Las condiciones de China en el orden mundial

Se ha señalado  que hace treinta años, China tenía muy poco peso en la economía global y una escasa influencia fuera de sus fronteras, exceptuando unos pocos países con los que tenía estrechas relaciones políticas y militares.
Hoy este denominado gigante asiático es una notable potencia económica: es el taller de manufactura del mundo, su principal financista, un inversionista importante en todo el mundo, desde África a América Latina y, cada vez más, una fuente importante de investigación y desarrollo. El estado chino posee un inmenso nivel de reservas en moneda extranjera: No hay ningún área productiva en el mundo que no haya sentido el efecto de China, ya sea como proveedor de bajo costo, lo que es más amenazante, como un formidable competidor.

Se ha señalado que China es todavía un país pobre. Aunque los ingresos promedio han aumentado muy rápidamente en las últimas décadas, todavía son entre un séptimo y un octavo de los niveles de los Estados Unidos: menores que en Turquía y Colombia, y no mucho más altos que en El Salvador o Egipto. Si bien la China costera y sus principales metrópolis muestran una enorme riqueza, grandes áreas de China occidental siguen sumidas en la pobreza. No obstante, se proyecta que la economía de China supere en tamaño a la de EE.UU. en algún momento dentro de las próximas dos décadas.

Mientras por otro lado, Estados Unidos, la única superpotencia mundial hasta hace poco, sigue como un gigante debilitado y humillado quizás por sus errores de política exterior y una enorme crisis financiera. Su credibilidad después de la desastrosa invasión de Irak está en un punto bajísimo, a pesar de la simpatía global que inspira el Presidente Barack Obama, hoy su modelo económico está hecho trizas. El dólar, antes todopoderoso, tiembla a merced de China y los países petroleros. Todo lo expuesto anterior plantea la interrogante de si China terminará por reemplazar a Estados Unidos como potencia hegemónica mundial que define y aplica las reglas de la economía global. Si alguien piensa que China se integrará sin problemas a un sistema mundial liberal, capitalista y democrático,  le espera una gran sorpresa. China no es tan sólo la próxima superpotencia económica, sino que a nivel mundial construirá y lucirá muy diferente al que teníamos de EE.UU.

EE. UU. y  Europa suponen que China se volvería más como ellos a medida que su economía se desarrolle y su población sea más rica. Algunos analistas señalan y advierten que eso es una ilusión. China y su gobierno tienen una concepción distinta de la sociedad y la política: se centran en la comunidad más que en el individuo, en el estado más que en un sistema liberal, en el autoritarismo más que en la democracia. China tiene 2000 años de historia como civilización con ciertas características propias de los cuales sacar fuerzas. No se doblegará sencillamente bajo los valores e instituciones occidentales.

Si pensáramos que existiese un orden mundial centrado en China el cual reflejará valores chinos más que occidentales. Pequín (Beijing) opacará a Nueva York, el renminbi reemplazará al dólar, el mandarín superaría al inglés, y los niños jóvenes de todo el mundo aprenderían sobre los viajes de descubrimiento de Zheng He por la costa oriental de África, en lugar de sobre Vasco de Gama o Cristóbal Colón. Desaparecería el evangelio de los mercados y la democracia. Es mucho menos probable que China intervenga en los asuntos internos de los estados soberanos. Sin embargo, a su vez exigirá a los estados más pequeños y menos poderosos un reconocimiento explícito de la primacía de China (igual que en los sistemas tributarios de la antigüedad). No obstante, antes de que cualquiera de estas cosas pueda ocurrir, China tendrá que mantener su rápido crecimiento económico y con llevar su cohesión social y unidad política. Nada de eso es seguro. Bajo el potente dínamo económico chino subyacen profundas tensiones, desigualdades y brechas que bien podrían descarrilar su avance hacia a la hegemonía global. En su larga historia, a menudo las fuerzas centrífugas han empujado al país al caos y la desintegración. La balanza de China depende de manera fundamental de la capacidad de su gobierno de poder alcanzar logros económicos constantes de los que pueda beneficiarse la mayoría de su población. China es el único país del mundo donde se cree que cualquier cifra inferior al 8% de crecimiento año tras año pude ser peligrosa por su potencial de desencadenar conflictos sociales. La mayor parte del resto del mundo no puede más que soñar con ese índice de crecimiento, lo que dice mucho sobre la fragilidad subyacente al sistema chino.

La naturaleza autoritaria del régimen político está en la raíz de su fragilidad. Sólo responde con represión cuando el gobierno enfrenta protestas y oposición fuera de los canales establecidos.

El problema es que se volverá cada vez más difícil para China mantener el tipo de crecimiento que ha tenido en los últimos años. En la actualidad, su crecimiento depende de una moneda subvaluada y un enorme superávit comercial. Esto es insostenible, y tarde o temprano precipitará una confrontación de proporciones con Estados Unidos (y Europa). No hay salidas fáciles para este dilema, y probablemente China deba adaptarse a un menor crecimiento.

Si China supera estos obstáculos y termina por convertirse en la potencia económica predominante, la globalización adquirirá características chinas. Es probable que la democracia y los derechos humanos pierdan su brillo como normas globales. Los cuales podrían ser malas noticias.

La buena noticia es que un orden global chino mostrará más respeto por la soberanía nacional y más tolerancia a la diversidad nacional, lo que dará más espacio a la experimentación con diferentes modelos económicos.

Carlos Salazar A. /卡洛斯 萨拉萨

International Commissioner for Latin America and Asia Pacific Of Beijing´s Dongcheng District

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