Una vez más, esta noche he vuelto a casa un poco torcido y haciendo eses por la calle. Pero no penséis que he empezado a darle al trago por los baches de la vida en China, es sólo que hemos tenido una reunión de las gordas en el departamento de sociología de la Universidad de Jilin (Changchun).
Y os preguntaréis: ¿es que hace falta darle al pimple para ser sociólogo? Por si alguno duda de que exista esa posibilidad, os diré que en los manuales de sociología que he leído nunca me encontré con semejante método de investigación, aunque es muy probable que más de un alumno ejemplar lo haya experimentado ya, para desconcierto de sus incautos entrevistados/encuestados.
En realidad, lo que ocurre es que los chinos del norte son muy partícipes de eso que los expertos llaman “cultura del alcohol”, es decir, que forman parte de ese tipo de sociedades en las que se considera al alcohol como un medio de gran importancia para crear y estrechar lazos sociales.
De hecho, en muchos lugares del norte de China, desde Xinjiang hasta Heilongjiang, la capacidad de ingerir grandes cantidades de “baijiu”, el famoso aguardiente de arroz, puede constituir el plus decisivo a la hora de buscar un trabajo como comercial, agente de ventas, secretario/a, y, cómo no, a la hora de ganarse un cargo político.
No es nada raro, por ejemplo, que, una vez que llevemos un tiempo en China, algún amigo norteño, o incluso algún empresario extranjero nos sorprenda con la demoledora afirmación de que “si quieres hacer negocios en China, tienes que beber”.
Incluso si uno se echa novia china, lo más probable es que el día en que conozca a sus padres, lo cual suele suponer un compromiso muy serio de cara al matrimonio, le emborrachen como a un pelele y acabe haciendo el ridículo ante sus futuros suegros, aunque en Hubei, donde nació mi novia, son un poco más blandengues, y muchas veces se inventan excusas para no excederse.
Sin embargo, aquí en el norte, donde reina la influencia ancestral del totemismo y la simbología del macho alfa “made in China”, necesitas una excusa de verdad para no beber, y si no la tienes vas a quedar como un autentico nene de mamá en frente de tus superiores, incluso si se trata de mujeres.
En mi primera cena de bienvenida en Changchun, pude presenciar a un tío que afirmaba tener alergia al alcohol tragando licor como un campeón, mientras nuestro director de tesis le animaba a beberse los chupitos de un trago. Al principio, pensé que no era más que un hábil pretexto para escabullirse, hasta que de pronto el chico se empezó a poner rojo tono semáforo y a sufrir unos mareos con los que yo habría salido zumbando al hospital sin pensármelo dos veces.
Mi peor experiencia con el “baijiu” la tuve en Lanzhou, capital de Gansu, durante la cena de despedida ofrecida por un empresario chino a sus socios vascos, entre los que me había colado como investigador. Aquel día se presentó algo torcido desde la mañana, porque el empresario tenía la sensación (bastante desmedida) de que la cadena de montaje que los extranjeros le habían montado no servía para nada. Para más inri, uno de los representantes principales de la empresa vasca se sintió indispuesto para asistir a la cena de despedida, hecho que podía ser tomado como un gesto poco amable por parte de los socios de Lanzhou.
El ambiente pintaba un tanto oscuro para una despedida, así que me presté a cubrir la tradicional función de “entretener” al jefe, y de paso comprobar hasta qué punto eran ciertos todos esos tópicos sobre borracheras galopantes durante los negocios.
Y vaya que si lo comprobé. En cuanto nuestros anfitriones chinos se enteraron de que yo no iba a volver a casa con los demás, y que me quedaba con mi novia china en Wuhan, comenzaron a proponerme todo tipo de brindis con los que sólo pretendían satisfacer esa curiosidad tan típica en China sobre la cantidad de alcohol que los extranjeros podemos tolerar.
