Cultura tibetana más allá de Tíbet: Shangri-La, chasco místico.

Para quienes tengan interés en conocer la cultura tibetana, y no estén dispuestos a afrontar el papeleo burocrático necesario para visitar la provincia desde China, existe la posibilidad de visitar otras zonas con una alta presencia de los Zan, que es como se denomina en China a su etnicidad.

Cerca de la frontera política y geográfica que separa la provincia y el altiplano del Tíbet, existen numerosas puntos de este tipo, entre los que he podido visitar dos: Shangri-La y Xiahe.

El primero que conocí, y sobre el que hablaré hoy, fue Shangri-La, topónimo de origen ficticio que popularizó el célebre James Hilton en su novela utópica Lost Horizon, y que ha sido reclamado por varios municipios de China y hasta de Pakistán, dando lugar a una serie de disputas de lo más surrealista.

En cualquier caso, el Shangri-La que yo conocí está situado en el noroeste de la provincia de Yunnan, una provincia que recomendaría visitar a cualquiera por su gran variedad de paisajes, y sobre todo por la gran variedad cultural que reúne.

El viaje lo realizamos desde la ciudad de Dali, una auténtica belleza a orillas de un precioso lago, y rodeada de majestuosas montañas en las que se extiende un entramado de templos y monasterios budistas de alucine.

Lo malo del viaje desde Dali es que tiene que hacerse en autobús, y la carretera que escala hasta más de 3000 metros de altura contiene una colección de curvas y terraplenes de lo más entretenido.

Supongo que el grado de confort del viaje de ocho horas depende, al menos en parte, del estilo del conductor del autobús, que en nuestro caso resultó ser un tío con muy poco aprecio por la vida en general. Todavía me sudan las manos cuando rememoro algunos tramos del viaje, aderezados con adelantamientos esperpénticos y todo tipo de temeridades a una velocidad endiablada.

De hecho, en más de una ocasión tuve que acercarme hasta el conductor para pedirle que fuera más despacio, y hasta exclamé enojado que no tenía intención de matarme durante mis vacaciones, cosa que hizo muchísima gracia a los pasajeros en general, a quienes parecía bastarles con la protección ofrecida por el Buda a pilas que había pegado al salpicadero.

En fin, tras llegar al destino y besar el suelo estilo Juan Pablo II, nos acercamos hasta el núcleo turístico y hotelero de la ciudad, que es para la vista lo que un kilo de chucherías para el gusto, suculento los primeros cinco minutos, y empalagoso hasta la médula de ahí en adelante.

Sobresale el templo budista con el molino de oración más grande del mundo (o eso es lo que nos contaron), aunque la sensación que da al acercarse es de pura engañufla turística. Las calles de adoquines de alrededor son muy coquetas y están llenas de hoteles, albergues, restaurantes, cafés y negocios de todo tipo adornados por las típicas banderolas-mantra de colores y alguna que otra estupa de pega.

Nada más llegar a la plaza nos encontramos con un monje sentado en los puestos de barbacoa, supongo que esperando a sus brochetas de verduras, vociferando contra su smartphone y haciendo gala del mejor savoir faire de tasca barriobajera.

De camino al albergue se nos cruzaron otros dos monjes de unos treinta años montados en un coche de gama alta. Yo siento que algo empieza a hacer catacrack en la imagen que me había formado del budismo tibetano, y me siento cada vez más defraudado de ver el poco calado que tiene el voto de pobreza entre los monjes.

Por la tarde teníamos planeado visitar el monasterio que corona la famosa aldea re-bautizada como Shangri-La, que es casi una reproducción en escala pequeña del famoso templo de Potala en la Lasa, pero nos enteramos de que no podemos siquiera acercarnos al pueblo sin pagar por un ticket de visita turística.

Yo podía entender que tuviéramos que pagar dinero por entrar en el monasterio, que a fin de cuentas tiene un trabajo de mantenimiento considerable, pero que tuvieramos que pagar incluso para acercarnos al pueblo, que es un municipio con gente normal y corriente, me pareció un disparate totalmente inaceptable.

Así que en lugar de acceder a dar más dinero a los monjes para que se lo gasten en pintura de oro y en sus jodidos caprichos de clase media, decidimos visitar el lago Napa, que en verano apenas tiene agua y es más bien un pastizal para ganado.

