Montesquieu y China

Una de las primeras críticas sistemáticas realizadas desde Europa a la política china y a su ideología subyacente la encontramos en el pensamiento de Charles Louis de Secondat, Baron de Montesquieu, especialmente en su obra De l’Esprit des Lois (1748). De los 31 capítulos que componen el texto, en 5 de ellos China es el tema principal y en 21 capítulos más se cita abundantemente la situación china. La pregunta es automática: ¿por qué se menciona China en un libro que tiene como objetivo el establecimiento del Estado de Derecho basado en la división entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial?

Hubo un tiempo en que Montesquieu parecía compartir el punto de vista dominante entonces en Europa sobre China, presentada como ejemplo de un reino gobernado por un rey filósofo. En efecto, las misiones establecidas por los jesuitas en China dibujaban el país como un Estado poderoso, con una larga trayectoria civilizatoria, dotado de una eficiente organización política y con un sólido substrato ético avalado por el confucianismo. ¿Por qué, cambia, pues, la mirada de Montesquieu sobre China?

La información de la que se dispone no es mucha pero todo parece indicar que la evolución de la percepción de Montesquieu estuvo muy determinada por nueva información a la que tuvo acceso. En efecto, en 1713 Montesquieu se encuentra en París con un chino, Huang Jialue, antiguo alumno de la misión dirigida por Charles Maigrot (1652-1730), obispo de la provincia de Fujian, expulsado de China por el emperador Kangxi (1654-1722) por haber criticado con insolencia los ritos tradicionales. El hecho es que Huang Jialue le ofrece a Montesquieu una imagen extraordinariamente crítica de la situación en China. Años después, en 1729, Montesquieu se encontrará con un jesuita, Jean-François Foucquet (1663-1740) que tenia también un punto de vista muy crítico respecto de China.

Sabemos que Montesquieu identifica diferentes tipos de gobierno distinguiendo, por una parte, entre democracia y aristocracia y, por otra, entre monarquía y despotismo. La relación entre monarquía y despotismo acabará siendo el núcleo de De L’Esprit des Lois y responde con precisión a la actitud de Montesquieu hacia la naturaleza humana. A partir de esta premisa establece que la libertad y la razón son las características de un gobierno democrático mientras que el despotismo se basa en el ansia de poder y el miedo. De este modo, para ejemplificar estos dos modelos de gestión política, Montesquieu quiere hacer de Francia el modelo a imitar, de manera que debe modificar la imagen que sobre China se ha popularizado en Europa. Esta lógica le lleva a presentar, en un primer momento, una de sus tesis más famosas: la manera de ser de la gente de un país (y, por tanto, también, la configuración de su sistema político) depende de condicionantes geográficos y climatológicos. Veamos una serie de textos como ejemplo de esta conexión:

Doy por cierto que en Asia no hay zona templada; lindan los climas glaciales con los ardientes. De aquí resulta que en Asia están en contacto las naciones de climas más opuestos, los hombres más guerreros con los más afeminados, los pueblos más vigorosos con los más endebles. Es inevitable, pues, que unos sean conquistadores y otros conquistados”. (Libro decimoséptimo, capítulo III)

Siempre ha habido grandes imperios en Asia; en Europa nunca han podido subsistir. Es que en Asia hay más extensas llanuras, más espaciosos territorios entre las cordilleras y los mares; y como está más al sur, las fuentes se agotan con facilidad, hay menos nieve en las cumbres, son los ríos menos caudalosos y constituyen por lo mismo barreras fáciles de franquear. Así el poder en Asia debe ser despótico […]. En Asia reina un permanente espíritu de servidumbre; en ningún momento en ninguna historia del país se encuentra un solo rasgo que denuncie un alma libre; jamás se verá allí más heroísmo que el de la servidumbre”. (Libro decimoséptimo, capítulo VI)

“El pueblo, por la fuerza del clima, puede llegar a ser muy numeroso, y por otra parte los medios de hacerlo subsistir pueden ser tan inseguros, que convenga destinarlo todo al cultivo de las tierras. En esos Estados el lujo es peligroso, y las leyes suntuarias deben ser en ellos inflexibles. Para saber si es conveniente fomentar el lujo o proscribirlo, nada mejor que comparar el número de habitantes con la mayor o menor facilidad de mantenerlos. […] En China son las mujeres tan fecundas y de tal modo se multiplica allí la especie humana, que por mucho que se cultive la tierra apenas da lo preciso para la manutención de los habitantes. El lujo, por consiguiente, es pernicioso; la laboriosidad y el espíritu de economía son pues tan indispensable como en cualquiera república. No hay más remedio que consagrase a las artes necesarias, evitando cuidadosamente las de mero adorno”. (Libro séptimo, capítulo VI).

El clima de China es tal que favorece prodigiosamente la propagación de la especie humana. Las mujeres son de una fecundidad tan pasmosa que no hay en toda la Tierra otro ejemplo semejante. […] China, como todos los países en que se produce arroz, está sujeta a pasar años de hambre; en China son frecuentes. Cuando el pueblo se muere de hambre, se dispersa para buscarse la vida; por todas partes se forman cuadrillas de tres, cuatro o cinco bandoleros, que son al principio exterminadas; surgen otras más nutridas, y suelen ser exterminadas también, pero siendo tantas las provincias, y algunas tan lejanas, quedan cuadrillas que engruesan poco a poco y se hace difícil acabar con ellas. Al contrario, son ellas las que se fortalecen y se organizan, forman un cuerpo de ejército, caen sobre la capital y su jefe sube al trono. Así es castigado el mal gobierno en China; el desorden nace de que el pueblo carece de subsistencia. […] China, pues, es un Estado despótico; y su principio es el temor”. (Libro octavo, capítulo XXI).