Para los que no estéis familiarizados con el ritual, os contaré que, por lo general, al hacer un brindis, los invitados se levantan de su silla, e incluso se acercan hasta la persona con la que desean brindar, dejando claro si esperan que se brinde con un pequeño sorbo, la mitad del chupito, o exclamando el famoso “gan bei”, que significa “vaso seco”.
Pero en las comidas o cenas en las que más se juegan tanto anfitriones como invitados, el flujo de alcohol puede ser asimétrico en función de lo que se espere de unos y de otros. Es decir, que la parte que se siente en una posición de poder más alta, esperará que los comensales de escala más baja beban más y puedan, de ese modo, “entretenerla” mejor durante el banquete.
Ese es, precisamente, el papel subordinado que me tocó realizar a mí aquella noche en Lanzhou, donde llegaron a hacerme beber hasta tres chupitos de aguardiente por cada uno que se bebían ellos, además de varios vasos de vino tinto local, que no estaba nada mal, por cierto. (Gansu tiene una de las zonas de cultivo vitícola de mejor calidad en todo el país).
El resultado: un nivel de intoxicación etílica como no recordaba en muchos años.
Tras la primera vuelta de brindis comencé a descubrir que podía hablar chino mejor de lo que creía (o eso creía). En la segunda vuelta, pasé a ser yo el que proponía los brindis, provocando niveles de vergüenza ajena nunca antes vistos en los alrededores. En la quinta vuelta, tras haber creado un nuevo dialecto del mandarín, advertí a los anfitriones de que si insistían en que siguiera bebiendo a ese ritmo, deberían preparar el teléfono de urgencias. Nadie se tomó la advertencia en serio, y la mayoría respondió con cachondeo, como si nunca hubieran oído hablar de gente que acaba en el hospital por un coma etílico.
Al terminar la cena, yo estaba como una moto y me resultaba imposible volver a casa con semejante pedo, así que convencí a dos pobres chinos que trabajaban en la fábrica para que nos llevaran a mí y a un amigo chileno a una discoteca famosa de Lanzhou.
El resto de la noche lo recuerdo como una nebulosa de escenas de lo más incoherentes en las que me veo gritando a unos pobres chinos para que se levanten de su mesa y bailen conmigo, practicando “kung-fu” con mi paciente amigo, y voceando las virtudes de Mao Zedong por el Campus de la Universidad de Lanzhou.
Es lo que ocurre con la dichosa “cultura del alcohol”, que cuando le pilla a uno desprevenido, lo deja hecho un chiste con patas y una deshonra para sus paisanos, y si no lo creéis buscad en internet el video en el que Sarkozy cayó víctima de los chupitos de vodka de Putin. Por cierto, un amigo ucraniano me contó que en la Rusia soviética, contaban con una especie de píldora para aguantar mejor la borrachera y negociar con ventaja en las reuniones de mayor regadío alcohólico. No sé si esto es cierto, pero lo que sí es verdad es que en China tienen una medicina especial para las resacas que se llama “King Drink” (el rey del pimple).
No en vano, las meteduras de pata causadas por la ingesta imprudente constituyen un tópico muy recurrente en la literatura y la historia de China, con el que se pretende motivar la moderación, o al menos evitar el descontrol total.
En esta última cena, sin ir más lejos, uno de los profesores nos contó un episodio bastante interesante. Al parecer, antes de la dinastía Xia, existió un heroico líder tribal llamado Dayu, quien tras una gran batalla victoriosa acabó empinando el codo más de lo normal, y no se le ocurrió mejor idea que la de volver sólo a rematar al ejército enemigo.
Como podéis sospechar, el desenlace de este relato tan edificante guarda un final desastroso para el pobre Dayu, quien se pegó el trompazo padre desde su caballo y acabó recibiendo una paliza de muerte por sus rencorosos adversarios.
Y con esta bonita historia me despido hasta el próximo artículo. Espero que os haya entretenido e interesado, y me gustaría mucho que me dejárais algún comentario con vuestra opinión o experiencia al respecto.
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