Nos dirigimos allí en unas bicis que alquilamos en el pueblo a precio razonable, y tras poco más de una hora pedaleando bajo la fuerte radiación solar y un poco menos oxígeno de lo normal, nos comenzamos a cruzar con algún que otro habitante local que nos preguntaba si habíamos comprado los tickets para entrar.

Aquello ya me sonó a recochineo, y al descubrir lo que nos querían hacer pagar para ver un prado con vacas de los que me he hartado de ver desde pequeño, decidí que lo mejor era hacernos los locos y meternos al “lago” por la primera entrada que pilláramos.

Como podéis apreciar, el lugar no tenía absolutamente nada de especial para una persona de origen rural, y para colmo yo ya notaba que la crema que nos habíamos comprado en el pueblo no me estaba protegiendo del sol, así que decidimos volvernos antes de que mi piel pasara de tono rojo a granate.

El caso es que, cuando ya estábamos a medio camino de vuelta, me fijé que entre dos colinas cercanas se veía parte del pueblo y el infame monasterio budista-capitalista. Entonces me di cuenta de que había una pista que parecía llevarnos en esa dirección, aunque no había letreros ni indicaciones de ningún tipo.

Tras pensarlo un par de veces, y al ver que había paso libre, decidimos ir a investigar un poco. Cuando estábamos ya casi en el pueblo, nos encontramos con un grupo de jóvenes que ofrecían paseos en caballo. Los chavales se acercaron corriendo hasta nosotros, y tras descubrir que no nos queríamos montar en potro, sino entrar al pueblo, nos dijeron que teníamos que pagar el ticket de turno en la “entrada trasera”.

No obstante, como ya habíamos bajado toda la cuesta y no nos apetecía pedalear de vuelta, decidimos seguir adelante y comprobar la situación por nosotros mismos.

Efectivamente, nada más acercarnos a terreno civilizado descubrimos que había una ventanilla de tickets desatendida donde nos habían indicado, por lo que decidimos darnos por invitados.

Lo que yo no me esperaba para nada era que nos encontráramos el siguiente cartel de aviso, en el que se anunciaba una multa de entre 3000 a 5000 yuanes para quienes fueran pillados sin entradas, aunque un aldeano que nos vio indecisos nos dijo que no hiciéramos ni caso, ya que el cartel estaba ahí sólo para asustar a los turistas.

Por si acaso, recorrimos el tramo hasta la entrada principal echando chispas, no fuera a ser que el aviso fuera real y nos metiéramos en líos con Buda.

Mientras descansábamos en la  pequeña plaza y el jardín frente al gran monasterio, con su opulento esplendor, a mí se me iba frunciendo el ceño al imaginar el modo en el que las autoridades “religiosas” se estaban lucrando con ese monasterio en el que tantos y tantos campesinos trabajaron durante siglos. Pero, sin duda, lo más degradante era el modo en el que se habían apropiado del propio pueblo, cercándolo y aislándolo de todo visitante que no esté dispuesto a entrar en un autobús de turistas.

Durante el camino de vuelta al albergue nos detuvimos a sacar alguna foto a las plantas de cáñamo que crecen en cualquier cuneta y a torear algún ternerito que había por el camino, y ya casi se me pasó el cabreo, hasta que llegamos al albergue.

Fue allí donde se me fue definitivamente a hacer hostias el poco aguante que me quedaba por el maldito Shangri-La, y creo que no me faltó justificación.

Conste que al elegir el albergue, decidimos pagar un poco más y reservar uno de los varios que anunciaban llevar a cabo obras caritativas con los beneficios. Al llegar al albergue en cuestión pregunté si podíamos visitar la escuela que supuestamente estaban financiando, pero me dijeron que no era posible porque estaba nada menos que a 70 kilómetros de allí (¿no había niños necesitados más cerca?). Otro detalle que no me convenció mucho fue la flexibilidad del porcentaje que donaban a dichas obras, que podía cambiar de un 50% a un 90% como si nada.

Pero el colofón llegó al ver la habitación en la que nos querían meter. Aquí van unas fotos de terror para los menos escrupulosos:

Matojos de pelo, sí señor.

La esquina de la cama, higiénica.

Sin comentarios.

