Al maestro, con cariño

Cuando llegué a China, trabajé mucho tiempo como profesor de idioma inglés, mientras aprendía el idioma. Como mi trabajo era hacer que mis alumnos hablaran para practicar sus habilidades de conversación, inventaba cada día nuevas formas de mantener su atención, a la vez que aprendía yo de sus respuestas. Un ejercicio que llegué a realizar con mucha frecuencia era el siguiente: borraba el pizarrón completo, y les pedía que me dijeran todas las profesiones que se supieran, desde astronauta hasta limpiador de orejas (que sí, es una profesión en China). Cada profesión que mencionaban, la iba apuntando hasta llenar todo el espacio del pizarrón. Una vez que teníamos tal cantidad de palabras, los hacía realizar diversas pruebas para que hicieran oraciones o cuentos usando tantos términos como pudieran.

Pero al final de todo, les pedía que realizaran una votación. Debían decirme cuáles eran las profesiones más importantes de entre todas ellas, y cuáles las menos importantes. Y he aquí lo interesante de la historia. En el segundo caso, las respuestas variaban mucho, obviamente, dependiendo de qué tan extensa fuera la lista: las profesiones menos importantes podían resultar ser floristas, vendedores de cosméticos, o acróbatas (curiosamente, nunca mencionaban al limpiador de orejas).

Sin embargo en la otra parte, no había variación: el segundo y tercer lugar normalmente eran ocupados por el Médico y el Campesino, aunque a veces se colaba también el (buen) Oficial de Gobierno.

Pero en el primer lugar, nunca – ni una sola vez – obtuve más que una sola respuesta: la profesión más importante para la sociedad, sin ninguna duda ni discusión, es el Maestro.

Este ejercicio lo realicé literalmente cientos de veces, con miles de estudiantes de todas las edades y de todas las extracciones sociales. La respuesta fue siempre la misma. Esta reverencia por el maestro – y más generalmente, por la importancia fundamental de la educación como la más deseable forma de movilidad social – no es una coincidencia sino que es una parte implícita de la cultura china, grabada en su conciencia colectiva por milenios y desde tiempos anteriores a Confucio, que vivió en el siglo V a.C. y que fue el Gran Educador, quien estructuró para la posteridad esta creencia. Aún después de que ha sido atacada y sufrido embates irracionales como durante la tristemente célebre Revolución Cultural de los años sesenta, la importancia toral, irrenunciable, de la Educación, así con mayúsculas, siempre ha renacido y hoy sigue intensamente presente en su pensamiento, de modo que es casi un cliché – en los países como Estados Unidos donde hay fuerte presencia asiática – la imagen del dedicadísimo estudiante chino, o asiático en general, pues esta veneración por la educación fue exportada a Japón y Corea hace ya siglos.

Esto viene a cuento, desde luego, por la reciente fuerza de la discusión en México acerca de la educación, puesta en la mesa por los eventos más recientes. Esta discusión, como siempre, destaca la importancia de las reformas, las regulaciones, los programas, la modernización. Pero si me permite el lector, me parece que nada de esto puede cambiar nuestra percepción acerca de lo deseable o no de la educación. ¿Qué regulación podría hacernos responder al ejercicio mencionado de la misma manera?

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