Según Montesquieu, por tanto, la realidad china no corresponde a la imagen idealizada entonces dominante en Europa:

Nuestros misioneros nos hablan de la China como de un vasto imperio admirablemente gobernado por la combinación de su principio con el temor, el honor y la virtud. […]Ignoro qué puede entenderse por honor en un pueblo regido a bastonazos”. (Libro octavo, capítulo XXI).

La base de su argumentación a favor de por qué China deriva hacia el despotismo y la servidumbre será de tipo jurídico. Así, Montesquieu establece en primer lugar que “aunque todos los Estados tienen en general un mismo objeto, que es conservarse, cada uno tiene en particular su objeto propio. El de Roma era el engrandecimiento; el de Esparta la guerra; la religión era el objeto de las leyes judaicas; la tranquilidad pública el de las leyes de China”. (Libro undécimo, capítulo V).

El propósito de las leyes es claro: “Los legisladores chinos tenían por objeto principal que su pueblo pudiera vivir tranquilo. Querían que los hombres se respetasen mutuamente, que cada uno sintiera en todos los instantes que debía mucho a los otros, que no hubiera ciudadano alguno que no dependiera en algún concepto de otro ciudadano. Así dieron toda la extensión posible a las reglas de ciudadanía”. (Libro décimonoveno, capítulo XVI).

El problema es que se buscó el fundamento de la ley en los ritos: “Los legisladores chinos confundieron la religión, las leyes, las costumbres y las maneras; todos esto fue la moral, fue la virtud. Los preceptos que se referían a estos cuatro puntos fueron llamados ritos; y en la observación exacta de estos ritos fue en lo que triunfó el gobierno chino. Se empleaba toda la juventud en aprenderlos y toda la vida en practicarlos. Para enseñarlos estaban los letrados, los magistrados para predicarlos; y como abarcaban hasta los menores actos de la vida se buscó el medio de hacerlos observar escrupulosamente. Dos cosas contribuyeron a grabar los ritos en el corazón de los chinos y en su entendimiento: una, su manera de escribir, que por ser en extremo complicada no permite que se aprenda a leer en poco tiempo y se pasa gran parte de la vida empapándose en los ritos, puesto que están contenidos en los libros de lectura; otra, que no conteniendo los preceptos de los ritos nada espiritual, sino solamente las reglas de una política común son más asimilables, más a propósito para convencer, que las materias de un orden intelectual”. (Libro décimonoveno, capítulo XVII).

Estos ritos fomentan la subordinación social: “Los legisladores chinos tuvieron por objeto principal la tranquilidad del imperio, y les pareció que el medio más indicado para conseguirla era la subordinación. Poseídos de esta idea, creyeron que debían inculcar el respeto a los padres, para lo cual establecieron numerosos ritos y ceremonias con que se les honraba durante su vida y después de su muerte. Era imposible honrar tanto a los padres muertos sin sentirse dispuestos a honrarlos vivos. […] El respeto a los padres se enlazaba necesariamente con todo lo que se refería a los mayores, esto es, los ancianos, los patronos, los magistrados, el emperador. […] Esto formaba los ritos, y luego los ritos formaban el espíritu de la nación. […] El imperio chino está fundado en la idea del gobierno de una familia”.  (Libro décimonoveno, capítulo XIX)

Esta constatación deriva en una situación paradójica como es que los ritos perviven, pero a costa de su rigidez: “China es la nación de maneras más inmutables, más indestructibles. […] Las maneras y las costumbres se enseñan en las escuelas. Se conoce a la persona culta por la soltura con que hace una reverencia. Una vez enseñadas estas cosas por doctores graves y como reglas fijas, adquieren la estabilidad y la fijeza de principios de moral y no se cambian”. (Libro décimonoveno, capítulo XIII). Además la leyes acaben siendo arbitrarias: “Las leyes de China mandan que quien falte al respeto debido al emperador sea castigado con la muerte. Como no definen en qué consiste esa falta, cualquier cosa puede dar pretexto para quitarle la vida a una persona a quien se tenga mala voluntad y para exterminar a una familia entera”.  (Libro duodécimo, capítulo VII).

Al final, esta ambigüedad se traduce en la vida cotidiana: “Es singular que los chinos, cuya existencia es guiada por los ritos, no sean el pueblo más trapacero del mundo. Esto se ha observado más señaladamente en el comercio, que nunca les ha inspirado la buena fe que le es propia. El que va a comprar lleva sus pesas porque no se fía de las del vendedor; en efecto, cada mercader tiene tres: una para comprar, otra para vender y la tercera, la única exacta, para los compradores listos o que están al caso. Dos fines se han propuesto los legisladores chinos: que el pueblo sea pacífico y sumiso y que sea también activo y laborioso. […]. Donde todos obedecen y todos trabajan, la situación del Estado es próspera. La necesidad y la  influencia del clima han dado a los chinos un afán inmoderado de lucro que las leyes no han procurado reprimir. Se ha prohibido todo lo encaminado a adquirir por la violencia; no se ha prohibido nada que conduzca a la ganancia por la habilidad o el artificio. No se compare, pues, la moral de China con la moral de Europa. En China cada una debe atender a su interés: si el pícaro atiende a su utilidad, el que puede ser burlado debe mirar a la suya. En Lacedemonia se permitía robar, en China se permite engañar”. (Libro décimonoveno, capítulo XX).

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