque con una sagacidad para los asuntos prácticos como táctica militar (Mao), espíritu emprendedor económico (Deng) o relaciones interpersonales (Zhou Enlai). Los ingenieros tecnócratas constituyeron el núcleo de la tercera y cuarta generación. Los nuevos miembros del Comité Permanente del Politburó son profesionales mayormente de las ciencias sociales: Xi Jinping es ingeniero químico pero con posgrado en Derecho; Li Keqiang estudió Derecho y tiene un doctorado en Economía; Zhang Gaoli en planificación económica y estadística; Zhang Dejiang estudió Economía en la Universidad Kim Il Sung de Corea del Norte y Wang Qishan historia en Northwest University. Yu Zhengsheng estudió ingeniería militar y Liu Yunshan es graduado de la Escuela Central del PCCh, la mayor institución educativa para la formación de cuadros del Partido. Todos conocen los modos e intereses de Occidente por haber tenido exposición al mundo. Sin embargo a algunos los ha hecho más aperturistas y flexibles y a otros más asertivos y nacionalistas. Estando en México en 2009, Xi Jinping se quejó: “Algunos extranjeros con los estómagos llenos y nada mejor que hacer se dedican a apuntarnos con el dedo. China no exporta la revolución, no exporta hambre ni pobreza y no fastidia a nadie. ¿Qué más se puede decir?”.

Cada líder que asume en China debe presentar su propio lema, eslogan y marca del modelo que busca implementar, del curso que desea que tome su gestión y aspiración e interpretación de su rol histórico en el camino del socialismo con características chinas.

Jiang Zemin tuvo las “tres representaciones”, Hu Jintao el “desarrollo científico” y el “desarrollo armonioso” y Xi Jinping el “sueño chino”. Según sus propias palabras, implica la gran revitalización de la nación china y la prosperidad del país, la revigorización de la nación y el bienestar del pueblo. La dirigencia entrante se encuentra atravesada además por dos corrientes internas: los Taizidang (“príncipes”) y los Tuanpai (“cuadros de la liga”, de la militancia en la Juventud Comunista). Las diferencias son intelectuales y de proyectos de país, reflejándose en distintos objetivos de política pública, agendas económicas, prioridades sociopolíticas, modelos de desarrollo y políticas exteriores. La coalición taizidang representa mayormente los intereses de ciudades ricas en provincias costeras. Vinculados a la exportación y las finanzas, responden a patrones liberales, como favorecer la inserción a los mercados mundiales, y focalizarse en potenciar el crecimiento.

La coalición tuanpai hunde sus raíces en el interior, en el sector rural y las provincias menos desarrolladas del interior. Apela a una base más popular, razón por la cual su centro de atención son las desigualdades emergentes del proceso de industrialización, territoriales y sociales. Al no haber electorado sino más bien selectorado, el PCCh ha establecido la fórmula “un partido, dos coaliciones” para moderar la competencia. El reparto de poder salvaguarda la desintegración centrífuga, asegurando la supervivencia del partido y la estabilidad del régimen. Así, Xi Jinping es “príncipe” y Li Keqiang “popular”. En Occidente, esto ha llevado a caracterizar las divisiones como una “nueva derecha inspirada en el darwinismo social” y una “nueva izquierda igualitarista”. En política, se ha intentado clasificar a las facciones en “neoconservadoras”, “liberales” y “neomaoístas”. Pero lo cierto es que las categorías occidentales antinómicas como derecha o izquierda, elitista o progresista, conservador o reformista no sirven para analizar los intereses y lealtades de los nuevos caudillos chinos.

En relación con la región latinoamericana, el recientemente asumido presidente Xi Jinping es un conocedor de la misma. Por intereses nacionales y por experiencia personal, el máximo líder chino ya ha tenido acercamiento con la región. En febrero de 2009, el entonces vicepresidente visitó México, Jamaica, Colombia, Venezuela y Brasil. Dos años más tarde, en menos de una semana pasó por Cuba, Uruguay y Chile. Luego de dos años, el ahora presidente retornó a la región en junio de 2013, visitando Trinidad y Tobago, Costa Rica y México. En este sentido, la visita constituyó la segunda que efectuaba Xi al extranjero desde que asumiera la jefatura de Estado. La primera fue a Rusia –como manda la tradición en el régimen chino– y África.

Las visitas de altos líderes del partido y funcionarios del gobierno chino tienen una importancia clave para fomentar la cooperación entre los países y la confianza entre sus líderes. Pero en el caso particular de China, tienen además una importancia simbólica. La coreografía del poder oriental no es igual a la occidental. El orden, tiempo y jerarquía en que se dan escenifican la importancia de los socios, dando así una sutil pero inequívoca señal de las prioridades de política exterior de la República Popular. En este sentido, América latina es un objetivo clave para la República Popular. De los 23 países que en junio del 2013 aún reconocen a la República de China (Taipei), como el asiento legítimo de China en vez de a la República Popular China (Beijing), doce –un cincuenta y dos por ciento– se encuentran en América latina: Belice, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, República Dominicana, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas.

En lo económico, el intercambio comercial entre China y la región superó los 261 mil millones de dólares en 2012, haciendo que China se convirtiera en el segundo socio comercial de América latina. China es el segundo mayor origen de las importaciones de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, el primer destino de las exportaciones brasileñas, chilenas y peruanas, el segundo de las argentinas, el tercero de las colombianas y el cuarto de las mexicanas. En términos acumulativos, las inversiones chinas en la región ya suman cerca de 65 mil millones de dólares. La economía política interna, regional y global se está alternado radicalmente en la región por el impacto de la presencia china.

Carlos Salazar A. /卡洛斯 萨拉萨尔

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