Como tonto-bueno que suelo ser por lo general, al principio traté de restar importancia a la asquerosa suciedad que había por todas partes y a la peste que salía de la letrina, pero cuando ya vi que ni siquiera había agua caliente para ducharse decidí que ya me habían tratado de gilipollas lo suficiente, y procedí a solicitar la devolución del dinero.

Entonces me comunicaron que eso no era posible, y procedí a montar un escándalo, porque sabía que estaba tratando con caraduras y que no me iban a devolver el dinero si no les plantaba cara. Los tíos siguieron negándose hasta que yo me volví loco y sólo les quedaron dos alternativas a mis exigencias: quedarse sin clientes esa noche, o recibir la visita de la policía.

Finalmente, la encargada del albergue se presentó y nos devolvió el dinero sin más dilación.

Con la piel chamuscada, cabizbajos, y totalmente decepcionados por la experiencia de la mística Shangri-La, mi novia y yo recorrimos las calles en busca de alguna pensión que se pareciera lo mínimo posible a ese tipo de albergues “alternativos-caritativos”.

Tras ser aconsejados por la pareja de chinos con la que habíamos coincidido en el paseo en bici, llegamos a un pequeño hotel familiar, sin decoraciones ni gaitas estilo “indie-cool”. Una especie de “Casa Paco” pero en versión china.

Y fue allí, queridos amigos, donde el bueno de “Paco”, que bastante caridad tenía con tratar de mandar a sus hijos a la universidad, nos reveló que el albergue en el que nos hospedamos era propiedad de un monje budista, aunque lo regentaba su pareja sentimental, que debía de ser la mujer que finalmente nos devolvió el dinero.

Resulta que, en realidad, la idea de ese tipo de albergues “caritativos” la desarrollaron unos extranjeros llegados como cooperantes, y cuando la vieron otros como nuestro querido monje, se les ocurrió que era una idea de la leche para hacer dinero, porque, dicho sea de paso, lo de hacer obras caritativas no es precisamente la principal característica del budismo como organización religiosa.

En realidad, excepto en algunas nuevas formas del budismo que se están extendiendo desde Taiwan, esta religión nunca llegó a desarrollar el tipo de organizaciones laicas del cristianismo, que son uno de los agentes más decisivos para dar lugar a eso que llamamos “actos caritativos”.

Para que nos hagamos una idea de lo que es el budismo como organización religiosa en China y en gran parte de Asia, tenemos que imaginarnos cómo sería el cristianismo sólo con organizaciones clericales. Claro que hay muchos curas, frailes y monjas que se han machacado ayudando a los más necesitados, pero por lo general, cuando han salido de sus sacristías y conventos lo han hecho principalmente para poner a los demás a trabajar como borregos, comenzando casi siempre por construir un templo, o una escuela, o su propia residencia, porque evangelizar es muy duro y hace falta una buena infraestructura de apoyo. Claro que sí.

Pues ahora imaginaos las ocurrencias que tendrán los monjes budistas en Shangri-La y todo lo que podrán aprovecharse de sus poco o nada organizados creyentes. Que Buda los asista.

Sé que no es la forma típica de acabar un artículo sobre viajes, y os prometo que este tono no va a ser una constante de mis posteriores relatos, pero si no es por empeño de familiares o amigos, os digo que a mi ya no me vuelven a ver la jeta por Shangri-La.

De los dos días que pasamos allí, lo que mejor recuerdo me dejó fueron los parajes y reservas naturales que hay alrededor, aunque la entrada a las más famosas cuesta cerca de 20 euros el ticket por persona.

Por otra parte, tengo algunos amigos que han visitado Tíbet y me han contado que los problemas que he expuesto se deben a la influencia del gobierno chino sobre los monasterios, que les exige un mayor nivel de “auto-financiación”. En todo caso, si alguien quiere comentar su experiencia al respecto, le invito fervorosamente a que deje un comentario sea del signo que sea.

En la siguiente entrega de “Cultura tibetana más allá de Tíbet” hablaré sobre Xiahe, lugar mucho menos conocido y explotado turisticamente y que me dejó una impresión algo más positiva del budismo tibetano por aquellos lares.

Espero que no os decepcione.

Para más peripecias y desvaríos por el estilo os invito a visitar mi blog http://historiasdechina.com/

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